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La nueva masculinidad latinoamericana: el renacer silencioso que está cambiando a toda una generación

Isabel Muñoz

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La nueva masculinidad no compite con el feminismo: lo necesita para existir. No se trata de confrontar agendas, sino de reconocer que ambos movimientos están en la misma misión: liberar a las personas de los moldes que les quedaron pequeños. Mientras el feminismo libera a las mujeres del mandato eterno de cuidar, la nueva masculinidad libera a los hombres del mandato eterno de no necesitar cuidado.

26 Noviembre de 2025 16.01

En un continente educado para que los hombres no lloren, no fallen y no hablen de sus emociones, está emergiendo una generación que decidió romper el guion. No es una revolución ruidosa, no tiene líderes visibles y no aspira a héroes: es un cambio íntimo, cotidiano y profundamente político. La nueva masculinidad latinoamericana no busca reemplazar la fuerza, sino redefinirla.

Durante décadas, el debate de género en Latinoamérica ha estado centrado y con justa razón en los avances y retrocesos del feminismo. Pero mientras esto ocurría, algo más crecía en silencio: un movimiento interno en los hombres que se cansaron de ser máquinas de supervivencia emocional. Ya no están cómodos con la idea del "proveedor invulnerable". Tampoco buscan repetir las dinámicas de sus padres. Están cuestionando su relación con el poder, con el trabajo, con las mujeres y, especialmente, consigo mismos. Lo fascinante es que este proceso no nace de la academia ni de los discursos políticos, sino de una simple frase que millones de hombres están empezando a decir por primera vez: "No puedo solo".

Las cifras muestran la urgencia. América Latina es una de las zonas con mayores índices de violencia de género del mundo. Los hombres representan casi el 80% de las muertes por suicidio en la región. Y el 60% de ellos reconoce que nunca ha hablado abiertamente de su salud mental. La nueva masculinidad no es una moda: es una necesidad.

Lo que antes se convertía en mal genio, silencio o distancia, ahora empieza a tener nombres nuevos: ansiedad, miedo, vulnerabilidad, trauma generacional, agotamiento emocional. Y aquí ocurre algo poderoso: cuando los hombres se permiten ser humanos, las relaciones cambian. No solo las amorosas. Las familiares. Las laborales. Las paternidades. Los liderazgos. El hombre que se permite sentir se convierte en un líder menos reactivo, un padre más presente, un compañero más consciente y un jefe menos temido y más respetado.

La nueva masculinidad no compite con el feminismo: lo necesita para existir. No se trata de confrontar agendas, sino de reconocer que ambos movimientos están en la misma misión: liberar a las personas de los moldes que les quedaron pequeños. Mientras el feminismo libera a las mujeres del mandato eterno de cuidar, la nueva masculinidad libera a los hombres del mandato eterno de no necesitar cuidado. Es un equilibrio histórico que recién empezamos a observar.

El símbolo de esta transformación es simple pero profundamente revolucionario: el hombre que habla. En redes sociales, podcasts y terapias grupales, miles de hombres están admitiendo algo impensable hace 10 años: "No sé amar bien, pero quiero aprender". "Me enseñaron a ser duro, ahora estoy aprendiendo a ser tierno". "Quiero ser diferente a mi papá, pero no sé cómo". La vulnerabilidad ya no es un signo de debilidad, sino de modernidad.

Y el impacto en la región es enorme. Las familias están cambiando porque los hombres están entrando por fin a la conversación emocional. Las paternidades se transforman hacia una presencia más consciente y afectiva. Las parejas se vuelven menos verticales y más dialogadas. Incluso el mundo corporativo empieza a valorarlo: el liderazgo empático está dejando de ser "soft" para convertirse en un KPI.

La nueva masculinidad latinoamericana aún no es mayoría, pero es tendencia. No es perfecta, pero es urgente. No resuelve todo, pero abre la puerta a un futuro donde hombres y mujeres puedan vivir menos desde la exigencia y más desde la humanidad compartida. Y esa, para una región que carga tantas heridas, ya es una revolución. (O)

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