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Yogurt Amazonas Quito - Ecuador
Negocios
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Náyade Figueroa apostó contra las reglas del juego corporativo y ganó. Fundó Yogurt Amazonas con menos de US$ 1.000 y hoy es una marca con 26 locales, que produce 7,6 millones de panes de yuca y 365.000 litros de yogurt anuales. Ella y la representante de la segunda generación compartieron con Forbes sus secretos.

17 Abril de 2025 11.11

Corría la década de los noventa cuando Náyade Figueroa decidió dejar su carrera en banca para volverse emprendedora. Durante ocho años trabajó en una institución financiera en la que empezó como cajera, pasando por servicios bancarios, manejo de pólizas, hasta alcanzar la Vicepresidencia de Operaciones. Tenía 26 años y una hija de dos, cuando su tío le propuso a la mamá de Náyade abrir en Quito una sucursal de su negocio de yogures de Guayaquil. La idea resonó de inmediato en su mente. "Mi mamá no se animó, pero sentí que no debía perder la oportunidad. Sin embargo, el miedo me invadía, sobre todo porque en Quito no existía la cultura del consumo de yogur con pan de yuca".

Tres semanas le tomó decidirse. Renunció al banco y con sus ahorros compró lo indispensable para empezar. Con las fórmulas heredadas de la receta familiar en mano, comenzaron las pruebas. "Lloraba sobre la masa del pan, salía duro, seco y sin sabor. Pasé tres meses sin dormir, hasta entender que no es lo mismo hacer pan de yuca al nivel del mar que en las montañas. Lo mismo me sucedía con el yogur. En un principio, la fórmula consistía en prepararlo con leche dormida, es decir, dejarla sin refrigerar dos días para que cuaje, pero te confieso que a mí me parecía leche podrida".

La inversión inicial fue de siete millones de sucres (unos US$ 1.000 al cambio de esa época). Arrendó un local de 30 metros cuadrados en la Av. Amazonas, frente a la plaza de toros. Con electrodomésticos caseros, se lanzó al agua. Ella era la 'zoila': soy la dueña, la asistente, la vendedora, la panadera, la gerente y la contadora. Su jornada arrancaba a las tres de la mañana para ir al mercado mayorista a comprar la fruta y a las seis ya estaba con las manos en la masa. Al principio producía 10 litros de yogur y 30 libras de masa.

"Había días en que lloraba de cansancio, pero jamás dudé de que esta idea podía crecer". Su resiliencia la llevó meses después a comprar una primera marmita de acero inoxidable de 120 litros, valorada en el mercado en más de US$ 500. Allí empezaron las verdaderas pruebas: acidez, tiempos y temperaturas. Tras varios experimentos, logró que el yogur alcanzara un mejor sabor, con menos acidez para hacerlo más versátil y agradable para el consumo diario.

"Conseguí una asesoría para aprender a fermentar de manera controlada la leche. Pasé a preparar 100 litros, y congelaba la fruta licuada en cubitos de hielo. Por las noches dejaba lista la masa del pan y nunca llegaba a casa antes de las 10 de la noche. Con orgullo puedo decir que pasé de 'banquera a panadera'".

Su estrategia era simple, pero poderosa: "Pruébenlo, si no les gusta no me paguen". Y funcionó. Las filas de clientes eran extensas, a veces esperaban casi una hora. "Llegué a atender hasta mil personas en un solo día".

El local quedó pequeño y abrió un segundo, más amplio, en el mismo sector. En 2001, invirtió en una despulpadora de frutas, congeladores y un horno industrial, financiados con un crédito de US$ 25.000. La producción subió a 100 litros de yogur y unos 900 panes, y el equipo creció a cuatro colaboradores. "El rosado y el fucsia se convirtieron en los colores icónicos de nuestra marca".

Con la misma determinación y con más visión, dispuesta a darle con todo, en 2003 se propuso hacer algo más: "Aprendí a hacer quesos para volver mi pan de yuca único. El secreto está en que el queso no tenga mucho suero". También se arriesgó a elaborar masas de hojaldre para empanadas y pies. Para entonces, la producción llegaba a 600 litros de yogur y más de 2.000 panes, con ventas anuales que superaban los US$ 250.000.

Pero, como en toda historia de éxito, las dificultades también hicieron parte de su camino. "La época más oscura fue cuando me divorcié. Entré en depresión, lloraba constantemente, no quería levantarme de la cama. Fue una etapa desgastante, pero decidí salir adelante. Le compré su parte a mi exesposo y él se quedó con el local más grande, bajo la condición de ponerlo a nombre de nuestros tres hijos".

Náyade nunca bajó los brazos. "El éxito radica en la disciplina, en cuidar cada centavo y nunca perder la perspectiva. Cada decisión es estratégica, porque no se puede sacrificar calidad por cantidad". En 2004, las ventas superaron los US$ 450.000 anuales. Fue el momento perfecto para apostar por las franquicias, modelo que les permitió escalar su operación. Al principio solo cobraba el valor de la materia prima; algunos locales facturaban hasta US$ 1.000 diarios y ...

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