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Todo esfuerzo por aquietar la violencia será vano mientras existan fracciones sociales que se resistan a compartir su fortuna material y espiritual. Segmentos avaros, mezquinos, sórdidos y egoístas que hablan mucho pero hacen nada para superar la miseria de enormes porciones de la sociedad.

12 Abril de 2023 15.18

El artículo original fue publicado por el Diario La Nación de Guayaquil. Dada su trascendencia en momentos en que el Ecuador atraviesa un escenario en extremo delicado en materia de seguridad ciudadana, hemos decidido reproducirlo, con ciertas adecuaciones, en este importante medio. Nuestra línea editorial es académica. No nos enfrascamos en discusiones de orden político, que compete a analistas capacitados para el reto. El gobierno ha habilitado la tenencia de armas por parte de los ciudadanos civiles, quienes deberán cumplir con la normativa correspondiente, a cargo de las Fuerzas Armadas. Como en buena parte de sus actos, el régimen habrá meditado seriamente; de ello estamos seguros. Pocos podrán cuestionar la responsabilidad con que el Presidente asume sus obligaciones.

“Violencia” es el uso o amenaza de uso de la fuerza física o sicológica, con intención de causar un daño (Mayra Buvinic, BID). Son expansiones físicas identificadas con los delitos contra la vida y la propiedad. En su influjo delictivo, es igual violencia la corrupción y el brote conductual generador de perjuicios materiales y de confianza social. Lo es también la desatención a las necesidades de las grandes masas poblacionales que carecen de lo mínimo para su sostenimiento digno. Es delincuente quien mata y roba, como lo es el corrupto y quien no se compadece de sus congéneres en infortunio. 

Los sectores sociales endebles en cultura reducen el análisis de la violencia en términos de sus manifestaciones y no de sus orígenes. Al así proceder corren el riesgo de simplificar las observaciones del fenómeno y por ende de abstraerse de la realidad. Se autoconvencen de que la violencia y el delito son hechos y actos de generación espontánea no vinculados a deficiencias estructurales, que demandan de soluciones integrales en los campos sociales, educativos, económicos y políticos. El crimen jamás puede ser desafiado armando a la población civil con los mismos dispositivos de que dispone el criminal.

La violencia y el delito tienen su germen primario en dos injusticias sociales: pobreza e inexistencia de oportunidades. Hace más de dos años citábamos estadísticas, que no han variado en el bienio. El 54% de los encarcelados lo son por delitos contra la propiedad. El 93% de las PPLs son adultos con casi nula educación. El 45% de los presos tiene entre 18 y 30 años; están en edad productiva, pero no tienen educación. ¿Puede, entonces, llamarnos la atención la proliferación del sicariato y el crimen organizado? Si el estado es incapaz de “organizar” para bien a paupérrimas parcelas sociales, siempre habrá quien las “organice” para mal.

Las sociedades intrínsecamente injustas más que víctimas son victimarias. Hemos escuchado comentarios tan tontos como “que vengan los delincuentes a emprender contra los míos… los recibiré con las armas que mi familia guarda en casa”. Nos gustaría mirar a esos “machos machotes” cómo reaccionarán cuando les toque disparar contra los agresores; es fácil hablar de cojones, pero inmensamente difícil usarlos. O cuando por accidente resulte herido o muerto un nieto con el armamento almacenado en sus hogares.

La mejor “arma” contra la violencia es la concreción de una sociedad en que prime la responsabilidad social… y derivada “solidaridad humana”, frente a sectores forzados a delinquir para subsistir. El comentario no tiene connotación ideológica sino simple sentido común, del cual carecen los inhábiles para recapacitar inteligentemente, convencidos que la violencia y el delito son fruto de placer del delincuente pero no de deficiencias de la sociedad. 

Pocos días atrás hubo un atraco en una farmacia de Cumbayá. El “delincuente” lo consumó para apropiarse de un bote de fórmula para bebé. El evento es tan solo manifestación de la impresentable pobreza imperante en el país, de la cual se aísla aquella parte de la sociedad que vive “su mundo”. Esa que aboga por una economía próspera, pero poco hace más allá de mirar “sus bolsillos” y su bienestar al margen de aquellos de los desventurados. 

Todo esfuerzo por aquietar la violencia será vano mientras existan fracciones sociales que se resistan a compartir su fortuna material y espiritual. Segmentos avaros, mezquinos, sórdidos y egoístas que hablan mucho pero hacen nada para superar la miseria de enormes porciones de la sociedad. Paradójicamente, son estos quienes desean armarse. La mejor manera de frenar la violencia es luchar contra las inequidades de una sociedad que debate entre el hambre y la depauperación.

En modo alguno justificamos la violencia, pero llamamos a reflexión sobre el más elemental adeudo que tenemos ante los desafortunados. Es hora de organizarnos; sí, lo es. Pero de hacerlo con objetividad y cordura. (O)

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