Esta historia comienza con un susto en Sudáfrica. Eran las tres de la mañana, la linterna apuntaba al camino y entre la maleza apareció una sombra felina, un leopardo inmenso, silencioso, fugaz. Se esfumó tan rápido como apareció, pero dejó una marca indeleble en la memoria de Francisco Pinto. Fue apenas uno de los encuentros extremos que coleccionó en más de una década de competencias.
En Ecuador, durante una etapa del Huairasinchi, la carrera de aventura más icónica del país, un bote inflable se desinfló en plena madrugada. Sin otra opción, Francisco y su compañero empujaron el bote a nado, durante más de cuatro horas, por el río amazónico. Los otros dos integrantes del equipo flotaban en el bote averiado mientras ellos corrían por la selva y se zambullían de nuevo, ritmo de locura, logística de guerra, todo en medio de la selva.
Pero ninguna de esas anécdotas lo marcó tanto como lo que vivió en Colombia, en el cruce del Darién. Retenidos por un grupo armado durante cinco horas, bajo lluvia intensa, rodeados por hombres con metralletas que los interrogaron por llevar mapas, GPS y mochilas técnicas. "Fue la primera vez de mi vida que yo sentí que me podían matar", dice sin adornos. Salieron con vida y sin secuelas, pero con una certeza renovada de que esta no es una disciplina para temerle al miedo, sino para caminarlo de frente.
¿Quién es Francisco Pinto? Un quiteño de 41 años, criado en una familia de clase media trabajadora, con padres que le enseñaron el valor del esfuerzo, la autonomía y la bicicleta como recompensa. Estudió en varios colegios, sin destacarse en los estudios, salvo en inglés y educación física. Su camino parecía inclinarse hacia lo técnico. Su padre y su hermano hablaban todo el día de autos, así que decidió seguir la ruta y estudiar ingeniería automotriz. Casi terminó la carrera. Le faltó poco, pero descubrió otra pasión mientras trabajaba en talleres: el deporte. Su rutina se volvió una coreografía imposible. Despertaba a las 4:30 am, entrenaba, corría más de 20 km hasta su trabajo, se duchaba, trabajaba como asesor de servicio y luego iba a clases hasta las 10 de la noche. Lo sostuvo así un año. Luego, lo dejó todo.
Ese quiebre no fue estratégico. Se dio cuenta de que no quería pasar su vida bajo la lógica del "sueldo al quince y fin de mes". Se fue a Galápagos, puso un pequeño negocio de alquiler de bicicletas para turistas, diseñaba mapas, hacía tours económicos, vivía sin lujos, pero sin deudas. Y ahí, en la inmensidad de la isla San Cristóbal, nació su sueño más grande de conocer el mundo. Que las marcas y los podios financiaran sus aventuras. Quería ser coherente con su filosofía: "Conocer los lugares más hermosos del mundo y de la naturaleza, sobre todo a escala global, sin tener que gastar de mi dinero propio".
Pancho es uno de los mejores del planeta en su disciplina. Compitió en más de diez Copas Mundiales de Aventura, logró meterse en el Top 10 en varias ediciones y forma parte del equipo ecuatoriano Life Adventure, junto a sus amigos de infancia que se convirtieron en compañeros de podio. Su trayectoria es tan extensa como brutal. Recorrió más de 10 países, invirtió (gracias a patrocinadores) cerca de US$ 100.000 en competencias, y llevó la bandera del Ecuador a los lugares más remotos y salvajes del planeta.
Su ascenso fue vertiginoso. En 2009 corrió su primer Huairasinchi. En 2013 se lanzó sin escalas a correr 80 kilómetros en trail. Luego 100 km. En Tenerife quedó entre los 25 primeros entre 300 corredores. En La Misión, la carrera más emblemática de Sudamérica, quedó segundo en 160 km. "Cuando termino, me acuerdo que unos 200 metros antes viene Gustavo (un amigo) y me da la bandera de Ecuador. Y yo, 'Ah, chévere'. Le pregunto: '¿Cómo te fue?' y me dice: 'Primero, loco'. Yo feliz por él. Cuando yo llego, me dicen: 'Llegó el segundo lugar de La Misión'... y entonces ahí entro en shock, así como en pánico, como: 'No puede ser que haya quedado segundo'". En el Ultra Trail del Mont Blanc, la más prestigiosa del mundo, entró en el top 100 de 2.000 competidores. En Sudáfrica, en plena sabana, se metió entre los diez mejores del planeta. En Paraguay y España, puso a Ecuador como referente continental.
Todo esto no se logra solo corriendo. Pancho supo construir una marca personal potente, coherente, auténtica. Consiguió auspiciantes como Imptek, una empresa de impermeabilización y construcción que lleva siete años respaldándolo. Pinto calcula, para cada mundial de aventura, una inversión de US$ 15.000 por equipo en Sudamérica, pero en Europa y EE.UU. la cifra asciende a mínimo US$ 25.000.
A Francisco no le tiembla la voz cuando dice que quiere retirarse en Francia, en el Mundial de 2026. No porque esté cansado, sino porque entiende que toda cima tiene su despedida. El deporte de aventura es exigente, pero longevo. La juventud aquí no garantiza nada si no hay cabeza fría. "Es un deporte mental. Aguantas hambre, sueño, dolor, miedo. Pero si no tienes paz interna, no sobrevives cinco días sin dormir." En la última edición en Ecuador, su equipo llegó al límite, decidieron no dormir para sostener el Top 5, pero pagaron el precio. Llegaron octavos, arrastrando ampollas y fatiga, pero sin una queja.
Su conexión con la naturaleza es de barro. Vio monos aulladores gritar en la madrugada, sintió cómo el río le hablaba cuando lo cruzaba sin bote, siguió mapas sin tecnología, confiando solo en una brújula y en la intuición. Durante los ocho días que dura este torneo, todo cambia. Hidrató comida con agua fría, durmió en bolsas plásticas en medio de la nada y dejó que el tiempo se diluyera entre montañas. "Ahí no compites solo con otros equipos, compites contra ti mismo", dice.
En medio de esa intensidad, Francisco convirtió su estilo de vida en empresa y su empresa en comunidad. En Sin Límites, la marca que fundó junto a sus socios, trabaja con deportistas de todo tipo, desde ejecutivos que quieren retomar el movimiento, hasta corredores que buscan podios internacionales. Incluso diseñó experiencias corporativas en la montaña, para romper el ciclo del estrés urbano y reconectar a los líderes empresariales con su cuerpo y sus decisiones. "Una vez nos pidieron sacar a cinco gerentes a la montaña para que tomen una gran decisión al regresar. Volvieron con otra energía. Ahí entendí que el deporte también transforma empresas, no solo cuerpos".
Cualquier persona, sin importar su ubicación (ya sea en España, Brasil o cualquier otro país), puede acceder a planes personalizados a través de redes sociales. Desde allí, el equipo de entrenadores inicia el proceso de seguimiento online, enviando rutinas mediante una aplicación propia. Esta plataforma permite cargar entrenamientos específicos adaptados a los objetivos del usuario, sin importar la disciplina.
Los planes a futuro están claros. Este año competirá en el Mundial de Canadá. En trail running seguirá activo unos cinco a siete años más, con retos de ultra distancia. Más allá de lo competitivo prepara expediciones épicas como pasar 30 días corriendo y 20 días remando por Ecuador, aventuras sin cronómetro, pero con propósito. Para él, lo que queda es la historia que puedes contar.
Francisco Pinto se define por lo que vivió. "Yo sí siento que le debo mucho al deporte, porque si no hubiera logrado encontrar este camino, tal vez no estaría feliz del todo. Seguiría en una oficina (...) y no podía estar en una de ellas". El deporte, para él, es una forma de entender la vida con disciplina, con calma, con paciencia, con hambre de mundo.
Esto te lleva a preguntar, ¿qué precio estás dispuesto a pagar por vivir con pasión? Porque quizás no se trata de tener más, sino de atreverte a perderlo todo para encontrar lo que realmente vale. (I)