Julissa Villanueva Periodista
Marplantis tiene su origen hace tres generaciones, con una decisión del abuelo, Mario Molina, en El Oro, la provincia donde decidió construir su legado. Sus hermanos tomaron otros rumbos, pero él eligió quedarse y consolidar un negocio con la compra y venta de fincas al que luego fue sumando camaroneras y ganadería.
Sobre esa base se levantaron las fincas bananeras y fue a partir del año 2000 cuando su hija, Mercedes Molina, las transformó en orgánicas. Actualmente, esa producción sostiene a esta empresa que exporta anualmente unos 5 millones de cajas de banano orgánico bajo el esquema de comercio justo. La compañía tiene sus oficinas en Samborondón, pero sus operaciones se realizan en diferentes puntos productivos de las provincias costeras del país.
En esa historia familiar entra en escena la tercera generación, con Galo Molina, quien creció mirando de lejos las bananeras y camaroneras. El abuelo y la madre estaban metidos de lleno en el campo; él, en cambio, fantaseaba con otra escena: vivir a la orilla del mar, ganarse la vida desde un muelle. Y lo consiguió, hasta cuando aceptó ingresar a la empresa.
Ahora, a sus 40 años, Galo Molina dirige Marplantis S.A., empresa ecuatoriana que proyecta cerrar 2025 con ingresos por US$ 60 millones, serán 20 millones más que en 2024 luego de conquistar -principalmente- mercados de Europa y Norteamérica.
Para 2026, la compañía tiene planes de superar los US$ 110 millones en facturación y dar un salto a Asia, al pasar de 150.000 cajas enviadas este año en una fase exploratoria a unas 600.000 cajas a China, Corea del Sur y Japón, en una fase de arranque y consolidación.
Pero para llegar a este punto, Galo recorrió caminos en donde debió tomar decisiones arriesgadas. Por ejemplo, a los 18 años siguió ese impulso de empresario que le acompañaba desde la adolescencia. Se fue a Salinas, convivió con pescadores, aprendió de la faena y vio una oportunidad donde otros solo veían descarte: vender pescados pelágicos a mercados internacionales en vez de dejarlos ir a las harineras.
Entre viajes y madrugadas (horario laboral de la pesca) montó su propia empacadora y exportadora. Con esa compañía empezó a comercializar con China, Rusia, Estados Unidos y Europa. Ahí aprendió a negociar, manejar contratos, entender los tiempos logísticos y a leer a los compradores. "Me formé como empresario en la calle", suele decir.
De adolescente, destacó jugando tenis y obtuvo una beca para estudiar en Estados Unidos, pero no se adaptó y regresó al país. Acá se matriculó en la carrera de Sistemas, atraído por la computación, mientras en paralelo empezaba a probarse en los negocios. Con el tiempo, el emprendimiento ganó terreno y se dedicó de lleno a su empresa.
En 2018, su vida dio un nuevo giro. Ese año, Mercedes, su madre, le pidió ayuda para llevar el negocio familiar a otra escala. Galo lo analizó bien y vio que el prestigio que ella había construido como pionera del banano orgánico -en una época en la que obtener una certificación exigía al menos cinco años de transición-, combinado con su propia experiencia en mercados internacionales, podría ser una fórmula ganadora.
Entonces, puso una condición para involucrarse: exportar directamente, ya que ese era su fuerte. Después del cambio, siguió un año de transición en el que viajó entre Salinas y Guayaquil, ya metido en la operación. En 2019, se mudó con toda su familia a Guayaquil y desde entonces se concentra en hacer crecer Marplantis como exportadora.
El crecimiento en siete años
Marplantis S.A. se constituyó en 2003 con la idea de exportar, pero durante años la fruta se vendía a otros exportadores.
Ese periodo sirvió como escuela, porque permitió entender distintos tipos de clientes, pulir estándares de calidad y consolidar el nombre de su madre como referente del banano orgánico. Esa reputación fue un respaldo cuando Galo empezó a comprar fruta y a negociar contratos en nombre de Marplantis; muchos productores ya conocían a la familia y a sus fincas.
Arrancaron con unas 5.000 cajas semanales y, en un lapso de siete años, la firma llegó a manejar unas 150.000 cajas por semana, pero en nicho específico: banano orgánico y en el esquema de comercio justo.
Con el nuevo enfoque, la compañía construyó un modelo empresarial basado en dos pilares. Por un lado, el esquema orgánico, que exige disciplina agronómica en un mercado donde apenas alrededor del 5 % de las exportaciones de banano de Ecuador son orgánicas y el resto sigue siendo convencional, según explica Molina.
Por otro lado, la certificación Fairtrade, que incorpora una prima social es uno de sus puntos fuertes. Este proceso de certificación inició en 2020 y su sello es altamente requerido por Europa y Norteamérica. Consiste en que por cada caja de banano orgánico y de comercio justo que se envía a sus clientes, un dólar va a las asociaciones de trabajadores de cada finca, no a la cuenta de la empresa.
Estas organizaciones deciden en qué proyectos invertir entre salud, educación, transporte, vivienda, entre otros, mientras Marplantis actúa como aval y veedor, según detalla el ejecutivo.
"Desde 2020 iniciamos la aplicación para la certificación Fairtrade, que es el comercio justo. Anteriormente esta certificación era únicamente para pequeños agricultores, pero luego la organización añadió la posibilidad de que plantaciones, propietarios de plantaciones ya más grandes, pudieran también certificarse con la finalidad de que se crean asociaciones dentro de la finca, porque en el banano se requiere mucha mano de obra", explica Molina.
Con ese esquema, la firma ha logrado escalar volumen y abrir mercados. En 2025, la mitad de sus exportaciones fueron a Suecia, Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia y Suiza; y la otra mitad a Norteamérica (Estados Unidos y Canadá).
Ese crecimiento se da en un contexto donde el país ya es un jugador central. Ecuador suma más de 29.000 hectáreas de banano orgánico certificadas y se ha consolidado por encima de República Dominicana como el mayor exportador mundial de este segmento, según la Asociación de Exportadores de Banano del Ecuador (AEBE).
La mayor parte de esa superficie se encuentra en El Oro, que concentra el 52,7 % de las áreas certificadas; le siguen Guayas, Santa Elena y Los Ríos. Hasta septiembre de 2025, el país contaba con 58 empresas exportadoras de banano orgánico, que enviaron alrededor de 28,57 millones de cajas hasta agosto de 2025, entre fincas familiares, cooperativas y grandes grupos. Marplantis opera dentro de ese mapa y se presenta como uno de los actores que empujan el crecimiento del nicho.
Los ejes para su expansión
La empresa afina su estrategia de crecimiento. Para ganar volumen sin salirse de su nicho, Marplantis se apoya en tres frentes: sumar nuevos productores, mantener presencia constante en ferias internacionales y construir relaciones de largo plazo con sus clientes.
En el primer frente, no depende solo de sus propias fincas. La compañía incorpora productores terceros bajo estándares orgánicos y de comercio justo, lo que le permite ampliar oferta sin inmovilizar más capital en tierra. Las ferias hacen el resto, porque ahí detectan nuevas oportunidades, abren puertas con compradores y profundizan vínculos con los clientes que ya tienen. Sobre ese terreno, las relaciones de largo plazo se vuelven clave.
Molina subraya que sus clientes "confían más en Marplantis y están creciendo"; en la práctica, eso se traduce en contratos más estables, volúmenes en aumento y mejor capacidad para negociar precio y condiciones logísticas.
Marplantis es una empresa ecuatoriana, pero su nombre casi no aparece en las cajas que llegan a las perchas europeas o asiáticas. Opera con dos marcas propias, Capiro y Very Fairly, y también empaca bajo marcas privadas de retailers que exigen su propio sello. Es una elección pragmática en un negocio donde las grandes cadenas de supermercados concentran poder de negociación y definen qué marca ve el consumidor final.
Al mismo tiempo, el contexto regulatorio sube la vara. Molina comenta que las nuevas exigencias europeas en trazabilidad y límites máximos de residuos están endureciendo el juego y, en ese escenario, Marplantis busca jugar a favor de sus propias reglas, porque al no usar químicos en su manejo, la empresa tiene margen para diferenciarse con procesos más limpios y cadenas de suministro más transparentes.
Sus protocolos internos para evitar mezclas de fruta convencional y orgánica, depurar proveedores y blindar la logística no solo protegen certificaciones y reputación; también construyen una ventaja competitiva en mercados donde el consumidor paga, sobre todo, por confianza.
En una industria presionada por clima, costos y regulación, la disciplina de Marplantis en trazabilidad puede pesar tanto como el dólar Fairtrade o el origen ecuatoriano a la hora de definir quién llena la próxima percha, sostiene Molina.
Mientras tanto, puertas adentro, la historia sigue siendo familiar. Galo cuenta entre risas que no es hijo único, que siempre fue "el engreído" de la casa, pero sus hermanos siguen vinculados al negocio, no necesariamente dentro de Marplantis, pero sí en las haciendas del grupo. Un legado que, por ahora, se escribe entre fincas, certificaciones y la ambición de consolidar un modelo orgánico y de comercio justo a escala global. (I)