Las almas inquietas se niegan a aceptar el statu quo
Hay emprendedores que no esperan el momento ideal, lo crean. Serguei Proaño es uno de ellos. Ingeniero, contador y eterno curioso, puso a prueba su camino para construir herramientas que hoy empoderan a miles de pequeños negocios en todo el país. Su plataforma, Mi Negocio, nació para simplificar, digitalizar y transformar. Ofrece futuro y un sistema accesible con inteligencia artificial.

En el ecosistema emprendedor ecuatoriano, las almas inquietas se niegan a aceptar el statu quo. Son visionarios que transforman la escasez en ingenio y las barreras en oportunidades. Prueban, fallan, ajustan y vuelven a empezar. No siempre tienen capital, pero les sobra determinación. Sus ideas, a veces pequeñas, germinan con fuerza hasta cristalizar en negocios que generan empleo, impacto y propósito. Son los nuevos arquitectos del progreso del país. 

Serguei Proaño es uno de ellos. A los 8 años ya negociaba con libros y objetos. A los 18 fundó su primera startup: cuantomedas.com, una plataforma de subastas en línea nacida mucho antes de que Mercado Libre conquistara la región. Ingeniero en sistemas, también es licenciado en contabilidad y auditoría. Obtuvo una maestría en tributación y en derecho. Es apasionado por la tecnología desde que su padre llevó a casa una vieja computadora y así entendió que las grandes ideas no siempre florecen en el momento correcto, pero sí siembran el camino para futuros emprendimientos. 

La segunda apuesta se llamó pregúntamelo.com, una plataforma colaborativa que anticipaba el modelo de Wikipedia, donde expertos respondían inquietudes académicas de usuarios que llegaban desde Chile, Perú y otros países. La tracción era buena, pero la monetización era el talón de Aquiles. Sin ingresos, la realidad se impuso y dejó el camino emprendedor para buscar estabilidad. Así que llegó a trabajar en Hidroagoyán —una unidad de negocio de la Corporación Eléctrica del Ecuador— y luego en el SRI. Allí, con 23 años, ya se desempeñaba como auditor informático, mientras terminaba sus estudios por la noche.

Aunque alguna vez dudó si un empleo era compatible con su espíritu emprendedor, esta etapa fue importante. Allí se formó en ethical hacking, auditoría forense y obtuvo certificaciones internacionales que ampliaron su arsenal de herramientas. La comodidad del sueldo fijo, los beneficios del sector público y una rutina estable lo mantuvieron un tiempo en pausa, pero la chispa emprendedora —como suele pasar— no se extingue, solo se toma un respiro.

Serguei Proaño es ambateño y un emprendedor innato.

Para muchos, 10 años en el SRI podrían representar la cima de la estabilidad laboral, un nombramiento, casa propia, proyección en el sector público, pero para este ambateño, el confort no era sinónimo de realización. Aunque lideraba proyectos —como el desarrollo de un sistema para detectar empresas fantasmas o la implementación de la facturación electrónica en Ecuador entre 2011 y 2014—, algo vibraba dentro de él, esa inquietud creativa que lo impulsaba a buscar más. 

Su participación en estas iniciativas le permitió adentrarse en el mundo de las firmas electrónicas, cuando el Banco Central era el único emisor. Allí, donde otros solo veían burocracia, él vio una ventana al futuro. Intuyó que pronto todos firmarían y facturarían de forma digital, y fue en ese momento que comenzó a gestarse su siguiente gran emprendimiento.

En 2014, Proaño decidió cerrar el ciclo con el SRI y dar el salto al mundo empresarial: fundó Alquimia Soft, una firma de desarrollo de software orientada a soluciones integrales para empresas, desde facturación electrónica hasta contabilidad, inventarios e importaciones. No hubo inversión inicial millonaria ni nada por el estilo. El capital semilla fue la urgencia del mercado, cientos de empresas obligadas por regulación a implementar sistemas de facturación digital. Con esa necesidad y su conocimiento del sistema tributario, Proaño comenzó a construir todo desde cero. 

Hoy, una década después, esta empresa es el centro del grupo y fue el punto de partida para otras iniciativas tecnológicas. Aquella implementación de facturación que debía tomar cuatro años se extendió más de una década, y Serguei estuvo listo para acompañarla y evolucionó con cada cambio, con cada nueva oportunidad.

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El primer día de operaciones, Alquimia Soft ya tuvo a su primer cliente, la Empresa Municipal de Agua Potable de Ambato (Emapa). Ese contrato inicial fue suficiente para sostener financieramente a la empresa durante su primer año y marcó un arranque poco común para un emprendimiento tecnológico. A esa venta le siguió otra: todas las notarías del país, obligadas también a implementar facturación electrónica, adoptaron sus servicios.

Aunque en ese momento solo ofrecían un módulo especializado en facturación electrónica, su capacidad de integración con cualquier ERP del mercado posicionó mejor a la empresa. Se conectaban a través de API y asumían el proceso completo, desde la firma hasta el envío automático de documentos al SRI. El flujo de clientes creció con fuerza y, con ello, también las oportunidades.

El emprendimiento avanzó gracias a la demanda de los mismos usuarios. "¿Y tienen módulo de inventarios? ¿Compras? ¿Importaciones? ¿Nómina? ¿Contabilidad?" —preguntaban los clientes—. Y así se convirtió en Mi Negocio. Fue la pandemia la que le dio un giro y, en lugar de enfocarse en grandes corporaciones, Serguei y su equipo decidieron concentrarse en las pymes...

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