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El altruismo existe sin duda -negarlo sería irreal y cínico-, pero para que opere y se afiance más allá del simple asistencialismo, debe tener una razonable relación con los intereses de los agentes económicos.

15 Septiembre de 2021 11.16

El derecho de propiedad y la justificación moral de la ganancia son temas que continúan provocando debate. Los socialismos, en las diversas vertientes, y pese al estruendoso fracaso de esas doctrinas, mantienen sus objeciones. Los populismos, cuando conviene, apuntan sus discursos contra las tesis de la libertad de empresa. Esas discrepancias no menoscaban, sin embargo, el hecho evidente de que la propiedad y la ganancia legítimas están asociadas con el derecho de las personas a esforzarse para alcanzar su plenitud. Son su garantía. En efecto, no se puede ser libre si se depende solo del Estado. Más allá de lo económico, incluso los derechos fundamentales deben considerarse como "propiedades inalienables" de las personas.  

I.- Más allá de la economía.-  La noción de la propiedad privada excede el campo económico, tiene importantes contenidos filosóficos y políticos.  Es así que la concentración del poder y de los controles jurídicos y fácticos en beneficio de monopolios públicos o privados, conduce al totalitarismo.  El Estado monopolista necesita de un escenario adverso al Derecho y a la libertad.  La competencia, en la economía, juega idéntico papel al que cumple la democracia en la política, porque ambas realidades se apoyan en la capacidad de elección y en la autonomía de la voluntad de las personas. Y por cierto, en la posibilidad de elegir. No se ha estudiado con suficiente profundidad la relación entre competencia y democracia, asuntos ambos que se vinculan en el concepto de "libertad integral" 

Los sistemas de planificación a ultranza y de control de los medios de producción provocan la supresión de la libertad.  El propio León Trotsky decía, en 1937, que "... en un país donde el único patrono es el Estado, la oposición significa la muerte  por consunción lenta.  El viejo principio, "el que no trabaje no comerá", ha sido reemplazado por uno nuevo: "el que no obedezca no comerá". 

II.- El papel del Estado.- El reconocimiento de la propiedad, no solo sobre los bienes, sino, además, respecto de los derechos, entendidos como potestades individuales que aseguran la dignidad y el ejercicio de la libertad, tiene que ver con el papel que se asigne al Estado. Si el poder político tiene mayor capacidad de intervención, las personas tendrán menos posibilidad de ser libres. Al Estado le corresponde propiciar y crear las condiciones necesarias para que los individuos pueden acceder a un sistema de libertades con contenido material: educación, salud, seguridad personal y jurídica, infraestructura básica, administración de justicia. Le corresponde hacer posible la competencia, no suprimirla, ni asumir el papel de gestor y empresario único. 

III.- Espacios de autonomía personal.-  Tanto el derecho de propiedad, como el reconocimiento político y jurídico de la legitimidad de la ganancia, apuntan a desarrollar un ámbito de autonomía personal que rodee el individuo, que sea su circunstancia favorable, que elimine o, al menos, neutralice la dependencia del Estado y que permita elegir más allá del estrecho horizonte marcado por la política, sus doctrinas y proyectos, y fuera de las definiciones de la burocracia. La idea es que la propiedad y la ganancia creen espacios en los que no debe penetrar el Estado, porque están reservados al pleno desarrollo de la vida personal. Los procesos de "informalización económica y social" que tanto preocupan a los latinoamericanos, son evidencias de la incansable y connatural tendencia de la sociedad a construir espacios fuera del Estado. 

III.- Legitimidad de la ganancia.- Esos refugios de libertad individual, los "espacios de autonomía" no son posibles sin una base económica amplia y participativa que los sustente, constituida por la acumulación de recursos en manos de la mayor cantidad de personas.  Aquello es posible solamente si se admite la legitimidad de la ganancia, su función ética, que es uno de los mayores puntos de fricción entre el liberalismo y el socialismo, ideología ésta cuya tesis focal radica, con diferentes matices, en la "ilegitimidad" social de la ganancia. Para los socialistas de los diversos signos, la ética de la ganancia, en último término, debe ser prohibida o, a lo mucho, debe ser "tolerada", pero no impulsada ni cultivada. La empresa privada se basa, precisamente, en la aceptación teórica, en la práctica social y en la promoción de la legitimidad de la ganancia.  

IV.- Solidaridad e intereses.- La economía privada tiene una dimensión moral porque el empresario apuesta a la sociedad y al futuro, y permite el desarrollo de la comunidad y de los "otros", cuando elige colocar sus recursos en actividades de riesgo que generan negocios y empleo, en lugar de mantener su capital acumulado, o de gastarlo sin resultados productivos.  Aquí radica uno de los aspectos más interesantes del liberalismo: a partir del individualismo, se provocan efectos sociales; desde el "egoísmo", se llega a la solidaridad fecunda y constructiva. Tras la inversión privada está lo que Max Weber llamó "el imperativo moral de la creación de riqueza." 

La solidaridad no funciona cuando procede solamente de la imposición unilateral de tesis presuntamente altruistas, que, en el fondo, son fundamentalismos de nuevo cuño.  La solidaridad funciona cuando en ella están imbricados intereses, y cuando esos intereses empresariales producen efectos beneficiosos para los individuos y la sociedad.  El altruismo existe sin duda -negarlo sería irreal y cínico-, pero para que opere y se afiance más allá del simple asistencialismo, debe tener una razonable relación con los intereses de los agentes económicos.  La naturaleza humana no es de ángeles virtuosos, ni de seres esencialmente malos, es de hombres y mujeres que tienen inclinaciones por la ganancia y la seguridad personal, y que generan efectos directos o indirectos de solidaridad que benefician a terceros. El error está en disociar esas realidades y confrontarlas como antítesis irreconciliables. 

V.- Los efectos sociales del lucro.- A partir del afán de lucro, el capitalismo productivo ha logrado desarrollar inventos y acumular recursos con efectos sociales incuestionables. El afán de lucro impulsa actividades que son el motor de la sociedad y que la mantienen viva y vigilante.  Allí está la dimensión ética de la inversión.  Basta recordar los puestos de trabajo y las oportunidades que genera la inversión productiva, y lo que los inventos y su explotación produjeron y producen en términos de progreso.  La ventaja consiste en que las inversiones sociales del capitalismo productivo no están en manos del Estado, y al no estarlo, no se diluye la responsabilidad de su manejo, porque siguen gozando del mismo celoso cálculo que garantiza la eficacia de la actividad económica libre. 

Hasta hoy no se ha inventado un sistema alternativo, que tenga la capacidad de explotar toda la imaginación y la creatividad propias del afán de lucro de las personas y que, a la par, provoque efectos sociales, incluso cuando el inversionista no los busca. (O)
 

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