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La brutalidad de la guerra ha sido lejana a muchos de nosotros, aun cuando no ha existido en la historia de la humanidad época alguna sin ella. Sin embargo, la tecnología nos permite presenciar tristemente y en vivo la actual e injustificable invasión de Ucrania por parte de la súper potencia rusa, que intenta poner de rodillas a un pueblo.

16 Marzo de 2022 13.58

En las últimas semanas hemos sido testigos de las atrocidades de una guerra que se encuentra tan lejos, pero a la vez tan cerca. Hemos visto atónitos, quizá por primera vez, como por los distintos medios de comunicación se trasmiten imágenes de la locura a la que puede llegar el ser humano. Reflejo del ego y la ambición de unos pocos y la mirada hacia otro lado de una parte del mundo, mientras velan por su propio metro cuadrado o hacen cálculos económico-políticos.

La brutalidad de la guerra ha sido lejana a muchos de nosotros, aun cuando no ha existido en la historia de la humanidad época alguna sin ella. Sin embargo, la tecnología nos permite presenciar tristemente y en vivo la actual e injustificable invasión de Ucrania por parte de la súper potencia rusa, que intenta poner de rodillas a un pueblo. 

Si revisamos la historia, encontraremos que las guerras han sido parte del ser humano desde que tenemos recuerdos. Encontraremos como el hombre ha sido capaz de infligir daño a sus semejantes por política, poder, fanatismo, religión o simplemente por que puede hacerlo. Pero si nos quedamos con esa visión, tendríamos el pretexto para mantenernos impávidos con lo que ahora está sucediendo, por que "así mismo ha sido siempre". Pero esta no es toda la verdad. Es cierto que la violencia ha sido una constante y muchos males del planeta han llegado como consecuencia, pero también la historia esta repleta de gente que ha vivido inmersa en gigantescos actos de amor y compasión, aun en las circunstancias más adversas. 

La naturaleza buena o mala del hombre ha sido discutida con profundidad por filósofos como Hobbes, que sostenía que “el hombre es un lobo para el hombre” y que en ese estado precivilizado lo que impera es la guerra de todos contra todos. Otros como Rousseau mantenían lo opuesto, es decir, que el ser humano es por naturaleza bueno y empático. Lo cierto, es que hemos visto los dos flancos y a veces en el mismo Ser. Una especie de doctor Jekyll y Mister Hyde. La potencialidad de ir al un extremo o al otro. Sin embargo, con el avance de la civilización, aun con todos sus defectos, parecería ser que existe una tendencia hacia buscar la luz. Las religiones, en su mayoría, ya no se permiten justificar la muerte del que cree diferente. Las doctrinas políticas en general, pretenden el bienestar y no la destrucción del más débil o el que disiente. La educación a nuestros hijos, con sus errores, impulsa a tender la mano y no hacerse de la vista ciega con el violento. Aun las guerras, dentro de su hipocresía tienen sus reglas. Podríamos pensar que caminábamos hacia un mundo algo más tolerante y que estamos lentamente aprendiendo a controlar nuestros impulsos más primitivos. Hasta que nos encontramos con una guerra como esta.

El impacto de lo que está sucediendo nos puede llevar a un pesimismo inesperado. Más aun después de dos años de pandemia, con penurias, circunstancias duras pero también aparentemente con enseñanzas. Este sentimiento de desesperanza es normal dadas las circunstancias. Más aun si consideramos que hay muy pocas probabilidades de encontrar cambios en quienes llevan esta guerra adelante y en quienes la toleran. A pesar de ello, no podemos dejar de ver la otra cara de la moneda o corremos el riesgo de perder por completo la fe en el ser humano. No debemos dejar de comprender la magnitud de lo que no hace noticia estridente frente a las escenas de muerte, como aquellos actos de humanidad que suceden en medio de tanto desvarío al mismo tiempo. Por que, así como hemos visto malhechores causantes de sufrimiento, también hemos presenciado actos de compasión y humanidad inmensos. Solo para dejar unos ejemplos:  el trabajo de miles de voluntarios ayudando a los refugiados en Polonia y otros países de Europa sin pedir nada a cambio. El pueblo alemán recibiendo niños judíos que escapan de los lugares de batalla. Ucranianos dando de comer a un invasor cautivo y haciendo una llamada a la madre de este soldado que es casi un niño. Protestas en todo el mundo, pidiendo detener la destrucción y no se diga, la valentía del pueblo ucraniano por defender su tierra. Acciones que, en medio de esta avalancha de salvajismo, encienden una pequeña luz de optimismo respecto de la naturaleza del hombre. Estos momentos de compasión deben generar una ola de aliento. Tal vez los gestos del lado luminoso de una parte de los habitantes del planeta puedan dar un sentido. Quizá signifique, que en el ser humano, no todo este perdido. (O)

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