A comienzos de 2024, Gregory Cooke, que entonces tenía 27 años, no pensaba convertirse en la cara de nada. Ya había pasado por los altibajos del emprendimiento. Unos años antes, dirigió con éxito una agencia digital con 42 empleados, dedicada a diseñar sitios web para clientes de todo el Reino Unido. Y aunque el negocio dejaba ganancias, la presión lo desbordó. Las reuniones se alargaban hasta los fines de semana y las llamadas de clientes le arruinaban las cenas. El agotamiento lo llevó a dejar todo.
Cuando volvió a emprender en 2024, lo hizo con otra lógica. Creó un producto digital —un PDF simple hecho con ChatGPT y Canva—, lo conectó con un sistema de ventas automatizado y lo ofreció online. Cooke me dijo que no participó de videollamadas ni abrió un canal de YouTube con su cara, pero en mayo de 2024 ya había generado más de US$ 700.000 en ingresos, todo sin mostrar su rostro.
Forma parte de un grupo cada vez más grande de creadores —o más bien, emprendedores digitales en solitario— que levantan negocios impulsados por inteligencia artificial y automatización, sin mostrarse en público ni construir una marca personal, y muchas veces sin acumular grandes cantidades de seguidores. A ese modelo algunos lo llaman "automatización sin rostro", aunque Cooke prefiere otra expresión: "cultivo de activos de IA".
Según explica, se trata de "la idea de que cualquiera puede convertir sus conocimientos en un conjunto de activos generadores de ingresos mediante IA sin siquiera aparecer en cámara".
"Antes pensaba que formar un equipo y arriesgarse era el único camino", dijo. "Ahora creo que la simplicidad escala mejor".
Sin rostro y rentable
Cooke no es el único en este nuevo terreno de videos sin rostro hechos con inteligencia artificial. Ashley Kemp, exmilitar del ejército británico que fue enviado a Afganistán a los 18 años, pasó varios años detrás de ideas de negocio más tradicionales, aunque la mayoría fracasó. En 2024, lanzó su primer producto sin rostro: una guía digital sobre marketing de afiliación, creada por completo con herramientas de IA y promocionada con contenido corto generado con un avatar. Según contó en una entrevista, en tres meses ya tenía ingresos netos mensuales de seis cifras.
Cooke y Kemp ayudaron a popularizar un estilo de negocio que parece ir a contramano de la economía de los influencers, donde abundan los vlogs de estilo de vida y los creadores dependen del carisma. Y no son los únicos.
En foros de Reddit como Passive Income y en comunidades dedicadas a la automatización en YouTube, se repiten casos similares: canales financieros sin rostro que ganan dinero con publicidad en videos narrados con voces generadas por IA; tiendas online que venden plantillas de Notion hechas con IA; personas con trabajos secundarios que llegan a ganar miles de dólares por mes con cuentas de TikTok sin mostrar nunca una cara.
¿Cómo lo hacen? Aunque cada uno tiene su estrategia, el modelo suele repetirse. Primero usan herramientas como ChatGPT, Canva y Tome para crear productos como ebooks, guiones y presentaciones. Después integran esos materiales en plataformas como Gumroad, Stan Store o Kajabi. Por último, atraen tráfico con contenido corto, muchas veces generado con avatares de IA de servicios como Synthesia.
La economía detrás de este ecosistema empieza a captar atención. Goldman Sachs proyecta que la economía global de creadores llegará a los US$ 480.000 millones en 2027, impulsada sobre todo por formas de monetización distintas a las que siguen los influencers tradicionales. Por otro lado, un informe de Research and Markets estima que el sector de la educación digital superará los US$ 80.000 millones en 2030, gracias al microaprendizaje y a la venta online de conocimientos.
Lo más llamativo es lo poco que cuesta arrancar. La mayoría de las herramientas que usan Cooke y Kemp —como ChatGPT, Canva y Stan Store— son gratuitas o cuestan menos de US$ 30 por mes. No hace falta conseguir inversores, no hay gastos fijos importantes, ni jefes encima. Y tal vez lo más importante: no hay agotamiento.
Un cambio en la forma de trabajar
Para entender la importancia de este tema, hay que mirar un poco más de cerca. El mundo del trabajo atraviesa transformaciones permanentes. En 2023, los despidos en el sector tecnológico superaron los 260.000, según datos de Layoffs. Al mismo tiempo, 43 millones de estadounidenses tienen deudas por préstamos estudiantiles, con pagos mensuales que rondan los US$ 350, de acuerdo con cifras del Departamento de Educación de EE.UU. Aunque hay más títulos universitarios, el 52% de los recién graduados sigue subempleado, según un informe del Instituto Strada para el Futuro del Trabajo y el Instituto Burning Glass.
En paralelo, la inteligencia artificial modifica el terreno para los trabajadores autónomos. Un informe de McKinsey de julio de 2023 calculó que "hasta el 30 % de las horas trabajadas en EE.UU. podrían automatizarse para 2030". Muchos de esos empleos no desaparecerían por completo, pero sí cambiarían: se reorganizan, se reinventan y se distribuyen de otra manera. Algunos ya aprovechan esta transición para replantear sus carreras desde cero.
"La gente cree que necesitás una audiencia masiva o destacar ante la cámara", dijo Kemp. "Pero hay miles de personas que se ganan la vida discretamente con herramientas de IA. No son influencers. Son trabajadores digitales".
¿Pero es sostenible?
Aunque varios creadores lo presentan como el futuro, no todos creen que este modelo se pueda sostener en el tiempo. A muchos críticos les preocupa que dependa demasiado de plataformas ajenas y de contenido generado por inteligencia artificial, que muchas veces resulta reciclado, superficial o directamente engañoso.
TikTok y Meta aplicaron nuevas políticas para exigir que se informe cuándo el contenido fue generado con IA. Al mismo tiempo, plataformas como Etsy empezaron a tomar medidas más estrictas contra productos creados con IA que se ofrecen como si fueran hechos a mano. También entra en juego la confianza: ¿los productos sin rostro pueden generar credibilidad? ¿Los creadores anónimos están en condiciones de encargarse de la atención al cliente, mejorar lo que hacen o responder con criterio a las críticas?
"El riesgo es que la creación anónima se convierta en una responsabilidad anónima", dijo un inversor de startups que pidió no ser identificado. "Cuando nadie rinde cuentas, la calidad se resiente. Y cuando las plataformas cambien sus reglas —y lo harán—, muchos de estos negocios desaparecerán de la noche a la mañana".
Kemp reconoce estos riesgos. Pero para él, y para muchos otros creadores de videos anónimos, las concesiones son deliberadas. "Muchos de estos creadores no buscan precisamente construir el próximo unicornio SaaS. Solo buscan generar un flujo de ingresos sostenible sin sacrificar la autonomía", afirmó.
Todavía no se sabe si este modelo va a aguantar futuros cambios en los algoritmos o nuevas restricciones en las plataformas. Por ahora, lo que sí está claro es que la inteligencia artificial bajó las barreras para emprender y abrió nuevas preguntas sobre qué significa realmente el trabajo creativo.
Hubo un tiempo en que emprender implicaba una presentación, una demo de producto y una sala llena de inversores, casi siempre escépticos. Después pasó a ser una marca personal, una audiencia y contenido constante.
Ahora, para una nueva camada de trabajadores digitales, tal vez no haga falta tener muchos seguidores, ni una oficina, ni siquiera un equipo. A veces alcanza con una idea, conexión a Internet y un par de herramientas con inteligencia artificial para que cualquier persona pueda armar un negocio que facture seis cifras.
Nota publicada en Forbes US.