En las comunidades rurales del país, la leche se ha convertido en mucho más que un alimento: es sustento, cultura y desarrollo. Detrás de cada litro hay historias de esfuerzo, cooperación y alianzas que han cambiado la realidad de miles de familias.
En la sierra y la costa de Ecuador, el ordeño no es solo una actividad productiva, es la base de la economía familiar y el punto de encuentro entre generaciones. Cada amanecer, miles de pequeños productores repiten un mismo ritual que sostiene la seguridad alimentaria del país. En cada litro de leche hay trabajo, educación y arraigo. Por eso, cuando la cadena láctea se fortalece, el impacto social se siente en todo el territorio.
Un caso emblemático es Salinas de Guaranda, una parroquia andina que hace cinco décadas era sinónimo de pobreza y aislamiento. Hoy es un modelo de desarrollo comunitario gracias a la organización local y al acompañamiento de la cooperación internacional.
Grupo El Salinerito, impulsado por los propios habitantes y con apoyo técnico suizo, logró crear una red de pequeñas industrias que elaboran quesos, chocolates, textiles y miel. Más de 200 familias viven hoy de estas actividades. Las utilidades no se reparten: se reinvierten en salud, educación y emprendimiento. El mayor logro de Salinas no está en sus balances, sino en su tejido social: pasó de ser un pueblo dependiente a una comunidad autónoma y orgullosa de su identidad productiva.
Ese mismo espíritu se replica en otras zonas rurales. En Biblián (Cañar), las asociaciones de productores promueven buenas prácticas en ganadería sostenible y gestión colectiva. Las mujeres y los jóvenes lideran procesos de innovación artesanal y han logrado mejorar sus ingresos en alrededor de un 30%. Más allá de la cifra, lo relevante es el cambio cultural ya que hoy las decisiones se toman en equipo y el valor se queda en la comunidad.
Un ejemplo reciente de cooperación social impulsada desde el Estado es la Red Lechera de Cañar, apoyada por el Instituto de Economía Popular y Solidaria (IEPS). Este proyecto reúne a siete comunidades rurales que trabajan de forma asociativa para acopiar y comercializar leche sin intermediarios. Con financiamiento público y acompañamiento técnico, la red fortalece sus capacidades productivas, mejora la infraestructura de acopio y promueve la participación de mujeres en la gestión. Su objetivo es que los beneficios del trabajo diario se queden en manos de los productores, generando ingresos justos y autonomía local.
Tonicorp impulsa un modelo de ganadería sostenible con trazabilidad y asistencia permanente, integrando a más de cuatro mil productores en esquemas de compra inclusiva. Ambos casos muestran que la competitividad y la equidad pueden ir de la mano.
A este esfuerzo se suma la cooperación internacional, con un enfoque de inclusión y sostenibilidad. Heifer Ecuador ha fortalecido redes lecheras mediante capacitación en manejo de pasturas, financiamiento rural y liderazgo femenino. En muchas comunidades, familias que antes vendían de manera informal hoy acceden a crédito, refrigeración y mercados formales.
Estos ejemplos —cooperativos, empresariales y solidarios— demuestran que la leche puede ser un verdadero catalizador del desarrollo rural. El llamado "efecto lácteo" no se mide solo en litros o precios, sino en oportunidades: educación para los hijos, autonomía económica para las mujeres, arraigo para los jóvenes y orgullo territorial para las comunidades.
Persisten desafíos: los costos logísticos en zonas remotas, las brechas tecnológicas y la necesidad de fortalecer la gobernanza de las cooperativas. Sin embargo, la dirección es clara: cuando la cooperación, la empresa y la comunidad trabajan con propósito, el campo ecuatoriano no solo produce... progresa. (O)