Forbes Ecuador
camino
Columnistas

Estamos condenados por nuestra biología, por ello inventamos a la estrategia

Hartmut Bock

Share

Confirmé otra vez que para ganar se requiere de una estrategia y que ésta debe contar con dos aspectos. El primero consiste en encontrar y potenciar el set de capacidades únicas, o fortalezas, con las que se cuenta y descubrir los objetivos que se desea alcanzar. Y el segundo en aplicar lo identificado en el paso uno de forma consistente.

22 Mayo de 2025 16.07

Eran las 05H45 de la mañana y me había decidido a ir a caminar a la naturaleza. Así que medite, me vestí y salí al Parque Metropolitano, un lugar con el que tenemos el privilegio de contar los habitantes de la ciudad Quito. Tiene una ruta muy particular que había escogido casi instantáneamente con la aparición del mencionado deseo: La Penitente.

 Es un nombre que invita a la imaginación.

 Por un lado, se podría pensar que su nombre fue escogido para que su usuario lo relacione con la palabra pendiente (hay solo dos letras de diferencia entre ambas palabras) y comunique un grado de inclinación importante. Por otro lado, y este debe ser el verdadero origen de la palabra, se relaciona a "penitencia", sinónimo de castigo, pena, condena o sanción.

 Gran título. 

Caminar desde donde se parquea el auto hasta el lugar donde comienza la ruta de La Penitente toma alrededor de 40 minutos en modo tranquilo y 25 minutos en modo intranquilo. Es una bajada culebrera y resbaladiza que a ratos se ve bloqueada por algún caminante en modo tranquilo, como la Sra. que tenía terror de caerse y caminaba como si el piso fuera de jabón, o el joven que, vestido con zapato mocasín, pensó que dado que La Penitente se encuentra dentro de un parque esto iba a ser algo tan simple como "un paseo por el parque".

Una vez se llega al punto de largada se puede visualizar la subida. Llega al fin el momento donde los caminantes nos enfrentamos a la inevitable realidad de que la larga bajada no podía sino preceder a una empinada subida. La temerosa Sra. a la que había rebasado hace algún tiempo aprovecho que la bajada dejo de ser bajada, aceleró el paso y se colocó junto a mí. Al ver la velocidad con la que llego le pregunté si quería arrancar primero que yo. "No, ya mismo me cansó y paró a recuperar fuerzas", me respondió. El joven de mocasín no apareció, quien sabe si logro algo de claridad y se dio cuenta que el trayecto requería un set de competencias distintas a las que le permitirían su atuendo. 

Lo que ocurrió a continuación fue una clase maestra en estrategia que quiero compartir el día de hoy.

Lo primero que sucedió es que recordé la importancia de mantener una velocidad estable que privilegié la consistencia por sobre las aceleraciones esporádicas y las paradas para recuperar aliento. Que era más importante avanzar a un ritmo constante que al ritmo de un infarto cardiaco (que por cierto a más de uno de los que suben La Penitente debe habérsele pasado por la cabeza como una posibilidad). Que ser eficaz le gana 9 de cada 10 batallas a ser eficiente.

 La claridad así obtenida me permitió concentrarme en el reto desde un nivel de pensamiento superior, el que debe poseer alguien que se precie de ser estratega, como yo. 

Notaba, por ejemplo, que la causa de las paradas para recuperar aliento eran las aceleraciones esporádicas o las ganas de seguirle el paso a otro trepador más rápido. Concluí que si me concentraba en reducir al máximo las primeras (por la complejidad de la ruta era imposible eliminarlas) y si lograba encontrar mi propio ritmo, aquel con el que me sentiría cómodo a la vez que retado, reduciría la necesidad de las pausas para recuperar el aliento y con ello bajaría la probabilidad de incrementar la duración de la excursión. 

Me di cuenta que los impulsos por cambiar de ritmo se daban principalmente cuando nos acercamos a algún senderista que iba por adelante y nos entraba la impaciencia por rebasarle, o cuando un senderista se nos acercaba a nosotros por detrás y aceleramos el paso para evitar ser rebasados. Se me ocurrió que en esos momentos la adrenalina es secretada por las glándulas adrenales en respuesta al riesgo inexistente, pero real para el cuerpo inconsciente, de que se escape la presa, en el primer caso, y al riesgo de que nos atrape el depredador, en el segundo caso.

Esto me permitió estar más presente en estos momentos ineludibles de rozamiento, donde los impulsos biológicos de los que nos proveyó la naturaleza para sobrevivir se expresan sin tregua. Me recordaba aún con más firmeza que "lo importante es dar el siguiente paso a la velocidad crucero establecida al inicio del trayecto, que mis capacidades y objetivos son distintos del resto, que soy único y por lo tanto mi viaje también". 

Se convirtió en una especie de mantra que había aparecido por defecto luego de establecida la estrategia. 

Fue algo que los otros caminantes con los que compartí la subida ese día no hicieron y que les produjo un costo elevado. 

Mientras mis oponentes reaccionaban condicionados por su biología, yo iba enfocado en mí, cuidándome de no realizar un esfuerzo que socave mi resistencia a la par de exigirme lo máximo posible según mis capacidades.

Cuando me aproximaba a alguien, notaba que aceleraban el paso e intuía que se debía a la explosión al flujo de adrenalina que inyectaba su organismo en su torrente sanguíneo. Por un momento se me escapaba, pero no cedía al impulso de redoblar mi velocidad. Menos de un minuto después la adrenalina se consumía y paraban exhaustos. Yo les rebasaba con la tranquilidad del monje que conoce la verdad absoluta del universo. Cuando se acercaba alguien por detrás le preguntaba si quería rebasarme (etiqueta del caminador) y luego de que me respondía con el obvio y apropiado "sí por favor", me hacía a un lado para permitirle el paso al competidor que tenía un set de capacidades y objetivos distintos que los míos. 

Al final de la competencia había rebasado a todas las personas que comenzaron antes que mí el trayecto, alrededor de cinco o seis, y me había rebasado apenas una: un chico alrededor de 25 años más joven que yo y que tenía una camiseta con logos de sponsors, lo que me hacía pensar que era un atleta que estaba entrenando para alguna competencia. Cuando le encontré arriba y le pregunté cuanto tiempo hizo me contestó: "18 minutos". Le felicite y le pregunté cuánto tiempo cree que me había tomado a mi llegar luego que él llegó. "2 minutos", respondió. 

Había recorrido La Penitente en 20 minutos, un tiempo, que, según el mismo joven atleta, era muy bueno. Para lograrlo había sido consistente y mantenido el paso de la forma más constante posible. Nada de intentos desesperados por ganar un par de segundos de tiempo al costo de perder minutos descansando.

Al enfocarme en mí noté que mi resistencia era excelente y podía mantener una velocidad media decente. Si por ahí comenzaba a cansarme bajaba el paso, pero jamás lo detenía. Si la pendiente aumentaba de improviso tenía siempre una pequeña reserva de energía que me permitiese superar el inesperado obstáculo. Nunca fui rápido ni lento, nunca paré, y así llegué antes que todos los que habían iniciado antes que yo la caminata. 

El único caminante que me superó era el que jugaba un juego distinto que el mío, con competencias diferentes e intenciones distintas. 

Confirmé otra vez que para ganar se requiere de una estrategia y que ésta debe contar con dos aspectos. El primero consiste en encontrar y potenciar el set de capacidades únicas, o fortalezas, con las que se cuenta y descubrir los objetivos que se desea alcanzar. Y el segundo en aplicar lo identificado en el paso uno de forma consistente. 

Si te gusta la estrategia y vives en Quito, ¿qué esperas para subir La Penitente? (O)

10