Esta semana pedí un burrito. Mismo lugar de siempre, mismo relleno. Pero era más caro y más pequeño. La servilleta ocupaba más espacio en la funda que la comida. Pensé en reclamar, pero ¿qué iba a decir? ¿Que me quitaron una cucharada de arroz?
No fue una gran crisis ni una guerra lo que vació los envases, fue el marketing. Mientras la inflación erosionaba el salario real y las marcas se resistían a subir precios en la etiqueta, encontraron una solución más elegante, la de vender menos sin avisar. El contenido se reduce, el envase se mantiene. Y así, el consumidor no reacciona porque no se da cuenta o porque ya no tiene energía para quejarse por 30 gramos menos.
Según datos de Consumer Reports (2025), más del 70 % de los consumidores en América Latina no percibe inmediatamente las reducciones de contenido. Es decir, ni siquiera saben que están comprando menos. La trampa es tan sutil como efectiva y el margen de ganancia, intacto. Un informe del Banco Mundial (2024) reveló que 3 de cada 10 productos de consumo masivo en la región fueron reducidos en cantidad sin un ajuste proporcional de precio.
Las marcas lo llaman "ajuste estratégico", "nuevo formato eficiente" o "presentación inteligente". Pero no es eficiencia, es cinismo. Y lo peor es que ocurre en un contexto donde el salario es insuficiente, la inflación golpea y la canasta básica es cada vez más inalcanzable. Según la CEPAL (2025), el costo de la vida en las principales ciudades de América Latina creció un 46 % en los últimos cinco años, mientras los salarios reales apenas subieron un 18 %.
La OIT advierte que el 51 % de los trabajadores menores de 35 años en la región se encuentra en situación de informalidad o subempleo. Es decir, ni siquiera tienen contratos estables, y mucho menos capacidad de ahorro. En ese contexto, que el arroz pese menos o el café se disminuya no es solo una molestia, es una amenaza real a la subsistencia diaria.
Esto no se trata de un fenómeno aislado. En Estados Unidos, la Bureau of Labor Statistics reveló en 2023 que más de 2.000 productos registraron reducciones en contenido sin reducción de precio entre 2020 y 2023. En Reino Unido, el fenómeno fue tan evidente que el propio gobierno pidió a las marcas mayor honestidad.
Pero en América Latina, la transparencia es un lujo. La mayoría de los países no obliga a las empresas a advertir en el empaque que redujeron el contenido. Lo que antes se vendía como "formato ahorro", ahora es simplemente el nuevo estándar. Y si te parece poco, es tu percepción, no su culpa.
¿Y quién debería proteger al consumidor? En teoría, los organismos estatales.
El problema no es solo pagar más por menos, es acostumbrarse y asumir que eso es normal. Que todo se encoge (el salario, la porción, el contrato, el tiempo libre). Vivimos el downsizing como modelo de vida y eso es lo más peligroso.
Ya no sorprende que las aerolíneas te cobren por la maleta, por elegir asiento, por una botella de agua. Que el plan básico de streaming no incluya lo más visto. Que el café venga en taza más pequeña. La lógica es la misma: darte menos por lo mismo.
La generación que entra a la adultez vive siendo sistemáticamente engañada por un sistema que maquilla el deterioro. Lo llaman eficiencia, pero es precariedad disfrazada.
¿Y si el próximo en ser reducido no es el producto, sino tus derechos?
Porque si dejamos que nos quiten gramos, mililitros, porciones y servicios sin siquiera exigir una explicación, ¿qué más estamos dispuestos a entregar? (O)