Es importante que una economía crezca. La mayor producción de bienes y servicios amplía las posibilidades de satisfacción de necesidades, eleva el ingreso de los hogares y favorece la creación de empleo. Pero, ¿qué debe ocurrir para que una economía crezca de manera sostenida? Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, galardonados recientemente con el Premio Nobel de Economía, sostienen que la innovación cumple un papel central en ese proceso.
Regresar la mirada a la historia puede ayudarnos a entender qué es la innovación y cómo contribuye al crecimiento económico. La Revolución Industrial fue un complejo proceso de transformación económica y social que comenzó en el Reino Unido y luego se expandió por otras regiones de Europa Occidental. En su núcleo estuvo la capacidad de mejorar la manera en que se producían bienes y servicios. Esa mejora puede apreciarse de dos formas: por un lado, como la innovación que permite producir más con la misma cantidad de insumos; por otro, como la diversificación de los bienes producidos. Comprender la Revolución Industrial en todas sus dimensiones no es fácil, pero Joel Mokyr, profesor de la Northwestern University, ha dedicado gran parte de su obra intelectual a desentrañar sus causas y consecuencias.
La clave, señala Mokyr, fue la articulación entre dos formas de conocimiento: el proposicional, orientado a entender el funcionamiento del mundo, y el prescriptivo, enfocado en resolver problemas prácticos. Durante la Revolución Industrial, esta sinergia fue visible en la forma en que principios científicos se tradujeron en innovaciones aplicadas. Ejemplos como la máquina de vapor en la industria textil ilustran esta interacción. La capacidad de aplicar saberes abstractos a desafíos técnicos permitió sostener un ciclo acumulativo de cambio tecnológico.
Pero la explicación no se agota en la tecnología. Mokyr propone que Europa Occidental fue el escenario propicio debido a la emergencia de una cultura del crecimiento. En ese contexto, se difundió la idea de que el mundo podía ser comprendido, que ese conocimiento era perfectible y que podía utilizarse con fines prácticos. Esta actitud contrastaba con sistemas basados en la autoridad o la tradición. La élite intelectual y económica tuvo un rol activo: no solo defendió estas ideas, sino que creó instituciones como universidades, facilitando así su transmisión. A su vez, la fragmentación política europea promovió un mercado de ideas: científicos e inventores que enfrentaban oposición podían migrar hacia contextos más receptivos. La competencia entre Estados por atraer talento estimuló la innovación y generó un entorno favorable al cambio tecnológico.
Aghion y Howitt interpretan estos procesos mediante el concepto de "destrucción creativa", propuesto originalmente por Schumpeter. Según este enfoque, el crecimiento económico surge de una secuencia ininterrumpida de innovaciones que reemplazan tecnologías existentes. Las empresas innovan buscando rentas temporales asociadas a la exclusividad que otorga una patente, pero estas rentas desaparecen cuando surge una innovación superior. La competencia por innovar, más que la mera acumulación de capital, se ubica en el centro del proceso de crecimiento.
El modelo de crecimiento schumpeteriano incorpora tres ideas clave. Primero, que el cambio tecnológico y la difusión del conocimiento son motores fundamentales. Segundo, que la innovación depende de incentivos adecuados, incluyendo derechos de propiedad intelectual y expectativas de retorno sobre inversiones en investigación y desarrollo. Estos incentivos, a su vez, están condicionados por factores estructurales: en sociedades con alta aversión al riesgo o escasa disposición a postergar consumo, la inversión en innovación puede reducirse, limitando el crecimiento. Tercero, que existe una tensión inherente en la destrucción creativa: las rentas son necesarias para motivar a los innovadores, pero si estos utilizan su posición para bloquear nuevas ideas, se frena el mismo proceso que los hizo exitosos.
El crecimiento económico sostenido no es un fenómeno espontáneo. Requiere condiciones institucionales e históricas que favorezcan la generación y aplicación del conocimiento, así como agentes económicos dispuestos a asumir riesgos. La innovación no solo transforma tecnologías, sino también estructuras productivas, patrones de empleo y formas de organización económica. Entenderla es clave para comprender el desarrollo moderno. (O)