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Las multitudes solo viven... subsisten sin conciencia de la necesidad de trascender. Permanecen intelectualmente inmóviles, convencidas de que el mundo es “su mundo”, y por lo tanto ciegas a aquel. El hombre masa, el ramplón, el banal deja de cuestionar tanto su existencia cuanto sus obligaciones éticas y morales para con la sociedad de que forma parte.

07 Febrero de 2023 11.39

En 1883 nace en Madrid el mayor filósofo español, José Ortega y Gasset. De su extensa obra interesa hoy La rebelión de las masas, cuya primera edición data de 1929. En varias columnas hemos referido al “hombre vulgar”… aquel que sintiéndose “como todo el mundo” no se angustia, pues “se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”. La “masa” es para el autor el conglomerado de estos individuos que no valoran a sí mismos. Ocultan su insuficiencia en las carencias de las turbas.

Ortega y Gasset conceptúa a la sociedad como la unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. La primera, dice, son individuos o grupos de estos “especialmente cualificados”, a diferencia de las masas que es el conjunto de personas no cualificadas. La clasificación no tiene relación con estatus social alguno, ni menos con condición utilitaria, pero con incapacidad de sobreponerse a su propia mediocridad intrínseca. En su desesperación de ganar terreno político o de cualquier otro orden, al hombre masa no le preocupa lo ridículo del accionar personal, siendo que todo vale, aún a costa de su dignidad.

Las multitudes solo viven… subsisten sin conciencia de la necesidad de trascender. Permanecen intelectualmente inmóviles, convencidas de que el mundo es “su mundo”, y por lo tanto ciegas a aquel. El hombre masa, el ramplón, el banal deja de cuestionar tanto su existencia cuanto sus obligaciones éticas y morales para con la sociedad de que forma parte.

Siendo que en la realidad vivencial siempre habrá “masas”, el rol de las “minorías” es esencial. Están convocadas a exigir excelencia de sí mismas, y a través de ese esfuerzo llegar a las masas con un mensaje de superación. Mientras más minorías de este tipo existan, más pequeñas serán las catervas. Algo tan sencillo es incomprendido por sectores políticos y sociales que viven sumidos en mezquindad, incapaces de razonar… así condenan a los países a deterioro global pues su propia insignificancia la camuflan entre la pobreza intelectual de las concentraciones de entes baladíes.

La obra concebida en los albores del siglo XX es de plena vigencia cien años después. El sostenido proceso de deterioro sociopolítico de buena parte del mundo se origina, a su vez, en la decadencia de aquellas fracciones sociales y políticas que – al amparo de lo que algunos politólogos denominan “hiperdemocracia”, como aberración de la democracia – han accedido al poder como meras aglomeraciones. Vivimos en una deprimente sociedad de mazacotes.

Afirma el pensador español que la masa es “el hombre medio”. En sus palabras, el mostrenco social que no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico. Es un ser carente de autoestima, que se complace con su ordinariez en tanto la misma no le exige más de aquello que “buenamente” puede dar, sin el esfuerzo propio del sujeto que en todo momento demanda progreso. No es acrecentamiento material, pero de orden humano, cultural, en erudición que le permita expandir su limitado mundo colmado de prejuicios y taras.

En el “hombre excelente” se identifica no el “petulante” que tiene de sí una opinión privilegiada, sino quien consciente de su valor lo transmite a los demás en el propósito de llevarlos a superación. En tales circunstancias, dejará de ser vulgar el ser cuyo mayor conocimiento y convicción es puesto al servicio de la sociedad, pues solo así trascenderá. 

“Ser diferente” es imprescindible. El hombre jamás puede ni debe sentir temor en presentarse como individuo distinto de la aglomeración, principalmente en cuanto al potencial de su intelecto. Quien se abstiene de exteriorizar sus contrastes será vulgar, siendo que la masa “arrolla todo lo calificado y selecto”. Sin embargo, es siempre necesario distinguir entre intelectualidad y seudointelectualidad. 

Para referirse a los seudointelectuales, Ortega y Gasset habla del “progresivo triunfo de los […] incualificados, incalificables y descalificados”. El daño que pueden generar en la sociedad es inconmensurable. Al hacer gala de conocimientos de que carecen y/o pretender dictar cátedra anodina, lejos de salir de su rusticidad ahondarán en ella.

La edición 31ª de La rebelión de las masas incluye un “Prólogo para Franceses”. El filósofo sostiene que dondequiera ha surgido el hombre-masa como un tipo de ser hecho de prisa, montado sobre pobres abstracciones que producen una asfixiante monotonía. Se refiere a los hombres sin la nobleza – intelectual – que obliga: “sine nobilitate – snob”… vacíos de destino. (O)

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