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trabajos silenciosos
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Los que trabajan en silencio no necesitan del aplauso. Sus éxitos y los esfuerzos, son su crédito moral; son la evidencia de que construir, educar, pensar, es asunto más serio que un discurso; que las obras se enriquecen con la satisfacción de quien las hace, con la humanidad que se impregna en cada cosa.

17 Marzo de 2023 15.16

Nos hemos habituado al estrépito. A la vaciedad de las promesas, a las inauguraciones y a los homenajes. Ya no se habla, se grita; no se piensa, se difunde la primera tontería que llega al celular. No se reflexiona, se chismea; no se analiza, se aplaude o se condena. Parecería que ahora, por cualquier disparate que se haga o se diga, se espera recompensa, reconocimiento, que, si no llega con la urgencia y en la forma a la que el personaje del caso aspira, emponzoña su ánimo. Son los tiempos de la prisa, del cálculo y el cinismo.

Vivimos la cultura del espectáculo, el tiempo de las grandes vanidades, de la democracia falsificada, convertida en interminable concurso y griterío; tiempos del liderazgo rebajado al precario y venenoso nivel del populismo; tiempos de la representación tergiversada, de las propuestas transformadas en publicidad. Época en que se cree que el país se agota en la política, el electoralismo y las perpetuas campañas.

Pero, el progreso de las sociedades y el sólido prestigio de la gente, y por cierto, la autoridad moral verdadera, no nacen del alboroto, nacen del silencio, del trabajo, de la modestia en la labor, de la paciencia, de la tarea constante, de las ideas que maduran, de las obras y de las ilusiones.  La empresa seria, los emprendimientos, las profesiones llevadas con responsabilidad y mesura, la academia, si elude los estruendos; la escuela, cuando educa; el trabajo intelectual honrado y la labor material, se gestionan sin necesidad de anunciar resultados mentirosos, ni de promover triunfos hipotéticos. 

En contraste con la vida pública, saturada de política e intoxicada de discursos, el trabajo de la sociedad civil es generalmente silencioso, salvo cuando excepcionalmente es preciso contar, opinar o difundir. Su naturaleza, es siempre austera, modesta. Allí está una de las diferencias entre la política y el trabajo, entre el estruendo del hablador y la modestia de quien produce, entre el dirigente que vive de la manipulación, la imagen y la pose, y el que construye. El artesano, el agricultor, el industrial, el profesor, ¿necesitan escandalizar en torno a sus tareas, hablar, alabarse y ofrecer la salvación en la tierra? No. Requieren paz y seguridad para trabajar, serenidad para producir, reflexión para planificar, paciencia para ver crecer sus obras.

El Estado se ha convertido en palabrería. Más allá de la obligación de informar a la comunidad, todo son ofertas, propaganda, literatura barata, inauguraciones, disputas.  ¿Será posible hacer menos discursos y trabajar más? La política, ¿está hecha de enunciados y proclamas solamente, o quizá podría ser reflexión, trabajo eficaz, obra honorable, generosidad, mano extendida?

Los que trabajan en silencio no necesitan del aplauso. Sus éxitos y los esfuerzos, son su crédito moral; son la evidencia de que construir, educar, pensar, es asunto más serio que un discurso; que las obras se enriquecen con la satisfacción de quien las hace, con la humanidad que se impregna en cada cosa. Que producir no es asunto de decir, es tema de cumplir, de hacer y hacerlo bien. (O)

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