La pareja de navegantes que dejó el lujo de los superyates para construir un hotel boutique en el desierto mexicano
Dejaron atrás la vida en altamar para construir, ladrillo por ladrillo, un refugio en medio del paisaje agreste de Baja California. Entre maderas locales, hamacas al sol y una apuesta estética bien pensada, levantaron un espacio que mezcla hospitalidad y calidez sin los excesos del lujo tradicional.

Sobre la costa del Pacífico en Baja California Sur, a solo ocho kilómetros de Todos Santos y muy cerca de Cabo San Lucas, está Pescadero, un rincón mexicano rodeado de vegetación. En ese lugar, un excapitán de superyate y su jefe de cocina dejaron el mar abierto y se instalaron en el desierto. Allí levantaron Casa Hygge, un complejo residencial con 13 bungalows que mezcla minimalismo nórdico con el paisaje agreste de la región.

La historia parece sacada de una peli de Hallmark. Ditte Perschke, la menor de tres hermanas de un pueblo chico en Dinamarca, estudió Administración de Servicios y Hotelería en Copenhague. Después dejó los hoteles y se metió en el mundo de los yates de lujo, donde trabajó como azafata jefe, encargándose de las exigencias de propietarios de alto perfil. Por su parte, Federico Martínez Archdale, que nació en Acapulco y creció junto al mar, llegó a ser capitán después de años de laburo, primero como instructor de deportes acuáticos y más tarde al frente de superyates.

Junto a la piscina en Casa HyggeCasa Hygge.

Se conocieron en la Riviera Francesa, cuando Federico trabajaba como contramaestre en un superyate que quedó varado en St. Tropez por culpa de una tormenta. Ditte estaba en un yate vecino, anclado frente a la playa de Pampelonne. Un paseo en una lancha, el viento helado y una sonrisa cálida fueron el comienzo de una serie de encuentros que parecían casuales. La Riviera se volvió su casa, hasta que un día zarparon juntos rumbo al Mediterráneo. Ahí el vínculo se hizo más fuerte y, con el tiempo, decidieron dejar atrás décadas de navegación para buscar una vida distinta en tierra firme.

En 2021, sintieron que era momento de retirarse del mar. "Prácticamente el día en que Francia levantó todas las restricciones por la COVID", recuerda Ditte. Fue entonces cuando empezaron a darle forma a un sueño que venían imaginando hacía rato: construir un refugio frente al mar, donde la comodidad no dependiera del lujo, sino del cuidado en los detalles.

Fred y Ditte trabajando en el superyate.Casa Hygge.

Encontrar el lugar indicado no fue fácil. Pero Baja California fue amor a primera vista para Ditte. Le encantó la vegetación tipo oasis de El Pescadero, con sus olas perfectas y atardeceres increíbles. "Manejar por todo ese desierto y, de golpe, encontrar esta zona verde tan intensa... me dejó sin aliento", cuenta. Después de pasar cuatro inviernos probando cómo era la vida ahí, compraron una parcela de cultivo, sin vecinos a la vista.

Cuando recibieron el primer presupuesto de obra, la sorpresa fue grande: unos US$ 1.400.000, terreno incluido. "Es un salto enorme para dos exyateros que viven con ahorros y un presupuesto ajustado", dice Ditte. "Al final, gastamos cerca de US$ 1.700.000", agrega. "No habíamos contemplado el costo del paisajismo, que es mucho más caro que en tierra firme, ni el nivel de decoración y acabados personalizados y de calidad que queríamos lograr. A pesar de los gastos extra y las trabas que fueron apareciendo, nos adaptamos y aprendimos un montón en el camino", señala.

Interior del bungalow en Casa HyggeCasa Hygge.

Construir en México les puso la paciencia al límite. Tuvieron que lidiar con contratistas poco confiables, enfrentaron demandas legales, aprendieron a negociar precios de oportunidad y levantaron gran parte del lugar con generadores, durante más de un año. "Cuando por fin llegó la luz, nos sentamos en la terraza, tomamos whisky y lloramos", cuenta Federico. "No fue solo por la electricidad; fue el momento en que supimos que habíamos pasado lo peor", indica.

El diseño de Casa Hygge refleja lo que promete el nombre: es cálido, íntimo y simple. Usaron madera local, piedra elegida a mano, pusieron hamacas en terrazas privadas y crearon espacios abiertos que borran el límite entre adentro y afuera. No hay restaurante, pero sí un salón común y una pileta rodeada de jardines que invitan a charlar. "Los huéspedes muchas veces no saben si es un hotel o una casa privada", dice Ditte, entre risas. "Esa es la combinación perfecta", agrega.

Espacios comunes para charlas junto al fuego en Casa HyggeCasa Hygge.

En el mundo de los superyates, "el servicio va mucho más allá de las cinco estrellas", afirma Federico. "Si lo piensan o lo desean, lo conseguirán de una forma u otra". Esa cultura de anticiparse a todo es parte del ADN de Casa Hygge. Aunque ahora reemplazaron los presupuestos ilimitados por el ingenio, y el perfeccionismo elegante por una imperfección artesanal que transmite algo más cálido y humano.

Si bien siguen ligados al sector hotelero, la experiencia que viven hoy es distinta. "Aunque los dos trabajamos casi siempre con jefes muy generosos y respetuosos, en yates de mucho renombre, no es un rubro fácil", explica Federico. "Tanto en la navegación como en la hotelería, tenés que adelantarte a los próximos pasos del huésped, a su próxima petición, a lo que pueda llegar a necesitar. Pero en un superyate, el servicio supera cualquier estándar de lujo. No hay límites para los pedidos raros o extravagantes. Las expectativas son altísimas, pero el presupuesto lo hace posible", dice.

Zona de estar en bungalow en Casa HyggeSemko Balcerski.

"Aprendimos de los mejores, formados para ofrecer seguridad, experiencias y un servicio de primer nivel hotelero", agrega. "Nada supera el lujo de navegar en superyates, donde todo gira en torno al confort absoluto. Esa experiencia nos dio herramientas para que hoy, crear un lugar funcional y con una comodidad real para nuestros huéspedes sea, en muchos sentidos, mucho más simple", señala.

Las tarifas en Casa Hygge van de US$ 120 a US$ 180 por noche, con la posibilidad de alquilar toda la propiedad para bodas o reuniones privadas. La mayoría de los huéspedes llega por el Aeropuerto Internacional de San José del Cabo, que está a solo 90 minutos en auto, y son recibidos con ese trato personal que, en otros tiempos, conquistaba a oligarcas y estrellas de cine a bordo de un superyate.

Patios con vistas al atardecer en la azotea de Casa HyggeCasa Hygge.

"Cuando alguien entra a Casa Hygge, quiero que sienta al toque que lo estábamos esperando", dice Ditte. "Eso viene de la formación en superyates: no esperás a que te digan lo que necesitan, te adelantás".

Al momento de diseñar el lugar, pensaron en un condominio residencial, con la idea de vender cada unidad a personas amigables y con una mirada parecida, siempre a un precio accesible. Armaron un programa completo de administración de propiedades y alquileres, donde los dueños reciben un retorno de inversión y se quedan con los ingresos mensuales que genera la gestión de sus unidades.

Vista aérea de los bungalows de Casa HyggeCasa Hygge.

Aunque podían dividir su tiempo, Ditte y Federico viven todo el año en El Pescadero. Su integración en la comunidad local —aprendiendo español, contratando a gente local, apoyando a los artesanos— les ganó un profundo respeto. "Es más que un simple negocio", dice Ditte. "Se trata de sentirnos parte del lugar", expresa. "Los lugareños fueron increíbles", añade Federico. "Nos vieron llegar todos los días, sudando y trabajando junto al equipo. Eso fue importante", relata.

En cuanto al futuro, su próximo proyecto, Casa Hygge Villas, ampliará el concepto con casas más grandes, tierras de cultivo orgánicas y alojamiento para el personal para apoyar a su creciente equipo. Sin embargo, la esencia seguirá siendo la misma: un lugar donde la simplicidad se siente lujosa, donde los huéspedes se relajan, respiran y se sienten, aunque solo sea por una semana, completamente como en casa. "Siempre creímos que la gente buena atrae a la gente buena", dice Ditte. "Por eso Casa Hygge funciona", concluye.

 

Nota publicada por Forbes US