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la otra revolucion
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Tal vez sea el momento de hacer las cosas más lento, de caminar sin prisa, de reconectar con el propósito de servicio que debería estar en el corazón de todo negocio. De dejar de competir por ser los más rápidos, y empezar a competir por ser quienes impactan de forma más positiva.

6 Agosto de 2025 11.56

"Nos hará más ignorantes. Debilitará nuestra memoria. Hará que olvidemos lo aprendido y repitamos lo ajeno. Confiaremos en conocimiento que no fue verdaderamente entendido. Y lo peor: acabará con el diálogo."

Podría pensarse que este es el lamento de algún detractor contemporáneo de la inteligencia artificial. Que proviene de uno de esos líderes que aún desconfían de algoritmos capaces de redactar discursos, sintetizar reuniones o incluso tomar decisiones. Pero no. Estas palabras no fueron pronunciadas en el siglo XXI, sino en el siglo IV a.C. Quien las dijo fue Sócrates, y su enemigo no era la IA, sino la escritura y los libros.

Sócrates temía que la palabra escrita destruyera el arte de la conversación, del pensar profundo, del aprender a través del diálogo. Irónicamente, sabemos esto gracias a Platón, quien lo dejó por escrito. Y eso nos recuerda una verdad fundamental: no es la primera vez que nos oponemos a una nueva forma de conocimiento impulsada por una tecnología disruptiva. También ocurrió con la imprenta, con la radio, con internet. Y hoy, ocurre con la inteligencia artificial.

Nadie puede negar que estamos en medio de una revolución. La revolución digital que ha explotado con la IA generativa está transformando procesos, redefiniendo industrias y reescribiendo nuestras nociones de productividad y creatividad.

Según un estudio de Microsoft y LinkedIn (2024 Work Trend Index), el 70% de los gerentes globales afirma que contrataría a alguien con habilidades en IA aunque tuviera menos experiencia profesional. El mensaje es claro: saber interactuar con la IA se ha vuelto más valioso que haber acumulado años en un cargo. Esta revolución es veloz, implacable y fascinante. Pero no es la única que deberíamos estar mirando.

Hay otra, una revolución silenciosa, menos espectacular, pero igual de necesaria. Una revolución que no ocurre en los servidores ni en las nubes de datos, sino en las salas de reuniones, en los vínculos entre equipos, en las decisiones que toman los líderes. Es la revolución del ser.

En un mundo donde las respuestas están a un clic, lo verdaderamente revolucionario será hacer mejores preguntas. En una época de aceleración tecnológica, la ventaja será la pausa consciente. Y en un mercado saturado de datos, el nuevo diferencial será la empatía, la autenticidad y la capacidad de liderar con propósito.

Esta "otra revolución" no compite con la digital. La complementa. Pero exige otro tipo de valentía: no la de aprender a programar un modelo, sino la de aprender a reconocerse humano, vulnerable y al servicio de algo más grande que uno mismo.

 

El factor humano como ventaja estratégica

El Edelman Trust Barometer (2023) reveló que los consumidores hoy confían más en las empresas que en los gobiernos, los medios o las ONGs. Pero también que esperan que esas empresas tomen posición en temas sociales, ambientales y éticos. Es decir, las marcas ya no compiten solo por atención o calidad, sino por su humanidad.

Por otro lado, McKinsey reporta que las organizaciones con líderes emocionalmente inteligentes y culturas inclusivas tienen 3 veces más probabilidad de retener talento y 2 veces más probabilidad de superar a sus competidores en rentabilidad a largo plazo.

Y un informe de Salesforce (State of the Connected Customer, 2023) muestra que el 68% de los consumidores espera que las marcas demuestren empatía, y el 88% afirma que la experiencia que brinda una empresa es tan importante como sus productos o servicios.

¿La conclusión? La IA puede hacer mucho. Pero no puede reemplazar la conexión humana, la visión ética, ni la habilidad de inspirar.

En las escuelas de negocios hablamos mucho de transformación digital. Y está bien. Pero si queremos que las empresas sean sostenibles, relevantes y humanas, debemos poner el mismo énfasis en la transformación personal. Porque la tecnología solo amplifica lo que ya somos: si lideramos con miedo, la IA nos hará más temerosos; si lideramos con visión, la IA potenciará nuestra capacidad de impacto.

Es hora de formar líderes que entiendan de datos, sí, pero que también entiendan de emociones, de narrativas, de culturas. Que sepan dirigir un algoritmo y, al mismo tiempo, leer una sala. Que dominen frameworks, pero también que sepan quedarse en silencio y escuchar. Que tengan la humildad de reconocer que no tienen todas las respuestas, y el coraje de hacer las preguntas que nadie se atreve a formular.

Este nuevo mundo nos dará más tiempo. Automatizará lo repetitivo, hará más eficiente lo complejo. Pero, ¿estamos listos para habitar ese tiempo? ¿O simplemente lo llenaremos de más tareas, más metas, más ansiedad?

Tal vez sea el momento de hacer las cosas más lento, de caminar sin prisa, de reconectar con el propósito de servicio que debería estar en el corazón de todo negocio. De dejar de competir por ser los más rápidos, y empezar a competir por ser quienes impactan de forma más positiva.

Porque si las respuestas correctas se han vuelto un commodity, lo único que nos queda —lo verdaderamente transformador— es aprender a hacer mejores preguntas.

Eso, al fin y al cabo, es lo que Sócrates nos enseñó hace más de dos mil años. (O)

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