A partir de la siguiente semana, debía ingresar antes de lo previsto para cubrir más proyectos emergentes y no comprometer los KPIs del área. Mientras ella hablaba con firmeza, yo apenas podía sostenerme pues, 24 horas antes, mi esposa y yo habíamos perdido un bebé.
No lloré. Ni protesté. Ni expliqué. Simplemente asentí, salí de esa sala y supe que algo muy profundo en mí estaba roto. Ni siquiera podía imaginar cómo se sentía mi esposa en ese momento.
Desde entonces me he preguntado cuántos indicadores de éxito se construyen sobre gente que apenas puede respirar por el agobio. Cuántas decisiones se toman sin saber —o sin importar— si la persona del otro lado está cargando una muerte, una angustia, un duelo, una hija enferma o simplemente un cuerpo agotado. ¿Cuánto vale un abrazo en una economía que valora lo "productivo"?
Si no se mide, no cuenta. Eso dice la ortodoxia. Pero ¿con qué fórmula de Excel se calcula la empatía? ¿A qué línea presupuestaria afecta el trabajo de consolar, de cuidar, de estar con la familia?
En América Latina, más del 75% del trabajo de cuidado no remunerado —lavar ropa, preparar comida, atender niños o personas mayores— recae sobre las mujeres. Y si ese trabajo se valora con un salario mínimo promedio, representaría más del 21% del PIB regional. En Ecuador, más del 70% de ese trabajo es asumido por ellas. Pero eso no aparece en ningún informe oficial de matrices productivas, e incluso se mide como parte de las "cuentas satélites" de los países.
Nos han enseñado que lo importante es producir, rendir, entregar resultados. Pero ¿qué pasa cuando el resultado más valioso del día es lograr que alguien a nuestro cargo se duerma pese a un dolor de muelas? ¿Qué KPI mide la paciencia? ¿Qué gráfico incluye la ternura?
Con el tiempo entendí que el abrazo —ese acto tan simple y humano— es la base de toda reparación emocional. Y que no hay -o desconozco- un protocolo administrativo para recalcular las metas de alguien que atraviesa una pérdida. Pero todos sabemos cuándo simplemente "estar" es suficiente. No es rentable, no genera dividendos, pero sí sostiene. El abrazo no acelera la economía, pero la vuelve habitable.
Esa mañana no se trataba de mi horario laboral ni de buscar condescendencia. Era el baldazo de realidad ante un sistema en el que la fragilidad se entiende como privilegio. Un modelo que no sabe qué hacer con un padre deprimido o con una mujer que sufre, en silencio, por su lactancia. Son aquellas pequeñas cosas que son de uno, y que también son de millones más.
Hoy, cada vez que mi hija me abraza siento que esa economía —la del cuidado, la del estar ahí— es la única que me interesa sostener. Todo lo demás es accesorio si eso se pierde.
No propongo romantizar el dolor, sino seguir repensando desde dónde medimos el valor de una persona. Qué tipo de mundo construimos cuando un KPI pesa más que una pérdida familiar, y a quién dejamos afuera cada vez que enfrentamos a la eficiencia con la comprensión emocional.
Sumar la empatía a los objetivos empresariales no es debilidad: es estrategia. Las empresas son más que estructuras jurídicas: son organismos vivos compuestos por personas que sienten, que pierden, que se levantan. Las organizaciones que promueven culturas de cuidado construyen mejores climas laborales y resultados sostenibles. Porque al final, las que se atreven a poner primero a las personas son las que trascienden.
Un abrazo no paga cuentas. Pero sin él, ninguna cuenta vale la pena. (O)