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integridad y honestidad
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La integridad entonces es mucho más que un ideal ético; es un compromiso cotidiano y una elección constante. Es la valentía de mantenernos firmes en nuestros valores frente a presiones, sabiendo que las decisiones propias nos definen tanto en la mesa de juntas como en la mesa del comedor.

14 Agosto de 2025 12.13

Cada día tomamos decisiones. Algunas parecen triviales: qué decir, qué callar, cómo reaccionar. Otras parecen más trascendentes: firmar un contrato, rechazar una oferta, enfrentar una verdad empañada. Pero todas, sin excepción, nos brindan una oportunidad para ejercer o comprometer nuestra integridad.

En Global Ethics for Leadership sus autores plantean la integridad como la "virtud de virtudes", un fundamento ético esencial para la vida personal y empresarial. Para ellos, la integridad es una elección consciente y constante que define nuestro carácter y acciones diarias. Y como cualquier hilo fino y tenso, se rompe con facilidad cuando no lo cuidamos, y por eso llega a ser una piedra en el zapato, molesta, tanto a nivel individual como colectivo.

Yuval Noah Harari dice que vivimos en un mundo altamente interconectado donde nuestras decisiones individuales tienen consecuencias globales. La integridad personal no solo afecta nuestro éxito o fracaso inmediato, sino también a la estabilidad emocional y social de nuestras comunidades. Es curioso que en esta era de hiper-conectividad digital, donde todo parece visible, lo más difícil siga siendo actuar con transparencia real.

Un concepto que puede complementar esta visión se encuentra en el libro de pensamiento crítico de Paul y Elder, en el cual se explica que la integridad requiere desarrollar una mente disciplinada, abierta y autoevaluativa, y dispuesta a admitir equivocaciones, aunque eso implique dar la razón a otros o devolver ese premio que nunca debimos aceptar. 

Desde un ángulo provocador y realista, Jason Brennan refuerza esta idea e indica que la mayoría de los problemas éticos en los negocios no se deben a una falta de conocimiento moral, sino a una falta de voluntad para hacer lo correcto cuando hacerlo es incómodo. Según Brennan, no se trata de aspirar a un ideal heroico, sino de evitar lo moralmente inaceptable: no mentir, no manipular, no aprovecharse de los demás. Y, sin embargo, estos mínimos éticos suelen ser los más difíciles de sostener en contextos donde lo socialmente permitido sustituye a lo éticamente correcto.

Desde un punto de vista empresarial, la integridad es fundamental para proteger la reputación corporativa y asegurar decisiones éticamente consistentes. Una cultura organizacional basada en valores sólidos facilita enfrentar desafíos con transparencia y resiliencia. Pero ojo, las nuevas generaciones ya no se engañan por líderes que demuestran comportamientos contrarios a lo que declaran en los valores institucionales o resumen en el perfil de su marca personal. Las acciones siempre terminan superando a las palabras.

Por eso, el verdadero valor de la integridad se ve en las decisiones difíciles: cuando se sacrifica una ganancia rápida por un principio duradero, cuando se prioriza a las personas antes que a las cosas. En esos casos, la integridad no solo protege la reputación, sino que define el tipo de organización que decimos ser. Allí, en la sala de juntas se define no solo el rumbo financiero, sino también el carácter de la empresa.

En casa la integridad es más íntima, más silenciosa. Se revela en esas conversaciones de novedad durante la cena, cuando alguien plantea qué hacer con un dinero extra que llegó de forma inesperada. ¿Se decide juntos? ¿Se esconde? ¿Se improvisa? Allí, en la mesa del comedor, también se mide la ética, aunque sin traje ni presentaciones aburridas o testigos, igual se cuecen los efectos de lo que uno hace.

En culturas colectivistas como la nuestra, actuar con integridad puede resultar aún más complejo. Aquí, la armonía del grupo sea la familia, la oficina o la comunidad, suele pesar más que la convicción individual. Denunciar una injusticia en el trabajo, cuestionar una tradición familiar ridícula o decir "no" puede ser interpretado como traición, incluso cuando el "sí" nos haga perder el respeto por uno mismo. ¿Cómo ser fiel a nuestros principios sin romper lazos importantes? 

No siempre hay respuestas claras, pero sí una certeza: vivir con integridad rara vez es el camino más fácil. No es cómodo o rentable a corto plazo. A veces requiere de perdonar y pedir perdón con humildad y coherencia, e incluso esos actos aparentemente simples pueden ser desafiantes en círculos donde se perciben como debilidad o vulnerabilidad; una percepción interesante si entendemos que la vulnerabilidad es a la vez un atributo clave de los líderes auténticos.

Debido a ello algunas de las decisiones más íntegras vienen acompañadas de soledad, incomprensión o poca popularidad. Por eso es común observar y normalizar la existencia de muchas relaciones transaccionales de interés, aunque de ética dudosa. La ironía está servida: en un mundo que mayoritariamente aplaude los valores, ejercerlos a fondo a veces ofende más que la falta de ellos. 

La integridad entonces es mucho más que un ideal ético; es un compromiso cotidiano y una elección constante. Es la valentía de mantenernos firmes en nuestros valores frente a presiones, sabiendo que las decisiones propias nos definen tanto en la mesa de juntas como en la mesa del comedor. Al final, lo que importa no es cómo nos ven los demás, sino cómo nos vemos cuando cerramos los ojos cada noche. ¿Estoy siendo la persona que realmente quiero ser? Una pregunta inevitable del día tras día. (O)

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