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Un nuevo hábito sencillo y relativamente fácil puede ser el reemplazo de palabras negativas o que refuerzan comportamientos no deseados, por palabras que demuestren la aceptación, el respeto y la valoración de la diversidad de pensamientos y contextos culturales, incluyendo los propios. Al hacerlo, nos damos la oportunidad de aprender y evolucionar.

25 Marzo de 2022 11.07

Una de las entrevistas más interesantes que escuché últimamente, fue acerca de la influencia del lenguaje en el cerebro. Junto con el libro del poder de los hábitos y el análisis de frases que me propuse hacer en mi vida personal y laboral, recordé la importancia de los pequeños pero significativos cambios para el bienestar individual y la forma en que nos relacionamos con otros.

Los seres humanos utilizamos el lenguaje para crear sistemas de comunicación complejos que determinan el pensamiento, la generación de ideas y la creación de los más increíbles proyectos. La lengua tiene una gran influencia en la percepción, las consecuentes creencias que luego guían el comportamiento de las personas, e incluso el tiempo y el espacio (Boroditsky, 2020).  Tanto las distintas lenguas como las diversas formas de usar las palabras le dan al cerebro la oportunidad de aprender que existen diferentes realidades y es posible adaptarnos.

Así como los seres humanos podemos sentirnos más identificados con quienes hablan nuestra lengua materna, los profesionales jóvenes valoran cada vez más una forma de comunicación basada en la aceptación y el respeto y por eso el uso de palabras exige mayor cuidado sin importar la madurez laboral o tipo de rol directivo o técnico de cada uno.

Sin embargo, las creencias que fueron llenando nuestro cerebro en los primeros años de vida, reforzaron patrones que disparan nuestros comportamientos casi de forma automática, muchas veces dañinos para nosotros mismos y el resto. Una forma de mejorar estos resultados es analizar nuestros impulsos y crear nuevos hábitos que generen iguales o mejores recompensas (Duhigg, 2020).

Dejar alimentos malsanos, adicciones que dañan la salud, formas destructivas de crítica, o exceso de importancia de la propia razón (ego), no es fácil, pero sí posible.  Reflexionar conscientemente acerca de hábitos que no suman y por tanto son innecesarios y analizar honestamente el momento en que se originan esos comportamientos que son luego motivo de arrepentimiento, es un gran primer paso.

Luego, la utilidad de definir y aplicar un plan de nuevos hábitos y formas de actuar dependerá de si se trata de retos realizables, de la automotivación que nos permite estar en movimiento, y principalmente, del nivel de disciplina que define el crecimiento sostenido. Quizá un segundo paso es fijarse pequeños retos.

Esta reflexión coincidió con un momento en mi vida profesional en el cual volví a prestar atención al uso de las palabras, que finalmente, pueden marcar nuestra efectividad de aceptación personal, vinculación familiar y relacionamiento laboral. ¿Acaso no son las palabras las que expresan creencias marcadas en nuestros patrones de pensamiento?

Durante algunos años me había olvidado de pensar en frases que están normalizadas, pero, menos mal, son cada vez más cuestionadas por la evolución representada en la nueva ola de pensamiento de gente joven o de quienes han logrado crecer como seres humanos.  Existen muchos ejemplos del poder que tienen las palabras, no solo en el efecto negativo que causan, sino en la comprensión de quienes las dicen.

Por ejemplo, cuando una persona recibe de su colega o jefe repuestas como “no te pago para que pienses” frente a la solicitud de explicaciones; “ya no llores” como respuesta al pedido de recursos laborales; o “todo zen, todo zen” frente a un argumento razonable que no es posible refutar.  La falta de comprensión de tendencias de gestión del talento, de valores globales e incluso discriminación es amplia.

Frases intencionadas tales como, “que se vayan a su país”, “latino tenía que ser”, “gringo mudo”, “qué llamingos”, “trabajo como negro”, “esto es trabajo para hombres”, “qué gay”, “muy viejo para la nueva tecnología”, “¿estás en tus días no?”, “se quejan como niñas”, “pobre gordita”, “habla como retardado”, “corren como animales”, “esos raros”, entre otras; pueden tener efectos feos.

El poder de estas palabras que se escuchan a diario reside en que, de algún modo, intensifican patrones enraizados en nuestro cerebro que nos impiden ver más allá. A la vez nos permiten comprender las creencias de quienes las dicen (o las decimos). Pues “lo que Juan habla de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”.  Por tanto, también tienen un efecto positivo en aceptar que todos tenemos un nivel diferente de aprendizaje y ninguno es mejor o peor que otro, solo diferente.

Por eso, un nuevo hábito sencillo y relativamente fácil puede ser el reemplazo de palabras negativas o que refuerzan comportamientos no deseados, por palabras que demuestren la aceptación, el respeto y la valoración de la diversidad de pensamientos y contextos culturales, incluyendo los propios.  Al hacerlo, nos damos la oportunidad de aprender y evolucionar. (O)

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