El 15 de septiembre pasado se celebró el Día Internacional de la Democracia, conmemoración que encuentra al régimen ecuatoriano zaherido y maltrecho, navegando por aguas turbulentas hacía un destino que parece ser no muy halagüeño.
La penetración del crimen organizado en las entrañas de la estructura institucional ecuatoriana no solo pone en riesgo permanente la seguridad e integridad de los ecuatorianos, sino que socava la confianza interpersonal y erosiona la confianza en las instituciones políticas y en el mismo sistema democrático.
Mientras, la clase política es incapaz de llegar a acuerdos mínimos para enfrentar esta amenaza. Su permanente lucha por el poder no tiene fin y sus intereses personales y partidistas siempre prevalecen sobre los de la ciudadanía. Así, la promesa de un Ecuador mejor es solo un espejismo constante en la vida de los ecuatorianos.
Esa debilidad institucional recurrente, además, ha generado corrupción, falta de transparencia y una profunda ineficiencia de la administración pública y de los funcionarios llamados a ejercerla. En un país en el que los ciudadanos no están protegidos, en el que obtener los servicios más elementales constituye una lucha constante frente a un sistema que no está ahí para ellos ¿cómo se puede esperar que la democracia se consolide?
Paradójicamente, el tema elegido por las Naciones Unidas para este Día de la Democracia fue el de "Empoderar a la próxima generación", frase que suena casi como una burla en el contexto del Ecuador. Los jóvenes, quienes enfrentan un futuro incierto y desafiante por la falta de oportunidades, están inmersos, además, en un sistema que parece estar diseñado para silenciarlos. La democracia ecuatoriana, en su forma actual, es un club exclusivo en el que rara vez los jóvenes son bienvenidos.
Así, empoderar a la próxima generación no solo significa darles la oportunidad de votar, sino permitir que se involucren activamente en la formulación de políticas públicas y fomentar su participación en la sociedad civil y, por supuesto, garantizar una igualdad de oportunidades que hasta ahora es solo una quimera. Los jóvenes ecuatorianos deben sentir que sus voces son valoradas y que sus preocupaciones son tomadas en cuenta para el diseño de políticas públicas. Solo así la política dejará de ser considerada una mala palabra y la democracia podrá consolidarse.
Dentro de este complicado escenario, tenemos que afrontar unas nuevas elecciones, que pueden ser una oportunidad valiosa para que la ciudadanía opte por quien esté comprometido con el fortalecimiento de la democracia y no con la cooptación de instituciones, la corrupción y la impunidad. Pero a su vez, esto no servirá de nada si quien es elegido no cuenta con el apoyo del resto de agrupaciones políticas que también crean en la democracia y en la independencia de poderes. Si eso no sucede, difícilmente saldremos de la precaria situación en la que nos encontramos.
Así, la democracia ecuatoriana se encuentra en una encrucijada crítica. La infiltración del crimen organizado, la debilidad institucional y la lucha constante por el poder la socavan día a día. Las próximas elecciones representan una oportunidad para el cambio, pero solo si se logra un consenso político en pro de la democracia y de la independencia de poderes, en el que se les de voz y cabida a las generaciones más jóvenes. Sin este compromiso quizás pronto ya no podamos conmemorar este día en Ecuador. (O)