El Paro Nacional -sectorial y regional en realidad- no terminó por decreto ni por el estado de excepción. Se consumió desde adentro de la misma organización. Y también desde una represión implacable. El gran perdedor fue la CONAIE. No atinó a levantar una agenda propia; ni a unir a sus bases; ni a sostener autonomía frente a actores que la cercaban y usaban. Una dirigencia, escondida y cuestionada por los suyos, fracasó. Los pedazos se impusieron.
El fin del Paro nos devuelve el aliento. Vuelve la paz, el comercio, la comunicación, la vida cotidiana, aunque nadie pagará los daños. Pero en el fondo, nos deja un sabor amargo, una sensación desoladora. En realidad, perdimos todos. Una vida, es ya una pérdida irreparable. Perdió el gobierno en imagen y aliados. Perdió la ciudadanía, como víctima acorralada. Perdieron los productores y comerciantes con sus negocios bloqueados. Perdieron los aliados de última hora que no lograron manipularlo todo. Perdieron los encapuchados... La única pérdida digna de celebrar fue la de la minería ilegal y el contrabando.
Pero el otro gran perdedor fue el agro ecuatoriano. Campo lleno de pobres, sobre todo mujeres y personas mayores y niños. Agro en el que no todos son indios. Sus agudas carencias no saltaron al pliego de peticiones. Ni siquiera su famosa CONAIE veló por ellos. Tenía otros intereses.
Los dolores del agro, sin embargo, son enormes. Todos los indicadores -pobreza, empleo, comunicaciones, nutrición, consumo, salud, servicios- tienen niveles más agudos que en la ciudad. Ahí descansa una agenda campesina que la violencia desquiciada ignoró. El vuelo hacia la gran política no debió despreciar las dificultades cotidianas del agro. Los sufren por igual indios y mestizos, cholos y montubios, negros y mulatos. ¡Qué tristeza!
Datos ilustrativos. Pobreza urbana por ingresos: 20.9%; rural 43.3%. Pobreza extrema: 6% en las urbes y 27% en el campo. Desnutrición infantil: urbana 25%, rural hasta 39%, sectores indígenas hasta 40%.
Agenda por los campesinos
Nadie mencionó la situación de los pequeños campesinos, la limitación de sus economías, el agotamiento de muchas tierras. Tampoco la falta de mano de obra, las cadenas de comercialización que no benefician a los productores. Peor aún, las pequeñas empresas campesinas que no alcanzan a los mercados de exportación.
El campo clama por apoyos sostenidos e integrales. Los bonos y las compensaciones ayudan y refrescan pero se esfuman pronto. Nadie habló de líneas de crédito, asesoría empresarial, incorporación de tecnología, valor agregado de los productos, seguros a la producción, nuevos mercados. Ni les pasó por la cabeza o el corazón. ¡Qué tristeza!
Tampoco escuchamos propuestas sobre turismo rural sostenible, del que ya hay ejemplos exitosos. Y de la protección del ambiente, que casi nadie cuida con celo. La contaminación de tierras y aguas avanza, la deforestación no se detiene, la minería ilegal -depredadora por excelencia- continúa en cientos de áreas rurales. Y con un sórdido poder y violencia.
En los días finales del Paro se mencionó al vuelo algo sobre educación y salud. Sin condumio. Solo más escuelas y hospitales, sin valorar pertinencia, calidad, sostenibilidad. ¿Dónde quedó la educación intercultural bilingüe? ¿Qué se hace para potenciar el programa contra la desnutrición infantil?
Trabajar por una agenda campesina es urgente. Es un sector estratégico, tan vital como el petróleo. Y posee a su favor la fertilidad y diversidad de sus ecosistemas. Y un sentido comunitario admirable. Y un horizonte de mercado interno y exterior inmejorables. Trabajar esta agenda compromete al país. Y primero al estado ecuatoriano en todos sus frentes. Y por supuesto, a los campesinos, indígenas y mestizos, liderados por una dirigencia renovada.
Pero no es suficiente. Se precisa aportes adicionales. Universidades y colegios profesionales en investigación, conocimiento. Empresarios del agro y de la ciudad y sus Cámaras en experiencias, redes. Gobiernos locales en saberes cercanos a la gente. Organizaciones civiles en protección de derechos "para todos". Comerciantes. Consumidores. Comunicadores...
Estar a las puertas de una consulta popular, no debe paralizar al país. Hay muchas tareas que no depende de estos votos. La agenda campesina es una de aquellas urgencias. Los balances que hoy se hacen -con cero autocrítica- tienen que dar paso a otro futuro. Construirlo es un imperativo social y ético. La nueva Constitución -si vence el sí- debería asumir esta temática estratégica. Merece igual atención que la seguridad o las inversiones.
Tal vez así dejemos de ser perdedores. Un agro potente, sano y sustentable nos vuelve ganadores a todos. La tristeza sin propuesta, paraliza. (O)