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Empujando la Constitución cuesta arriba

Marco Moya

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No necesitamos solo otra constituyente ni solo otra refundación. Necesitamos estrategia. Instituciones fuertes que no se derrumben con cada cambio de mando. Políticas que sobrevivan al calendario electoral. Un plan de país que se mantenga gobierne quien gobierne.

7 Noviembre de 2025 14.16

Hay momentos en que un país adquiere visos a un hombre condenado.
Al leer a Albert Camus (1913-1960), uno comprende que el Ecuador vive en el teatro del absurdo: promesas que se niegan entre sí, instituciones que nacen y mueren, decisiones que no tienen causa ni destino. Todo se mueve, pero nada avanza. Penosa realidad que nos debe llevar a reflexionar con mente positiva, so pena de sucumbir en frustración.

Cada cierto tiempo redactamos una nueva Constitución. Ecuador ya cuenta con veinte. Empujamos la que probablemente será la veintiuno; lo hacemos montaña arriba con entusiasmo, creyendo que esta vez el constitucionalismos nacional llegará a la cima. Pero, apenas el ruido de las fanfarrias se apaga, la piedra rueda de nuevo. Volvemos al punto de partida, con los mismos vicios y las mismas ilusiones.

Veinte constituciones en menos de dos siglos. Veinte intentos de refundar una república que no termina de reconocerse. Cambiamos las palabras, los nombres, los símbolos. El fondo, sin embargo, sigue intacto. No reformamos... reiniciamos. Y en cada reinicio perdemos -penosamente- un poco de memoria.

Ni siquiera la Constitución de Montecristi -aquella que, con solemne ingenuidad, se anunció para durar trescientos años- escapó a este destino. Fue escrita con fe casi religiosa, como si la eternidad pudiera decretarse por mayoría. No obstante, pronto se convirtió en un espejo de nuestras contradicciones más humanas: el entusiasmo fugaz, la incoherencia institucional, la costumbre de prometerlo todo para cumplir lo posible. Sus grandes banderas -la plurinacionalidad, los derechos de la naturaleza, el buen vivir- terminaron archivadas entre la retórica y la rutina. La piedra volvió a rodar, y pocos recordaron por qué la subíamos con tanto fervor.

Camus dijo que el absurdo nace del choque entre el deseo de entender y el silencio del mundo. Nosotros, ecuatorianos, conocemos bien ese silencio. Cada reforma, cada constituyente, cada discurso que promete redención se estrella contra una realidad que no cambia. Sin embargo, Camus no invita a la desesperación. Dice que hay que mirar al absurdo sin huir de él, aceptarlo y seguir empujando. Con lucidez. Con rebeldía.

"Hay que imaginar a Sísifo feliz", escribió. Porque incluso en el esfuerzo inútil hay dignidad, si se lo asume con conciencia. Tal vez eso nos falte: una rebeldía lúcida. No dejar de empujar la piedra, sino hacerlo sabiendo por qué lo hacemos.

No necesitamos solo otra constituyente ni solo otra refundación. Necesitamos estrategia. Instituciones fuertes que no se derrumben con cada cambio de mando. Políticas que sobrevivan al calendario electoral. Un plan de país que se mantenga gobierne quien gobierne. Es hora de que el Estado deje de improvisar y empiece a persistir. Es momento de que la roca ascienda no por euforia, sino por constancia. No será un texto el que cambie nuestra historia, sino la capacidad de sostener al país con inteligencia, con disciplina y con propósito.

La lucidez no es resignación. Es una forma de coraje. Implica mirar de frente la repetición y decidir que, aunque la piedra caiga, esta vez rodará un poco menos. Que el cansancio no se convierta en olvido.

Sísifo sigue entre nosotros. Su montaña se llama Ecuador. Cada generación vuelve a subir la roca creyendo que esta vez será distinta. Quizás no lo sea. Pero lo que da sentido al ascenso no es la cima, sino la conciencia del esfuerzo.

"El hombre absurdo no se libera del mundo; le da su sentido."  - Albert Camus, El mito de Sísifo (O)

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