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pasion y compasion
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Cuando los sueños nos mueven lo suficientemente fuerte, y nos damos cuenta de que somos los únicos responsables de nuestros propios resultados, renunciamos a la crítica destructiva y el morbo que parece caracterizar a una sociedad que se entristece por el bien o inspiración ajenas, y se alegra de sus tragedias, lo que, sin duda, solo habla de la falta de autocompasión.

21 Junio de 2023 12.33

En una era de crecimiento digital y consciencia global, el campo laboral se sincroniza con el cambio diario en el que las competencias de liderazgo y estrategias alineadas a la sostenibilidad se posicionan con más fuerza; dos variables que al parecer se potencian con el desarrollo personal cada vez más cultivado por las nuevas generaciones, independientemente de si las viejas lo consideramos o no en nuestra intención de aportar a la educación.

El crecimiento económico en favor de una mejor calidad de vida requiere evidentemente de organizaciones con retorno de sus inversiones. Un retorno que se puede mantener solo a través de propósitos compartidos, colaboración y co-creación de la gente, porque no hay organizaciones sin talento, aunque la idea contraria y errada de que las personas dependen de las organizaciones sea aún una práctica usual en muchos contextos.

Los ciclos de creación, crecimiento, estabilidad, incertidumbre y crisis han sido una constante en la historia de la humanidad, superadas solo gracias a valores de conexión del ser humano. Parece que en momentos de tragedia nos unimos y trascendemos a través de la compasión, que luego, pasamos por alto en los ciclos más prósperos.

De acuerdo con Norman Fischer (2015), la mente se compone del intelecto, pero además de la consciencia de una experiencia humana que puede ser cultivada a través del aprendizaje de competencias. Tal como lo indica la ciencia cognitiva, más allá de la predisposición genética, todos somos capaces de cambiar comportamientos y quizá la compasión es una de las formas naturales para lograrlo.

Nuestra mente pasa distraída la mayor parte del tiempo y de algún modo, la confianza en uno se merma y nos frena para lograr conexiones significativas con otras personas. Lo más curioso, olvidamos que la falta de conexión y compasión con otros se origina en la falta de conexión y compasión interna. Tanto lo que sentimos por otros, así como lo que hacemos nace adentro.

Durante siglos, tratamos de cultivar competencias de conexión y compasión a través de religiones que no siempre lograron su cometido porque en lugar de usarlas como un medio se impusieron como un fin; como la compra de la verdad absoluta, alimentada por el ego de algunos fervientes practicantes que incluso la han violado frescamente. Pero regresando al punto común de las religiones, la conexión y compasión, siguen siendo valores notables.

En The Neuroscience of Empathy, Compassion, and Self-Compassion, Stevens y Woodruff (2018) explican que el comportamiento compasivo existe desde los inicios de la humanidad por ser una característica del cuidado grupal de supervivencia y evolución. Pasando por la meditación budista, parte de algunas religiones y la diferenciación de la autoestima de occidente (que tiene que ver más con la valía personal), hoy, la investigación indica que la práctica de la compasión conduce al bienestar mental y físico. 

Además, los autores resumen que la compasión se refiere a sentimientos de bondad amorosa hacia uno mismo, con atención plena, en el ahora, sin juzgamiento ni carga, con aceptación de las creencias propias, pero también del resto. Pues es posible aceptar creencias, aunque difieran de las nuestras, con sentido de humanidad común, de todos, por igual.

Si bien su origen latín, compati = sufrir con, puede resultar no convincente para quienes renunciamos a la idea de que el sufrimiento (entendido como la negación de lo ocurrido y consecuente tristeza perenne) es una forma de amor, las implicaciones de su significado son enormes. Enmarca el deseo de estar junto a alguien para aliviar su dolor.  Se trata de “sentir con” diferente de “sentir en” de la empatía. Es decir, es la capacidad de comprender a otros con la intención de ayudar y aliviar su pesar.

La práctica de la compasión conduce al afecto positivo y conexiones reales con los demás y requiere de la autocompasión, que es la sensibilidad, aceptación, valoración y coraje para hacernos cargo y curar en nosotros lo que necesita ser curado. Neff (2003) define a la autocompasión como el conjunto de polaridades propias de bondad versus juzgamiento, consciencia plena versus sobre identificación, y humanidad compartida versus aislamiento.

En otras palabras, la autocompasión es la capacidad de sentir bondad amorosa por uno mismo con el fin de aliviar cualquier pesar y curarnos de lo pendiente, aceptar el entorno y vivir el momento con atención, conscientes de la misma relevancia que tienen todos los procesos de aprendizaje de todos los que nos rodean. 

Estudios indican que “la falta de autocompasión aumenta estados de mal ánimo, ansiedad y depresión, y, al contrario, su práctica conduce a una mejor autoestima, aceptación, determinación, autonomía, competencia, relacionamiento, felicidad, optimismo, buen ánimo, sabiduría reflexiva, iniciativa, curiosidad, exploración, simpatía, extroversión y otros constructos psicológicos positivos” (Stevens y Woodruff, 2018).  Es momento de cuidarnos.

El acceso abierto a la información ha dado paso a la atención de prácticas espirituales para desarrollar competencias de conexión, relaciones laborales y empresariales, de familia, comunidad, entorno, bienestar, salud mental y amor propio. En este proceso, la comprensión de la compasión puede ser reveladora y sutilmente potente, especialmente cuando nos damos cuenta de que el éxito de la profesión y el trabajo no son necesariamente el propósito de vida.

La pasión por aprender, por ejemplo, ha sido parte de mi propósito porque la veo como una fuerte afinidad e interés por la educación centrada en el aprendizaje. Y pese a la connotación negativa de sentimiento exagerado que puede tener, la pasión por aprender me ha permitido desarrollar la determinación para lograr metas. He descubierto, sin embargo, que la determinación necesita de esa bondad, atención y aceptación.  Con pasión y compasión. 

Finalmente, cuando los sueños nos mueven lo suficientemente fuerte, y nos damos cuenta de que somos los únicos responsables de nuestros propios resultados, renunciamos a la crítica destructiva y el morbo que parece caracterizar a una sociedad que se entristece por el bien o inspiración ajenas, y se alegra de sus tragedias, lo que, sin duda, solo habla de la falta de autocompasión. En cada uno está, con pasión y compasión, o sin ellas. (O)

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