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¿Por qué asombrarse entonces de una ciudad tan descuidada que parece escenario de una película distópica, con la hierba crecida en todas las grietas del pavimento de calles y aceras destrozadas, las paredes grafiteadas y la inseguridad rampante? A eso añada el impacto de la pandemia, el desempleo, lo acelerados que están los jóvenes después del confinamiento.

08 Diciembre de 2021 11.12

Aparcado en la explanada del sitio de matriculación vehicular de la Agencia Metropolitana de Tránsito, mientras mi mujer se ha bajado a hacer un trámite del vehículo de mi cuñado que vive en el exterior (más sobre esto en un momento), se me acerca una señora y me pide que “le preste” el extinguidor porque le han dicho que, si lo trae en cinco minutos, le aprueban la revisión. Pido que me lo repita porque no creo lo que oigo. Me lo dice de nuevo. Dudo. La señora presume que es desconfianza lo que tengo y me dice: “Si quiere venga conmigo, no sea malito”. Comento, en los mejores términos, que no creo que le vayan a aprobar la revisión con un extinguidor ajeno, mas la mujer insiste en que es así y me lo suplica. “Discúlpeme señora”, le digo entonces, “pero no quiero ser parte de una mentira”. Se sorprende, mueve la cabeza con fastidio y me dice, ofendida: “¡Con usted no ha habido ni cómo hablar!”.

Me quedo riendo por dentro, pero la risa se me corta cuando veo que, tras solo un par de intentos frustrados más, la señora logra que el conductor de un vehículo aparcado a 20 metros del mío, acepta prestarle el extinguidor. Más tarde, dentro del hangar donde están las ventanillas de matriculación, la veo pasar muy oronda cuando llaman su número. “¡Es ella!, ¡es ella!”, le digo a mi mujer. “¿Quién?, ¿de qué me hablas?”. “Ella es la que me pidió el extinguidor”. Mi mujer se queda de una pieza y dice: “O sea que la mentira le sirvió: pasó la revisión y ahora puede matricular su auto”. Nos deprimimos instantáneamente al comparar a la triunfal dama con nosotros y la serie interminable de pasos que hemos tenido que dar, algunos del todo inútiles, como ir al Banco del Pacífico en Cotocollao (¡por Dios!, ¿no podrá haber una ventanilla en el propio centro de matriculación?), para pagar ¡lo que ya estaba pagado!

¿Por qué sucede esto en nuestro sistema municipal? ¿De qué manera se explica que el funcionario del extinguidor sea parte de un fraude, pequeño, pero fraude al fin? ¿Fue que la señora le pasó plata para que aceptase el de otro vehículo? ¿O solo lo hizo “por buena gente”? Este 'buenismo' es el que nos mata. Es el que permite que se vacunen los que no tienen turno; que se guarde puesto en una cola mientras se hace otro trámite; que se conceda un permiso municipal sin requisitos.

Estas avispadas, y los funcionarios que lo permiten, son el germen pequeño de una sociedad corrupta. Allí comienza lo que en esferas más altas se convierte en latrocinios de millones. Se inicia en la semilla de no exigir los mínimos, los turnos, las filas? O, más bien, de exigirlos solo a algunos mientras los “vivos” se los saltan a la torera.

En la matriculación nos tomó cuatro horas el trámite del que hablaba al inicio, a pesar de tener todos los papeles y pagos en regla. Funcionarios que odian su trabajo tratan con hostilidad a los usuarios; no revisan bien los papeles y ordenan traer requisitos que ya están cumplidos. ¿Y si uno va a supervisión a elevar una queja? Una mujer con cara agria (y eso sí, pestañas postizas de una cuarta de largo) le responde, sin alzar la vista de la computadora: “No le puedo atender”. “¿Cómo?, ¿no es esta la supervisión?”, pregunta el pobre ciudadano. “No le puedo atender porque estoy respondiendo un memorando”, dice engolando la voz.

La suma de estos funcionarios que aceptan conscientemente el engaño y lo fomentan, más los que están llenos de pereza y desidia y los que tratan con hosquedad a los ciudadanos (de todos ellos hay un buen muestrario en la AMT) son la cara de un municipio mediocre, hostil, poco funcional. ¿Por qué asombrarse entonces de una ciudad tan descuidada que parece escenario de una película distópica, con la hierba crecida en todas las grietas del pavimento de calles y aceras destrozadas, las paredes grafiteadas y la inseguridad rampante? A eso añada el impacto de la pandemia, el desempleo, lo acelerados que están los jóvenes después del confinamiento. Si las cosas siguen solo moviéndose por dinero o por palancas, si no hay verdadera reforma y liderazgo, Quito no tiene futuro. (O)

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