Los cinco hermanos Kohn se enlistaron como soldados y estaban listos para ir a la Primera Guerra Mundial. Era 1914 cuando este evento devastó el orden político, económico y social del mundo. Millones de vidas se perdieron y millones de familias fueron destruidas. Excepto una, la de los Kohn. Estos guerreros sobrevivieron. Uno de ellos estuvo cuatro semanas en la línea de frente y fue capturado por el bando contrario. Como prisionero de guerra fue enviado a la Siberia y logró escaparse en medio de la Revolución Bolchevique, que instauró el régimen socialista en Rusia en 1917. Este personaje, Camilo Kohn, nacido en Checoslovaquia (hoy República Checa y Eslovaquia), regresó a Praga cuando ya había acabado la Gran Guerra. Ahí conoció a quien sería su esposa, Hilda Toepfer.
Fueron poco más de 20 años de "paz" hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial. Las experiencias vividas marcaron su camino y Camilo sabía que algo no andaba bien. No le gustaba lo que estaba pasando y decidió salir de Checoslovaquia en 1938, casi un año antes de que se desatara este conflicto y también el Holocausto, que terminó con aquellos familiares que decidieron quedarse. Sin tener un destino claro, habló con unos amigos japoneses, quienes le advirtieron que no fuera para allá. A esta decisión se sumaron todos su hermanos, con sus familias, su esposa, su cuñada, el marido de su cuñada y su suegra.
Juntos, con dudas y miedos, consiguieron la visa para Ecuador, un pequeño país en medio del continente americano. Con todo el caos, era imposible sacar dinero o viajar con alguna pertenencia de valor. Así que encontraron una deuda que tenía el Gobierno ecuatoriano —por adquirir municiones y armamento— con una empresa checoslovaca.
Saldaron esa obligación, con la esperanza de recibir el dinero de vuelta en nuestras fronteras. Dejaron las llaves puestas en su coche y tomaron un tren en la estación de Praga. No había vuelta atrás. Cruzaron Alemania y llegaron al puerto de Francia para esperar un barco que los alejaría del peligro.
La travesía del Atlántico duraba, en ese entonces, entre dos y cuatro semanas. Esta familia judía llegó a altamar en Salinas (costa ecuatoriana) en 1939, donde tomaron un barco más pequeño y por fin tocaron tierra firme. Viajaron a Guayaquil, donde no los dejaron entrar porque eran considerados migrantes ilegales. Camilo decidió ir a Quito para hablar con el ministro de Defensa, Galo Plaza Lasso, quien escuchó su historia y accedió a saldar aquella obligación. Con estos fondos, el clan logró sobrevivir y fundar una empresa que hoy es un emblema en Ecuador.
Esta historia, digna de un serie de Netflix, resume uno de los tantos viajes de la familia Kohn, y fue relatada, para Forbes Ecuador, por uno de sus herederos, Javier Kohn, nieto de Camilo. A su arribo, se establecieron en Quito por un tiempo y luego, cada uno, fue tomando rumbos distintos. Unos se mudaron a Cuenca, otros permanecieron en la capital y otros siete, entre ellos Camilo, se movieron a Ambato. Juntos comenzaron con IDEAL Industria de Alambre en 1940, nueve meses y medio después de su llegada al país, con US$ 5.000 de inversión.
En un inicio, el plan era fabricar mallas de alambre, por la cantidad excesiva de mosquitos y la escasez de productos para mantenerlos afuera de las viviendas. Camilo tenía cierta experiencia por sus años como vendedor de productos de ferretería en su país natal. Fabricaron estas mallas con un telar comprado en Estados Unidos por US$ 1.600 y con una importación de alambre de cobre por US$ 2.000. Su hermano Félix, ingeniero textil, le ayudó a montar la máquina tejedora de alambre, y sus otros hermanos le apoyaron con préstamos personales.
Camilo saldó estas deudas, primero compró las acciones de su cuñado y en 1968 adquirió la participación de su hermano para entregar la compañía a sus hijos Pedro, Tomás y Juan. Estas mallas de alambre crearon un legado, fortalecieron el mercado nacional e impulsaron a pequeños negocios a convertirse en grandes empresas, como la Ferretería Guevara en Guayaquil.
Tiempo después, cambiaron el nombre a Ideal Alambrec y el "hecho en Ecuador", con orgullo, ha estado siempre grabado en sus etiquetas. Las líneas escritas anteriormente se esconden en cada rincón de su fábrica en el sur de Quito. Un pequeño museo recoge sus primeras máquinas, aquellas con las que tejían y aquellas con las que diversificaron su oferta, como la maquinaria para fabricar clavos o elaborar alambre de púas. Javier, con unas botas de punta de acero, un jean y una camisa a cuadros, dirigió el tour, que nos permitió conocer las instalaciones desde sus adentros.
Ser hijo de migrantes nunca le afectó en su desarrollo, pero sí en esas ansias de emprender, de educarse y de trabajar desde muy joven. Javier nació en Quito hace 52 años y tiene en su memoria las vacaciones en que "seudotrabajaba" en distintas áreas de la empresa. Vivió en su ciudad natal hasta cumplir los 17 años, cuando decidió convertirse en un ciudadano del mundo. Su padre Juan, quien lideraba la compañía, les dio la oportunidad a él y a sus tres hermanos de descubrir sus propias pasiones y los empujó por distintos caminos. Al mayor le gusta la tecnología, el otro es biólogo, el menor tiene restaurantes y solo Javier ha cultivado ese amor por el acero.
Se graduó del Colegio Einstein y estudió cuatro años Ingeniería Mecánica en la Universidad Carnegie Mellon de Estados Unidos. Realizó un intercambio de seis meses en México y su primer trabajo después de graduarse fue en una consultora especializada en procesos industriales para el área textil y de confección.
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