Desde un pequeño barrio llamado San Juan, en Loja, a un local propio en el centro de Quito. El recorrido de Lorena Valarezo no fue fácil ni lineal. Salió hace 22 años de una zuna rural, al sur de Ecuador, donde no había centros educativos, solo una pequeña escuela que le permitió llegar hasta sexto grado. El resto de su formación la realizó en el "colegio de la vida". Hoy, a sus 44 años, conversó con Forbes Ecuador, sobre los ingredientes que fue adquiriendo para convertirse en una empresaria de la industria gastronómica.
También te puede interesar: ¡Es la hora del té millonario!
Siendo una adolescente trabajó en un restaurante y luego como empleada doméstica. Un gesto de su hermano mayor (quien había adquirido una panadería en Quito) marcó el inicio de su nueva vida: "le pidió a mi mami que me enviara a trabajar con él porque necesitaba ayuda". Con una maleta y muchos sueños en sus hombros, se mudó de casa, de ciudad y de provincia. Fue en ese nuevo negocio donde conoció a su esposo y, fue con él con quien, años más tarde, sin dinero ni grandes planes, comenzó a preparar las primeras humitas. Fueron 30 unidades, cocinadas por su socio. Él las colocaba en un balde transparente y salía a recorrer las calles. "El primer día sí vendió, los otros las regaló para que prueben y así empezó todo".
Este negocio no nació con estrategia, solo con necesidad. Ante la falta de empleo y sin conocer a nadie en la ciudad, su esposo improvisó esta primera tanda. A los pocos días, varias cafeterías comenzaron a llamar con pedidos y la producción se fue multiplicando. Al mismo tiempo, que las humitas se ofrecían en la panadería familiar. Al ver la buena acogida, decidieron dejar de salir a vender y concentrarse en atender pedidos. "Las primeras dos clientas que aceptaron nuestras humitas siguen trabajando con nosotros hasta hoy, después de 22 años".
Al inicio, la producción era artesanal y familiar. Valarezo y su esposo trabajaban solos. Cocinaban, empacaban, distribuían y, al mismo tiempo, cuidaban de sus hijos, que hacían los deberes escolares entre el olor del pan y el vapor de las humitas. Así nació el deseo de tener un espacio propio. El primer local fue un pequeño departamento arrendado y adaptado, donde permanecieron por muchos años. Luego, vino un segundo más grande, en la calle Valparaíso (La Tola), pero llegó la pandemia. "Estuvimos 15 días sin trabajar y la gente me escribía preguntando si tenía humitas. Conseguimos dos saquitos de choclo y empezamos de nuevo". Es decir, el Covid-19 no los derrotó. "Muchas personas, también afectadas por la falta de empleo, compraban las humitas para revenderlas. Gracias a eso pudimos pagar las cuentas".
Cuando las restricciones terminaron, reanudaron el servicio y poco a poco retomaron su camino. En 2022, después de años de trabajo y ahorro, inauguraron su restaurante de dos pisos, con capacidad para 250 personas, que hoy atiende desde las 7:30 hasta las 20:30. En 2024, los números hablan por sí solos: más de 500.000 humitas producidas, 30.000 tamales lojanos, 21.000 almuerzos servidos, 50.000 tazas de café 100 % lojano, US$ 300.000 en facturación anual y 18.000 clientes registrados.
Actualmente, trabajan 20 personas en la empresa, incluyendo a Valarezo, su esposo y sus dos hijos. El menú se expandió considerablemente. Además de las humitas, ofrecen tamales, quimbolitos, bolones, empanadas y platos típicos como: la cecina, el chivo auténticamente lojano y la longaniza. También, sirven café de su marca propia, Aroma Loja, distribuido en varias cafeterías de la ciudad.
En este restaurante se utilizan entre 20 y 25 sacos de choclo diarios, combinando tres clases distintas de granos para mantener la textura y el sabor característicos de sus humitas, que no tienen mezclas ni añadidos. En cuanto a los precios, la política fue mantenerlos lo más accesibles posible. Hoy, una humita cuesta US$ 0,90, al inicio comercializaban tres por un dólar. Esta emprendedora define su restaurante como un rincón lojano en el centro-norte de la Capital. Como es costumbre en estos espacios, no pueden faltar los dulces tradicionales traídos directamente de Catamayo: roscones, bocadillos, bizcochos, mazapanes y más.
Contenido relacionado: ¿Sabías que puedes comer barato y salvar el planeta al mismo tiempo?
Los planes de expansión no se detienen. Ya cuentan con una pequeña sucursal en el norte de Quito, abierta para apoyar a un cuñado. Allí iniciaron vendiendo 30 humitas al día. Actualmente, piensan en un establecimiento más grande que replique el concepto de la sede principal. Para terminar la entrevista, Valarezo explica que su meta es brindar un mejor servicio al cliente, crecer y que su producto no decaiga.
La Humita Lojana es más que un restaurante, es el retrato fiel de una familia ecuatoriana que apostó por su sabor, su identidad y su trabajo constante. Medio millón de humitas después, siguen cocinando sueños, con choclo, manteca y, sobre todo, con el alma. (I)