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... “Cuando el poeta habla/ no han de gemir las puertas/ ni han de sonar las páginas. /No han de vibrar los pianos/cuando el poeta habla, /porque el poeta es alguien/que se parece a Dios/cuando transforma en pan cada palabra”. Violeta Luna

10 Mayo de 2023 12.49

Décadas atrás, antes que el siglo XX se parta por la mitad, cuando existían periódicos y revistas de papel en Quito, llegaban con inusitada frecuencia publicaciones provenientes de Argentina, México, Cuba o Colombia, impresos de distinto tipo: magazines de belleza y modas, revistas de política o semanarios agropecuarios incluso boletines gremiales. Todos estos ejemplares tenían una sección literaria muy bien definida y esperada; el caso de los periódicos locales los suplementos “culturales” aparecían los fines de semana, ocupando sus celebrados espacios con cuentos y artísticos gráficos, pero sobretodo con poesías de autores consagrados o jóvenes con pretensiones de poetas que empezaban a brillar con luz propia

En ese tiempo las composiciones poéticas llegaban a los lectores que con especial deleite saboreaban la lírica de Rubén Darío…” Dichoso el árbol que es apenas sensitivo…” de García Lorca…” Y que yo me la llevé al río…” o Alfonsina Storni… “Se me va de los dedos la caricia sin causa…” y más de una ocasión los miles de consumidores de versos encontraban – entre incrédulos y emocionados- el texto completo del “Brindis del Bohemio “ del mexicano Guillermo Aguirre y Fierro o el “ Seminarista de los Ojos Negros”  del dramaturgo español Miguel Ramos Carrión o la famosa letra del también mexicano Juan de Dios Peza “Reír llorando”… “ Viendo a Garrik actor de la Inglaterra…” no resultaba difícil hallar “Balada del Infante Loco” de Medardo Ángel Silva…”El pálido infante/ una extraña locura tenía…” o con “La vida Perfecta” de Jorge Carrera Andrade…”Conejo, hermano tímido, mi maestro y filósofo..” La poesía tenía entonces un canal abierto y un especial sentimiento conducía al disfrute de la palabra escrita.

Las radioemisoras de ese pasado y a veces añorado momento, ponían en antena la voz inconfundible de Antonio Cómas, más conocida como el Indio Duarte, declamador y poeta argentino nacido en Tierra de Fuego y fallecido en Perú en 1965. Artista exclusivo de la disquera Fuentes con la que grabó tres LP – declamación y poesía pura-  de gran venta y difusión en América Latina y que sirviera para que muchos actores y estudiantes secundarios intentaran emularlo. Su potente voz, su clarísima dicción y sus versos gauchos dejaron la impronta en muchas generaciones de oyentes de todo el continente. “El Beso”, “Me echaron del puesto” o “Por qué no tomo más” eran intervenciones líricas casi obligadas en las sabatinas y festejos escolares o colegiales de la época, así como en reuniones familiares donde no faltaba un sobrino o una tía que, con más o menos solvencia, se las arreglaban para presentar sus condiciones histriónicas recitando “Los motivos del lobo” del consagrado vate nicaragüense.

Profesores y estudiantes de literatura esperaban con ansías la llegada de esa variopinta serie de impresos para revisar y regocijarse con “Carta a una colegiala” de César Dávila Andrade, o “La hora “de Juana de Ibarbourou o quizás “Miedo “Gabriela Mistral o “Poema 20 “de su paisano Pablo Neruda. Eran tiempos del verso y la métrica, cuyo goce no tenía ni límites ni fronteras, tal el  caso de mi abuela materna que adoraba los versos y celebraba la rima. Disfrutaba del texto y como queriendo inmortalizarlo lo recortaba y cuidadosamente lo pegaba, en medio de cenefas, flores y delicados dibujos en las páginas de un empastado libro de Contabilidad que con el paso del tiempo y de los días fue convirtiéndose en “El Álbum de Poesía” más completo que haya conocido y cuya repetida lectura y constante repaso motivó mi amor hacia la palabra.

En este artesanal álbum- reservado para hijos y nietos- no faltaron nunca nombres como Jorge Manrique, Amado Nervo, Gustavo Adolfo Becker, José Ángel Buesa o Rosario Sansores, títulos inolvidables como “El cuervo “ del Edgar Allan Poe, “La canción del pirata” de José de Espronceda o “Los Heraldos Negros” de peruano César Vallejo, “Emoción Vesperal “ de Ernesto Noboa Caamaño o “La tarde  muerta” de Humberto Fierro  ocuparon páginas enteras de una – sui generis- Antología que logró presentarnos “de cuerpo entero” al verso, la métrica o la poesía total.

Los pocos impresos – periódicos y revistas - que actualmente existen ya no traen ni “secciones literarias” ni tampoco existen “suplementos culturales”, los poetas contemporáneos- que a pesar de todo aún publican-  tienen otros derroteros que van de la mano con el internet o las redes sociales. El “Álbum de Poesía” o la Antología Personal de Ana María Dueñas es el recuerdo de una época irrepetible, la añoranza de una persona que hizo de la sensibilidad literaria un canto a la vida, un homenaje a los poetas del mundo y que dejó un legado nostálgico y eterno en quienes apreciamos la delicada musicalidad del verso o la precisión matemática de la rima.

“Hay tardes en las que uno desearía /embarcarse y partir sin rumbo cierto, / y, silenciosamente, de algún puerto, /irse alejando mientras muere el día…” Ernesto Noboa Caamaño (O)

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