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María Paz Jervis Quito - Ecuador
Macroeconomía
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María Paz Jervis asume hoy, por 18 meses, la presidencia pro tempore del Consejo Empresarial Iberoamericano. La titular de la Cámara de Industrias y Producción (CIP), además, se puso, hace varios días, al frente de la Federación de Cámaras de Industrias, que agrupa a nueve gremios. Los seis primeros meses de su gestión han sido intensos. Al interior, ha visto el país desde otro ámbito distinto al de la Academia, donde atravesó la mayor parte de su trayectoria profesional. De estudiar el poder, dice, pasó a verlo de cerca. Y hay mucho, mucho, por hacer.

20 Marzo de 2023 19.50

Muy pocos conocen que María Paz Jervis es fanática de los gatos. Y que le gustaría tener muchos más de los dos que actualmente comparten su hogar, con su esposo y sus dos hijos. Hace casi seis meses, fue elegida Presidenta de la Cámara de Industrias y Producción (CIP) rompiendo una dinámica de 86 años de dirección masculina en un gremio que representa a 62 sectores productivos y que suma el 30 % del Producto Interno Bruto (PIB) no petrolero y el 14 % de los aportes totales al IESS. A pesar de su amor por la cátedra, esta abogada y licenciada en Artes Liberales y exdecana de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Internacional SEK, tomó la oportunidad de ver al país desde una perspectiva diferente. Aunque por ahora no piensa en la política partidista, pese a las innumerables invitaciones para dar el paso, cuenta que en su casa se desayuna, almuerza y cena política. Le gusta leer novelas, es amiguerísima y está encantada con la fuerte relación familiar que se ha formado alrededor del 'Club de las tías'. 

¿Cómo han estado estos primeros seis meses de gestión?

Bien. Ha sido un torbellino a nivel profesional y personal. La coyuntura del país, que parece que se cae cada 10 minutos, abona a esa sensación vertiginosa. Pero confieso que me gusta. Así que vamos bien, contenta, adaptada, me siento mucho más empoderada. Las primeras semanas fue un cambio de vida brutal, a veces al punto de no reconocerme. Me daba risa y pensaba que me estaba convirtiendo en alguien que no me veo. Ha sido todo un proceso. 

¿Por qué, se mudó a vivir en la oficina?

Por el cambio de vida. Yo he sido profesora toda mi vida. Y a pesar de que en los últimos años como decana era un trabajo más administrativo, la vida es distinta. En la dinámica del mundo académico, de las universidades, el tiempo parece detenerse, es una lógica diferente. 

¿Se esperaba este torbellino?

No (risas). Para mí ha sido un ejercicio de ver muy cerca el poder. Yo he estudiado el poder, ahora veo de cerca el poder. Y todo el mundo que ha pasado por estas etapas, desde cualquier trabajo, posición o coyuntura no puede vivir las cosas de cuerpo ajeno. 

¿Y qué coincidencias y diferencias hay entre ver los toros de lejos y meterse al ruedo?

El rol de las elites es determinante, yo pertenecía a una élite académica, distinta, pero élite al fin. En las élites empresariales es mirar la sociedad con otro sombrero y eso, para mí, ha sido crecimiento, porque es mucho más fácil estudiar las cosas que vivirlas por dentro. Los desafíos que se tiene desde el ejercicio de la empresa no los percibimos desde el resto de la sociedad. Por otro lado, muchas prácticas sociales están muy arraigadas al sector empresarial. La presencia y el rol de la mujer en la vida gremial está aún muy en segundo plano, con honrosas excepciones y guardando las distancias. Son espacios muy convencionales y conservadores donde la innovación todavía no ha llegado. Y eso es uno de los tantos desafíos que tenemos. Hay discusiones que ya se superaron y solventaron en el mundo académico. Pero, bueno, esta es parte de la complejidad de nuestra sociedad. 

¿En el Directorio de la Cámara es la única mujer?

No. Sí hay presencia de mujeres, aunque minoritaria, pero este es el Directorio con mayor presencia de mujeres en la historia. El problema se da en los puestos directivos de las empresas, eso todavía es marginal. Que la noticia sea que soy la primera mujer en presidir el gremio, significa que algo no está bien, esto no puede ser noticia, no he hecho nada extraordinario. 

O sea, que en 86 años de historia de la Cámara, pese a los avances, que todavía haya presencia marginal de las mujeres en cargos directivos, ¿quiere decir que seguimos ante una élite empresarial conservadora?

Sí. 

¿Sus primeras sesiones de Directorio fueron difíciles en este sentido?

No tengo ningún problema en trabajar con hombres. Y creo que eso es muy importante decirlo. En algún momento les dije, y no solo al Directorio, también a colegas de otros gremios, a empresarios de los distintos sectores: 'entiendo que para ustedes es difícil esta relación, sé que no están acostumbrados a tener mujeres en puestos gerenciales, a verlas de pares, yo les entiendo y quiero que sepan que para mí no es difícil porque estoy acostumbrada a trabajar en un mundo de hombres. A la vez, entiendo que no es mi rol criar a nadie y tendrán que buscar las ayudas que necesiten, porque yo vine para quedarme y van a venir más (mujeres), así es como debe funcionar el mundo'. Cuando una mujer rompe el techo de cristal, las barreras no son muy visibles pero sí palpables para nosotras. Derribar las barreras no visibles, persistentes, es un desafío. Pero bueno, estamos haciendo camino al andar y es muy bonito y conmovedor saber que, cuando una mujer ocupa un espacio no tradicional para ellas, ese espacio lo ocupamos todas. Hay esa sensación de representatividad. 

Hay un concepto de sororidad que se impulsa fuertemente porque hay la creencia de que una mujer es, a veces, el peor enemigo de otra mujer. 

Eso es un mito. En primer lugar, las mujeres somos seres humanos, hay buenas gentes y malas gentes, envidias y empatías, como en todo. Pero en esta misma línea, viendo desde el lado positivo, esperamos que cuando hablemos de la mujer seamos una sola, que si una mujer está, toditas estemos. Tenemos que tomar esa postura. En mi experiencia personal, quienes me han abierto puertas siempre han sido mujeres. 

Ya como Directora de la Cámara, ¿cómo ha estado la relación con los empresarios?

Súper positiva. Para ser franca y honesta, reconociendo estas barreras que pueden estar desde sectores más conservadores e incluso generacionales, el empresariado ha sido súper receptivo. En términos generales, están listos para el cambio, tienen una sed de interrelación con los otros sectores de la sociedad. Como hay muy poca cohesión social, tendemos a vivir en islas, pero no necesariamente quienes habitan las islas están contentos de vivir ahí. He sentido mucha receptividad, apertura y solidaridad, siento que se ven representados por mí. Cuando vine, me decía a mí misma que todo puedo aprender, que puedo sobrevivir a la nostalgia de no dar clases, pero tenía ese temor de no representarlos. Al cabo de seis meses, siento que, con todas las diferencias que pueden haber, sí les represento, me siento cómoda. 

Al no ser empresaria, ¿ha sido más complicado comprender el ecosistema? 

Siento que he atravesado cinco maestrías en este semestre. El aprendizaje es constante y creo que esa es la parte más motivante de este trabajo, todos los días aprendo algo nuevo. 

¿Cómo entender a las élites empresariales, lejos de sus intereses particulares?

Creo que, en alguna medida, hemos estigmatizado el tema de las élites y los intereses. Debido a ciertas narrativas políticas, parecería que tener intereses es de monstruos y perversos, que hay que acabar con las élites. Hay varias lecciones. Primera, en todas las sociedades existen élites, de varios tipos. Y, claro, con esta narrativa política muy rentable, se piensa que la única élite es la del empresariado, como que si solo existiera un tipo de empresario, pero lo es también el señor de la tienda, la señora que en su casa hornea pasteles para la venta. La empresa es un mecanismo de generación de riqueza. Segunda lección, hay muchas élites. Por qué no hablamos de las élites de los sindicatos, por ejemplo, de los representantes estudiantiles que llevan 45 años en esos puestos. Y tercera, las élites son necesarias, porque empujan el cambio en la sociedad. Cuando logremos derribar todos estos mitos podremos ver la parte humana. 

Por otro lado, claro que hay intereses, legítimos e ilegítimos, en todas las esferas de la sociedad. El punto no está en estigmatizar los intereses y las élites, sino en transparentar y romper tabúes. Venimos de una era en la que la narrativa política mermó la autoestima de las ecuatorianas y ecuatorianos en todos los niveles. Ser empresario era una vergüenza. Pero en la otra orilla, converso con buenos amigos del movimiento indígena que me dicen que lo que lograron al derribar en temas de inclusión ahora se los tilda de antisistema, y eso tampoco está bien. Lo que más daño hace a una convivencia democrática es los prejuicios. Creo en la transparencia. Todo lo que se habla, de frente, abiertamente, nos garantiza procesos más democráticos. Hay que llegar a acuerdos, porque van a haber temas en los cuales no vamos a poder hacerlo. 

¿Cuál es el estado de la industria nacional?

Está golpeada, como está golpeado el país. 

¿En lo económico o en lo anímico?

En lo moral, que tiene consecuencia en lo económico. Quizás la frialdad, y esa manera errrática de vernos en números y cifras, no nos permite divisarnos en el conjunto. Por eso no quiero quedarme en esa frialdad, sino ver la película completa, porque los números se recuperan. Los procesos de desestabilización política a los que nos hemos enfrentado en los últimos años han significado pérdidas, para el grande y para el chiquito empresario, para la cadena de valor, para todos. Pero más allá de eso, qué hay con la parte moral, la fisura social. El golpe es en lo anímico, en no poder proyectarse en donde se vive. La falta de seguridad es un hecho real, no se puede vivir con miedo. Y ese miedo se traduce en quien hace empresa también. No obstante, en las crisis hay esperanza, los cambios traen ilusión de futuro. En el gremio industrial hay eso. 

¿Estamos en un punto peligroso de normalizar la violencia y adaptarnos?

Como ciudadanos, en Ecuador no estamos empoderados, estamos castrados. Es necesario empoderarnos y eso empieza por sentir que a esos problemas que tanto nos aquejan, que nos hacen sentir impotentes y que, decimos, es tarea del Estado, debemos enfrentarlos. Ha sido una linda sorpresa ver que hay muchos empresarios a los cuales no solo les preocupa las ventas, sino especialmente las brechas sociales. Es mentira que podemos convivir con tanta diferencia social. Desde la CIP hemos puesto sobre la mesa esos mínimos que nos reúne. Claro, no somos el Estado, pero sí podemos trabajar en un proceso de empoderamiento desde la sociedad civil, podemos exigir, demandar, abonar. Hay la visión errada de que el empresario debe ser filántropo. Y aunque hay mucha filantropía, yo creo más en los procesos de empoderamiento, de apuesta, de inversión, de traslado de conocimiento. Creemos en el trabajo como un derecho humano fundamental y en las condiciones adecuadas. En el país hay empleo, pero no de calidad. Hay que combatir la informalidad. En el caso de Quito, por ejemplo, cerca del 27 % de la Población Económicamente Activa (PEA) trabaja en la informalidad, es decir que no tiene las garantías mínimas de un trabajador. Y peor aún, detrás está el comercio ilícito, permea el crimen organizado. Lo que prima dentro del sector al que represento es mirar la sociedad en su conjunto, es mirar que este es nuestro país y hay que pelearlo desde todos los espacios. 

Las críticas a los gremios es que siempre están enfocados en los qué, no en los cómo. ¿Ya tiene claros los objetivos por dónde ir?

Estoy de acuerdo, es un problema. Pero hay que comprender que no somos el Gobierno. Y eso es otra cosa que noto ahora, una ausencia de instituciones. Me causa gracia, porque todo se espera que lo resuelvan los empresarios. Desde líderes políticos hasta líderes de opinión pública de la sociedad civil siempre el planteamiento es el mismo: “es que el empresariado”. Recuerdo que en la crisis violenta de noviembre de 2022, cuando hubo 52 atentados en cuatro días, en un programa de alta audiencia, los panelistas coincidían que la empresa privada debía asumir. Las empresas por mucho músculo financiero que tengan -que tampoco es la realidad de Ecuador- no pueden reemplazar al Estado, hay que fortalecer a este y crear un diálogo. La política pública no se plantea desde la empresa privada. Cuando pensamos en los cómos hay que transversalizar las necesidades y compromisos en la gestión cotidiana. Puede haber programas de responsabilidad social corporativa  y todo, pero lo más importante es inyectarlo en el ADN de las empresas. A las que yo represento son sostenibles, de convivencia con el ecosistema, de entender la tierra con la riqueza y las carencias que tiene, es pensar a futuro, en la sostenibilidad a largo plazo en materia económica, en la transversalización de los derechos humanos en el ejercicio de la empresa. 

Los costos son el problema, hay empresas que pueden y la gran mayoría no. 

Sí, los costos son elevados, es un país carísimo, el costo de producción es tres veces más que en Colombia. Pero dentro de la CIP promovemos la solidaridad, que las grandes compartan el know how, incluso con empresas que no están afiliadas. Vivimos en un país complejísimo, tenemos una sobrerregulación asfixiante. No innovamos porque no se nos ocurre, sino porque hay que enfrentarse a un exceso de regulación jurídica y política. Hay que desmantelar las trabas. Un ejemplo: en Quito, para personas naturales y jurídicas, existen 423 trámites, de los cuales el 43 % es presencial. ¿A qué ritmo de innovación podemos ir así? (I)

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