La cita era a las 8:30 del jueves y llegué a las 8:25. En las afueras del centro de revisión vehicular había una fila de unos seis o siete autos. Ocupé el puesto ocho. El ingreso fue mucho más rápido de lo que imaginé y las 8:30 estaba ya adentro; estacioné el vehículo donde uno de los empleados del lugar me indicó. En una de las ventanillas enseñé la matrícula y mi cédula de identidad, luego entregué la llave del carro. Habían pasado unos 10 minutos y solo me quedaba esperar. La mañana era soleada en Los Chillos.
Acostumbrado a las largas filas, a los procesos lentos, muy lentos, de las instituciones públicas ecuatorianas, respiré profundo y me dije ¡paciencia, tengamos paciencia!. Terminaba ese pensamiento y enseguida me encontré con un colega, un querido amigo de Cuenca que también vive en Quito, en Cumbayá para ser preciso.
-¿Qué haces por acá, vos no eres de estos barrios?, le pregunté con una sonrisa.
-Lo mismo que vos, me respondió. Y añadió: “vengo a este centro de revisión porque es más rápida la atención. En Quito son unos filones”.
Un par de bromas, una actualización de lo que cada uno hace ahora y la conversación terminó. El vehículo de este amigo había pasado el proceso de revisión y él se marchaba rumbo a su lugar de trabajo. No vi la hora, pero no había pasado más de 15 minutos desde mi llegada. Ya sin nadie con quien conversar me acerqué al galpón donde vi que mi carro era sometido a las típicas pruebas que son parte de la matriculación.
Unos cinco minutos después fui a una nueva ventanilla. El vehículo había aprobado la revisión técnica, me entregaron el sticker que certifica que se cumplió el trámite y me dijeron: “la matriculación es en línea, buen día”. El reloj marcaba las 9:10 y ya estaba saliendo del lugar. Sí el trámite había terminado en algo más de 30 minutos. No lo podía creer y enseguida recordé que al año pasado ocurrió algo similar.
Salí contento, no podía ser de otra manera. Lo que pensé que me tomaría al menos una o dos horas, se resolvió en lo que dura el capítulo de una serie en Netflix o un entrenamiento de atletismo de 5 km. Y luego me pregunté ¿por qué no pueden ser así todos los trámites en el sector público?
Desconozco cuántos vehículos llegan a diario al centro de revisión de Los Chillos y a los demás puntos de atención que están repartidos en distintos lugares de Quito. Tampoco sé cuántas personas atienden en este y otros puntos de revisión técnica. Pero sí sé que las buenas prácticas en el sector público pueden replicarse si se lo hace con voluntad, planificación y determinación, pensando en el buen servicio y la buena reputación de la entidad que representan. También sé que un ciudadano bien tratado en cualquier institución pública siente que sus impuestos sirven para algo y que va a hablar bien de la institución que lo trató con agilidad y respeto.
También es cierto que lo más fácil es ir por la vida quejándose de los malos tratos en instituciones públicas y empresas privadas. Pero cuando uno recibe un buen servicio hay que decirlo, para que todos lo sepan y, de ser posible, se imiten estas acciones en diferentes instancias. ¡Cruzo los dedos para que así sea! (O)