Forbes Ecuador
filosofía y locura
Columnistas
Share

Para la filosofía, los dementes no lo son por disociaciones en su conocimiento actual, sino por segregaciones con el pasado proyectadas al ahora.

11 Junio de 2025 12.23

La "locura" es poco abordada por la filosofía. Identificamos a Arthur Schopenhauer (1788-1860) y dos de sus obras: Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, y El mundo como voluntad y representación. La base de la teoría schopenhaueriana alrededor de la demencia la encontramos en su doctrina de la voluntad como fenómeno memorial metafísico, y en la hipótesis de los actos fallidos. Cualquier esfuerzo académico en comprender a la locura debe partir del hombre como ser pensante, cuya mente en determinado momento es influenciada por factores ajenos al intelecto.

Los componentes analíticos de orden filosófico en torno a la locura los recogerá Sigmund Freud (1856-1939) para elaborar en el psicoanálisis. De allí que cronistas del austriaco fundamenten en la metafísica las exploraciones psicológicas freudianas. En la percepción de la realidad siempre estará presente la psique. Los orates acomodan los contextos de sus acciones e inacciones a lo que perciben trastornadamente. La locura no está ligada a insuficiencia intelectual, pero a distorsiones metafísicas.

Según Schopenhauer, la falta de entendimiento es estupidez; no aplicar la razón a lo práctico, necedad; y la carencia de juicio, simpleza. Complementa la idea afirmando que "la falta parcial o total de memoria es locura". En función de ello, el filósofo la define como "un desgarro de los hilos del recuerdo, que merman en plenitud y claridad, aun cuando mantengan una sucesión regular". Entre los constituyentes extraños al entendimiento se encuentra la voluntad, que es superior a la capacidad de razonar y conduce a comportamientos difíciles o imposibles de ser entendidos por terceros auto reputados de sanos. En tal realidad de la vida radica la doctrina filosófica de los "actos fallidos", conducentes al individuo a actuar contradictoriamente y que para sus interlocutores carecen de sentido, propio de los llamados "locos"... que pueden serlo bajo consideraciones patológicas, mas no ontológicas.

Para la filosofía, los dementes no lo son por disociaciones en su conocimiento actual, sino por segregaciones con el pasado proyectadas al ahora. Guarda consistencia con la "pulsión" de Freud: reconstrucción de un estado anterior, abandonado bajo el influjo de fuerzas perturbadoras, es decir, revelaciones de la inercia en la vida orgánica.

Cuando dudamos de si un acontecimiento rememorado en verdad se dio, nos preguntamos ¿es así, o estoy loco? Si el sujeto se reprime -a efectos de complacer a la voluntad que está por encima de sí mismo- imagina lo que no es y pasa a estado de demencia por represión. Pueden también darse locuras por obsesión. Es el caso de quienes reemplazan los "recuerdos metafísicos" por ideas fijas. Pueden ser simples desvaríos, o convertirse en estados crónicos de inconsciencia. Siempre, por cierto, en connotación filosófica que no psicológica, la cual compete a más entendidos en la materia.

Lo expuesto es innegable en el campo sociopolítico. Los dirigentes políticos abstraídos de la realidad tienden a observarla bajo consideraciones antojadizas que reflejan deterioro en su cordura. Al así proceder, emprenden en la transmisión de mensajes que repetidos en el tiempo y en el espacio producen caos social, llamado a repercutir en locura de la sociedad como un todo. La decadencia de las sociedades inicia con delirios de quienes ostentan el poder. El Imperio romano es buen ejemplo.

Traigamos a colación al nazismo. La locura de Adolfo Hitler (1889-1945) y sus colegas nazis llevó a Alemania y Europa a prácticas demenciales que las sumieron en aniquilamientos masivos. Ello al amparo de convicciones fruto de enfermizas "evidencias" fabricadas o manipuladas con propósitos malignos. Guardando la necesaria distancia, la demencia de Augusto Pinochet (1915-2006) en Chile es también icónica. Referimos al fanatismo racial del alemán, y al ideológico del chileno. En el español Francisco Franco (1892-1975) se comprueban, además, chifladuras contemplativas sobre el cristianismo y la Iglesia católica que, por décadas, mantuvieron al país a la vera de la razón.

En el siglo XXI debemos aludir al populismo iberoamericano. Al margen de los intereses económicos de los gobernantes populistas, desembocantes en corrupción generalizada de los países en que hacen presencia, el populismo engaña a los pueblos con sueños ilusorios incitadores de enajenación social. Sin que ello implique justificación alguna del populismo, que no la tiene alguna, no podemos dejar de resaltar en que germinó también en la demencia de otros sectores sociales. Citamos a aquellos que alucinadamente ajustan su memoria a conveniencia. Igual que abstraen de su retentiva las profundas iniquidades sociales, las cuales mal pueden eternizarse. A fuerza de circunstancias, la locura de la extrema derecha política tiene que provocar reacción social. El populismo y la derecha fundamentalista son manifestaciones filosóficas de enloquecimiento. (O)

10