Mucho se ha dicho en estos días sobre la muerte de Jane Goodall. Lo que no siempre se menciona es dónde radicaba su verdadera esencia: en la fuerza de unir visión, imaginación, persistencia e irreverencia frente a lo establecido.
Yo mismo conocí a Goodall desde niño, cuando mi habitación estaba llena de peces silvestres en peceras, una tortuga, dos pieles de culebra y pósters en las paredes: Uno de Enrique y Beto, otro de un perezoso con la palabra Amazonía en rojo y, en el centro, la imagen inolvidable de Jane Goodall inclinada mientras un chimpancé rozaba suavemente su pelo con la mano.
A esa edad ya la admiraba junto a Jacques Cousteau y Charles Darwin, tres héroes que me enseñaron que la ciencia podía ser aventura, descubrimiento y amor por la vida animal.
I. Djengudo: la mujer que escuchaba a los chimpancés
Para los chimpancés de Gombe, Jane Goodall no fue una investigadora, ni una "dama del Imperio Británico". Fue Djengudo, la mujer que se sentaba bajo los árboles a observar sin prisa, que aprendía de sus gestos y que supo esperar hasta ser aceptada. Con apenas un cuaderno y una mirada persistente, cambió la ciencia para siempre: descubrió que los chimpancés usan herramientas, que construyen vínculos complejos, que aman, que odian, que ríen y sufren.
Su trabajo derrumbó el muro entre "ellos" y "nosotros" y nos obligó a mirarnos en un espejo incómodo: no somos tan distintos de aquello que queríamosdominar. Pero quizás lo más poderoso de su legado fue enseñarnos que cada animal es un individuo, con personalidad, emociones y destino propios.
Antes de Jane Goodall, se hablaba de especies como si fueran masas homogéneas, organismos repetitivos. Después de ella, el mundo comenzó a ver a los animales como seres únicos, dignos de respeto y de
derechos.
II. La fuerza de uno
La imagen de ese chimpancé rozando su pelo es más que una foto: es un manifiesto. Nos recuerda que un solo ser humano puede desafiar el paradigma, abrir una grieta en lo establecido y, con paciencia, transformar la historia.
Jane Goodall pertenece a una estirpe rara: los solitarios incomprendidos que, con una idea insistente, pasaron de ser tachados de excéntricos a fundadores de una nueva forma de ver el mundo.
III. El linaje de los incomprendidos
La historia de la ciencia está llena de esos "locos lúcidos" que se enfrentaron al escepticismo de su tiempo y, aun así, cambiaron el rumbo de la humanidad: -
Dian Fossey: sola en las montañas de Ruanda, demostró que los gorilas eran sociedades complejas, con jerarquías y afectos, y dio su vida para protegerlos de la caza furtiva.
- Gregor Mendel: en el huerto de un monasterio, cruzando guisantes y contando generaciones, descubrió las leyes de la herencia genética, ignoradas durante décadas hasta convertirse en la base de la biología moderna.
- Charles Darwin: a bordo del Beagle y en años de reflexión silenciosa, se atrevió a desafiar el dogma del origen divino del hombre con su teoría de la evolución por selección natural.
- Alfred Wegener: meteorólogo y explorador polar, ridiculizado al proponer que los continentes se movían. Décadas después, la tectónica de placas probó que tenía razón.
- Barbara McClintock: aislada en su laboratorio, descubrió que los genes no eran estáticos sino que podían "saltar" de un lugar a otro. Años más tarde recibió el Nobel, cuando su visión transformó la genética.
- Louis Leakey: excavando en África, demostró que los orígenes de la humanidad no estaban en Asia, como se creía, sino en la cuna africana. Además, fue él quien confió en Goodall y la impulsó a investigar a los chimpancés.
Todos ellos compartieron lo mismo que Goodall: la fuerza de uno, la persistencia en sostener una idea contra el mundo, hasta que el mundo tuvo que aceptar que estaban en lo cierto.
IV. Conclusión: el eco de un gesto
La muerte de Jane Goodall nos deja un vacío inmenso, pero también un legado que trasciende generaciones.
Su vida nos recuerda que la ciencia no siempre se construye en grandes laboratorios o instituciones poderosas: a veces empieza con un cuaderno, con una mirada atenta, con la paciencia de escuchar.
Esa foto que conservo en mi memoria
—Goodall inclinada, la mano del chimpancé rozando suavemente su pelo— es una metáfora universal.
Nos dice que un gesto basta para abrir mundos, que la convicción de un solo individuo puede transformar la percepción de la humanidad entera. Jane Goodall nos dejó una lección irrebatible: no se necesita una multitud para comenzar. Basta una chispa, la chispa que enciende la llama del conocimiento y la hoguera que no se puede apagar. La de la transformación. (O)
