El personaje del underdog, que es aquel de quien se espera nada, el perdedor eterno que intenta levantar cabeza, es querido por Hollywood. Sylvester Stallone es el underdog por antonomasia, gracias a la película Rocky y a su historia de vida real. Brad Pitt supuestamente interpreta a otro similar en F1.
Supuestamente, porque a pesar de todo lo que se insiste en esta historia de pilotos de carrera viejos y jóvenes, no logra parecer un perdedor. Porque es Brad Pitt. Y actúa como tal. A diferencia de otras películas en las que compone personajes, aquí sabe que su presencia es el mecanismo principal para vender una película cargada de factores comerciales.

De todos modos, esa contradicción entre lo que se dice del personaje y la actitud de su actor, no va en demérito de esta adrenalínica historia, que tiene unos cuantos puntos a favor. Para empezar, como consejo, vale la pena verla en el televisor más grande que se tenga y con el mejor sonido del que se disponga.
Un equipo, dos generaciones
F1 cuenta la historia de Sonny Hayes, un corredor que prometía una trayectoria exitosa pero cuando competía cabeza a cabeza contra Ayrton Senna, tuvo un accidente y debió abandonar. Al inicio de la película, lo encontramos en un circuito de segunda y en pocos minutos entendemos todo. Hay buena música Led Zeppelin, vértigo, carreras espectacularmente filmadas y un protagonista que está de vuelta de todo y se conduce con cierta altanería de galán de cine. Porque es Brad Pitt y puede hacerlo.

Acto seguido, un excompañero interpretado Javier Bardem, llega para reclutarlo. Sonny es la última esperanza para un equipo de fórmula 1 que está en la ruina y que busca un piloto para volver a ascender en los circuitos de competencia. Bardem es elegante, habla con actitud ganadora y está a la altura de la presencia de Pitt como actor que es consciente de su presencia en pantalla.
Sonny, que viene de décadas en las que incluso fue taximetrista para sobrevivir, vuelve al ruedo. La primera sorpresa y encontronazo para su personaje es cuando conoce a Joshua (Damson Idris), el piloto joven y arrogante del equipo, al que le caben más adjetivos como impulsivo y algo prepotente.
La primera sorpresa para el espectador es el equipo perdedor en sí mismo. Se lo presenta de manera dramática como uno que no llega ni al puesto diez en los ránkings y que está por ser vendido por sus dueños (situación que Bardem quiere evitar al traer a Pitt). Sin embargo, lo que el espectador encuentra es un equipo millonario con tecnología que casi parece espacial, que funciona en un edificio de lujo y gran diseño.
Un veterano para las marcas
Todo lo que tiene ese equipo, suponemos, es gracias a los auspiciantes. Y esto es dicho aquí con doble sentido, porque la película es un gran vehículo para una cantidad incontable de marcas. Logró superar por lejos a Challengers, de Luca Guadagnino y dejó muy atrás a la presencia de Fedex en Náufrago. El motivo está en que, en definitiva, F1 es una marca comercial que a su vez contiene incontables marcas.
A diferencia de Barbie, que es también una marca con película propia, en este caso es un gran contenedor que por sí solo carece de historia y personajes. La marca Barbie la tiene, precisamente a ella y también a Ken, así como Transformers tiene a Optimus Prime y los demás robots. En este caso, el desafío era más complejo.
Para resolver una adaptación compleja (convertir una marca en una historia sin tocar a figuras reales) el director Joseph Kosinski y su coguionista Ehren Kruger, repiten lo que hicieron en Top Gun: Maverick, cuentan la historia de un veterano que vuelve a la acción, arma un equipo para una misión y en su camino lidia con la idiosincrasia de las nuevas generaciones. La frase de El eternauta, "Lo viejo funciona", constituye el ADN de estas historias.

El bueno de Brad representa lo viejo. En cierta manera, se representa a sí mismo como un galán que todavía se mantiene como tal, a sus casi 62, en medio de una industria del cine que cambió muchísimo desde que inició su carrera. Industria que, al menos en Estados Unidos, está liderada por franquicias y corporaciones. No en vano es coproductor de la película y trabaja con un director que trató a Tom Cruise de un modo parecido, porque conoce de las tendencias y supo ver una oportunidad aquí.
Un héroe para el streaming
Hay veces en que una película no es solo lo que se ve en pantalla, sino lo que queda fuera. En la historia ficticia que se cuenta, hay una especie de villano ficticio, pero no hay costados oscuros del negocio, nada de apuestas ni mucho menos corrupción o drogas.
La historia y la forma con la que está contada, ágil, precisa y emocionante, va al punto que le interesa al gran público, las carreras. De esas hay muchísimas y son atrapantes, gracias al montaje, la música y la tecnología con la que están hechas. De hecho, varias están filmadas en medio de competencias y circuitos reales.

Pero lo que queda fuera de la película es otro aspecto corporativo. Se trata de una producción vendida a Apple Studios, que permitió su estreno en cines con suficiente antelación. De ese modo, entre junio y julio se la pudo disfrutar en pantalla grande, como merece. Y fue un éxito comercial, de hecho el mayor de los que tuvo Apple en cines (US$ 640 millones de recaudación global). Hoy se estrena en el streaming de Apple, una empresa que suele permitir estas largas ventanas entre el cine y la circulación online.
Es así un gran ejemplo de lo que podría dejar de suceder con la discutida compra de Warner Discovery por parte de Netflix. La gran plataforma casi no permite exhibir en cines y retiene la exclusividad de los estrenos, tema que se debatió mucho entre quienes defienden la experiencia cinematográfica.
Si bien un espectador no puede hacer mucho con su demanda individual por tener más estrenos de cine (Frankenstein, por ejemplo, no llegó a cines nacionales y lo hubiera merecido), es cierto que el juego desde la industria estadounidense para llevar gente a las salas es crear grandes espectáculos.
Dune lo fue. La odisea, de Christopher Nolan, seguramente lo sea el año próximo. Y F1 también lo es. Por lo grandioso y tensionante de sus carreras y el vértigo de su muy simple historia. Y por esa emoción básica que produce un actor que se encarna a sí mismo como héroe. Tal como Tom Cruise salvando al mundo en Misión Imposible, aquí es Brad Pitt saliendo de "perdedor" para ser el héroe en el que todos confiamos desde el primer momento.
