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El Oso. Fuente: Difusión
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Qué ver: búsquedas, exigencias y familias disfuncionales en la nueva temporada de El Oso

Matías Castro

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Regresó una serie cuya intensidad se refleja en los colores de sus imágenes y en el drama de sus protagonistas, con una temporada que levanta cabeza frente a la anterior y empieza a exigir un cierre para la historia.

4 Julio de 2025 07.23

La serie El oso, cuya cuarta temporada se estrenó en Disney+, empieza casi todos sus capítulos y escenas in medias res. Sus protagonistas cocinan bucatini, tonnato, piccata, plum gelée y muchísimas cosas más con nombres exóticos para un espectador promedio. Sobre el vocabulario gastronómico que utilizan no hay, generalmente, explicación. Sobre la expresión in medias res, corresponde si, aclarar, que significa "a mitad de camino".

A casi todo capítulo y situación de esta serie, salvo el inicio de esta temporada que engancha con el final de la anterior, se llega cuando las cosas están a medio camino.

El oso es seductora. Es llevadera, ágil, bien musicalizada, bien actuada, refinada desde lo visual, pero difícil de roer desde lo narrativo. Los creadores Christopher Storer y Joanna Calo apuestan a exigirle al espectador, meterlo de lleno en situaciones que ya están iniciadas y diálogos que refieren a situaciones o vínculos que no aparecen en pantalla. 

La serie comenzó de ese modo y su cuarta temporada funciona igual, aunque quien la haya seguido cuenta con la ventaja de conocer el universo de personajes y sus móviles. 

El Oso. Fuente: Difusión
El Oso. Fuente: Difusión

El primer capítulo de la primera temporada era deliberadamente confuso, acelerado. Nos metía de lleno en el caos de la cocina de un restaurante de Chicago donde se elaboraban sándwiches rústicos entre gritos y desorden. Recién al tercer o cuarto capítulo todo empezaba a cobrar sentido y uno entendía que el protagonista, Carmy Berzatto (Jeremy Allen White) había dejado la alta cocina para volver al restaurante de su primo y su hermano, quien recién había fallecido. 

Poco a poco y entre saltos temporales, el espectador va comprendiendo lo que sucede y componiendo el todo. El acierto en la forma, que tiene que ver con la imagen, la música y las actuaciones, consiguió que la serie apareciera de la nada como parte de la oferta de streaming (normalmente las series tienen poca difusión previa cuando son novedades y no tiene grandes figuras detrás) y que se convirtiera en un éxito ante el público y la crítica. Críticos del Guardian y del New York Times no dudaron en calificarla como una de las mejores series de la década, sino la mejor. 

La tercera temporada se desinfló y, por momentos, pareció perder el vértigo y el rumbo de las dos primeras. Ahora, con la cuarta realizada por sus creadores en tiempo récord (la hicieron a continuación de la tercera), El oso levanta cabeza. 

Un timer en la cocina

La trama se apoya en una cuenta regresiva para el restaurante, que involucra la toma de varias decisiones y procesos internos de varios personajes. "Mostrá, en lugar de contar", es la regla cinematográfica y por eso los guionistas de la serie instalan, literalmente, esa cuenta regresiva en forma de timer en plena cocina. El tío de Carmy, quien en la segunda temporada les había prestado una enorme cantidad de dinero para convertir la sandwichería cutre en un restaurante de alta gastronomía, les indica con ese timer, desde el primer capítulo cuánto tiempo les queda para que venza su tolerancia a las pérdidas de dinero que no cesan.

Se hace inevitable preguntarse, como en temporadas anteriores, por qué Carmy y su gente eligieron reconvertir su propuesta gastronómica tradicional en una propuesta tan refinada, exigente y, por cierto, pretenciosa. Es cierto que el personaje viene de trabajar en esos ámbitos, bajo el mando de chefs que se parecen a coroneles en campos de entrenamiento. También es cierto que la sandwichería necesitaba mejoras desde el inicio, pero lo que sucedió, en definitiva, es que la convirtieron en algo que no tiene que ver con su esencia. 

Como no todo lo que transcurre en esta historia es explícito ni se ve en cámara, sino que el espectador va componiendo el puzzle, entendimos, sin necesidad de que algún personaje hiciera un discurso ni explicara nada, cómo la decisión de reforma implicó también mantener una barra de expendio de los tradicionales sándwiches, dirigida a un público más casual y de menos poder adquisitivo. 

De la misma manera fuimos comprendiendo los mundos, historias y matices de cada personaje. El logro no es menor y, desde ese lado, posiblemente podría compararse a la forma en que estaba escrita Better call Saul

El Oso. Fuente: Difusión
El Oso. Fuente: Difusión

Chicago cool

Sin embargo, hay algo en El oso que pone paños fríos a su tratamiento del drama humano. Hay algo que hace que la deuda y el desastre económico que enfrentan Carmy y su equipo no se sientan muy reales. Es algo que aliviana la depresión de algunos personajes, por más que los actores y los diálogos estén en su mejor punto (Jamie Lee Curtis da clases de actuación en sus contadas apariciones). El tratamiento estético de toda la serie, la paleta de color, la edición y el refinamiento enfrían el asunto en combinación con los momentos de comedia histérica que aparecen por aquí y por allá. 

Hay, por otro lado, un aire cool que es indisociable de la serie, tal como pasaba con Girls, de Lena Dunham. Es difícil darse cuenta de cuáles son los aspectos en los que yace lo cool, aquellos factores que podrían despertar esnobismo a la hora de verla y comentarla. Tal vez sea el factor de la comida y del cuidado con el que se la muestra, tal vez sea la estetización de todo, aunque este aspecto no llega a extremos como el de American Horror Story. O, tal vez, sea una impresión subjetiva nacida de la asociación de factores ajenos a quienes crearon la serie, como que su protagonista haya estado en pareja con Rosalía o haya protagonizado un aviso viral de Calvin Klein.

Como sea, vale la pena seguirla.

Recientes estudios de la medidora Nielsen arrojaron un dato histórico: la audiencia conjunta de streaming superó por primera vez a la audiencia de televisión de cable y aire en total. El oso oficia de puente entre ambos mundos, porque está pensada para la emisión por cable (tiene notorios cortes para comerciales) y circula globalmente por streaming. 

Hay quienes han dicho que los temas que tratan son la tensión entre el conformismo y el cambio o la simplicidad versus la complejidad. Sin embargo, tras cuatro temporadas, el tema que la atraviesa es más universal, la familia.

Además de ser una cuestión que puede tocar a cualquiera, la familia ha sido el gran tema de la televisión estadounidense desde hace décadas. Friends, Big Bang Theory, Modern Family, Seinfeld, Los años dorados, Los soprano, Los Simpson, Nurse Jackie, Sons of anarchy e incluso Lost; son incontables los ejemplos de ficciones que se apoyan en distintas formas de familias, ya integradas por amigos, ya por desconocidos. En El oso, la familia se forma por compañeros de trabajo y este se convierte en un segundo hogar que disputa su lugar con el otro, aquel donde están padres o hermanos. 

Entre infinitos primeros planos de personajes expresando sus dramas y resolviendo sus vínculos, muchísimos planos detalle de hermosos (y pretenciosos) platos de comida y muchas tomas que muestran el encanto de la vida citadina de Chicago, El oso ha ido formando una familia disfuncional con sus figuras protagónicas y secundarias por igual. Más allá de la música, la estética y los guiones, puede ser ese uno de sus mayores aciertos, el que explica su atractivo. Porque, en el fondo, sería difícil afirmar que no hay familia que no tenga algo disfuncional, por más pequeño que sea.

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