Miguel De La Torre nació en Quito en 1983, en una familia unida y numerosa. Su infancia transcurrió entre juegos, viajes a Colombia y una aguda capacidad de observación que lo hacía notar lo que a otros les pasaba desapercibido como manchas diminutas en una camisa, un cambio sutil en la conducta de alguien y una incoherencia en un argumento.
Mientras muchos destacaban en materias como matemáticas, Miguel se sentía más cómodo en espacios expresivos como el teatro, la creatividad, la palabra. No imaginó que terminaría al frente de una empresa que se dedica justamente a las cifras. Su camino no fue una línea recta. Como ocurre con frecuencia en Latinoamérica, al terminar el colegio no tenía claro qué estudiar. Consideró artes, pero finalmente se inclinó por marketing, impulsado por una corazonada de que entender al consumidor podría ser una forma de darle sentido a su curiosidad innata.
Estudió en la Universidad Católica del Ecuador y pronto descubrió en las materias de comportamiento del consumidor y análisis de mercado algo que le apasionaba. Comprendió que detrás de cada dato había una historia y que los patrones de consumo eran una forma indirecta de leer lo que somos como sociedad. Ese hallazgo marcaría su futuro profesional.
Como muchos jóvenes inconformes con lo establecido, Miguel buscó salir. Su destino fue Finlandia, donde estudió negocios internacionales y luego una maestría en economía con mención en emprendimiento. En un país que valora el silencio, la precisión y la palabra cumplida, aprendió lecciones de ética y rigor que difícilmente se olvidan. "Allá la palabra vale mucho".
En medio de la nieve, rodeado de compañeros de todos los continentes, De La Torre comprendió cómo la cultura moldea el consumo, cómo las diferencias colectivistas e individualistas impactan en la forma de vivir y comprar. Estudiar al consumidor se volvió, más que una carrera, un oficio. Uno que combinaba observación, empatía y análisis. La experiencia finlandesa también lo fortaleció en lo personal.
El regreso a Ecuador no fue fácil. A pesar de tener títulos en Europa y experiencia internacional, nadie lo contrataba. Las empresas lo veían "sobrecualificado" para puestos operativos, pero sin suficiente "hora de vuelo" para cargos ejecutivos. En ese vacío laboral, apareció una vacante en Kantar. Postuló. Pasó por una entrevista y un caso de análisis que, para su sorpresa, no medía rapidez matemática, sino capacidad de relacionar variables. Y ahí Miguel encontró su lugar.
El rol inicial fue de ejecutivo senior, un cargo que ni siquiera existía. Kantar lo creó para él, como un puente entre lo técnico y lo estratégico. Desde ese momento comenzó una relación con la empresa que, salvo por un breve desvío en el sector de biotecnología, fue ininterrumpida.
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Rápidamente ascendió. Fue llamado a Colombia, luego a Londres, luego otra vez a Ecuador como director comercial en un momento de crisis. Lejos de intimidarse, De La Torre aplicó una fórmula simple pero difícil de ejecutar: reconstruir desde el fondo, escuchar a los clientes, estabilizar al equipo y volver a posicionar el valor de la información en una industria que no siempre la prioriza.
Los resultados lo respaldaron. Entre 2014 y 2016, la operación ecuatoriana creció un 50 %. Y cuando todo parecía encaminarse, llegó otro giro. Fue nuevamente a Colombia, esta vez a abrir una oficina desde cero en Cali. Volvió a sentir el vértigo del inicio, pero ahora con más recursos internos. En 2019, tras consolidar su rol regional, recibió una oferta para ser gerente general de Kantar Ecuador y aceptó.
Lo que no sabía era que, semanas después, enfrentaría el mayor reto de su vida profesional junto a una pandemia global que puso en pausa al mundo y obligó a las empresas a recortar toda inversión que no fuera esencial. ¿Quién iba a comprar estudios de mercado en medio del caos? Pero ese año de crisis fue también un año de limpieza, de decisiones difíciles, de optimización. "Ahí me gradué", dice sin exagerar.
Desde entonces, De La Torre convirtió a Kantar Ecuador en un referente y la operación cerró 2024 con US$ 5,7 millones y proyecta llegar a US$ 6,3 millones en 2025. Además, logró duplicar el panel de hogares monitoreados, pasando de 1.700 a 3.000, tras presentar un caso a Kantar Global que compitió directamente con una inversión proyectada para África, y ganó.
Ese panel no solo amplió la cobertura, sino que permitió descubrir cosas que nadie sabía o, peor, que se asumían erróneamente:
- Que Cuenca tiene el mayor consumo de leche per cápita.
- Que la costa sur del país lidera el uso de maquillaje en toda Latinoamérica.
- Que más del 40 % de los hogares ecuatorianos están formados por una o dos personas, pero los formatos de los supermercados siguen pensados para familias grandes.
- Que nueve de cada diez innovaciones fracasan porque no están sustentadas en datos reales.
- Que el hogar ecuatoriano compra, en promedio, en ocho canales distintos.
- Que el futuro digital no es una promesa, sino una realidad mal distribuida.
Una de las mayores apuestas es la educación. Kantar firmó convenios con universidades como la UDLA, la UEES y la Universidad del Río para capacitar a los futuros profesionales en lectura e interpretación de datos porque, como lo demostró su historia, la diferencia no la hace el que tiene más cifras, sino el que sabe entenderlas.
Lo que De La Torre transmite con más fuerza no es una fórmula de éxito, sino una filosofía de trabajo. No busca caer bien, ni impresionar, ni prometer lo que no se puede cumplir. Habla con claridad, escucha mucho y responde mejor. Su mensaje es simple: las habilidades pueden entrenarse, pero la actitud frente al fracaso y al aprendizaje es lo que realmente marca la diferencia.
"Tal vez no soy el más brillante, pero soy el más constante", repite. Y eso se convirtió en su sello. En cada ciudad nueva, en cada cargo que asumió sin experiencia previa, en cada cliente escéptico, su fórmula ha sido la misma de observar, preguntar, adaptarse, insistir.
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Muchos sueñan con trabajos estables. Él busca retos que lo incomoden. "Cuando estás en un lugar donde estás cómodo, quiere decir que eventualmente te vas a aburrir o vas a dejar de ser necesario", dice. Esa actitud, aplicada a una organización global como Kantar, generó una cultura de mejora constante y sobre todo, una convicción: los datos no sirven si no generan decisiones.
Su historia es una de paciencia, de consistencia, de mirar donde otros no miran.Quizás no se subió a un escenario, pero hoy interpreta cifras como quien interpreta un personaje, entendiendo sus matices, dándole voz, construyendo sentido. Descubrió que no hace falta actuar para conmover, ni pintar para revelar contrastes. Bastó con mirar los datos con la sensibilidad de un artista y la disciplina de un analista porque al final, traducir números en decisiones que transforman también es una forma de dejar huella. (I)