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El mercado legal se dio la vuelta. La oferta de servicios jurídicos (que generalmente controlaban las firmas de abogados) cedió a la demanda de estos servicios, que ahora regulan fundamentalmente los clientes por medio de concursos de precios y de paneles de firmas de abogados.

02 Febrero de 2023 10.28

En El Gatopardo, la novela póstuma de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958), hay una escena que ha trascendido las generaciones y se ha convertido en parte integral de la cultura literaria contemporánea.  Antes de eso, algo de contexto: la novela narra el ocaso del antiguo régimen en Sicilia y la inevitable unificación de Italia, pasados los mediados del siglo XIX.  Así, el viejo príncipe Fabrizio Corvera, que encarna los valores y el ethos de la aristocracia siciliana desde los tiempos antiguos, trata de convencer a su entusiasta y joven sobrino Tancredi de que no se una a las tropas del unificador Garibaldi. Tancredi a su vez, quizá para pacificar los desasosiegos de su tío, le dice que “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.” 

Más allá de esta promesa de inmovilismo, de la garantía de que, a pesar de los pesares, las cosas quedarán en su sitio, El Gatopardo es un tratado sobre la inevitabilidad de la muerte, acerca del necesario paso del tiempo, de sus efectos corrosivos. Un canto de cisne, en esencia. Y el gatopardismo, concepto acuñado sobre la base de la frase de Tancredi, es hoy, en política, sinónimo del deseo de inactividad.  

No existe una profesión – al menos yo no estoy al tanto- que haya aplicado con tanta perfección el axioma de que si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie, que la industria legal. Fuimos los últimos en dejar las corbatas (obligados, casi a punta de pistola por las videoconferencias en pijama durante los duros meses de la pandemia). Nos dimos cuenta, tras décadas de ejercicio profesional, que los clientes están, al final del día, en el centro de toda nuestra actividad profesional. Abrazamos tibiamente la tecnología, más por necesidad que por convicción, y tuvimos que encajonar, con nostalgia, nuestros cuadernos y apuntes tomados a mano. Nos sigue aterrorizando el Excel, con sus inentendibles celdas, diabólicos cálculos e imposibilidad de marcar textos. ¿Dónde estarán los venerables Alessandri, Claro Solar y Devis Echandía para defendernos?

Los abogados argumentamos nuestra resistencia al cambio sobre la base de una alegada diferencia. Somos distintos de todos los otros negocios, sostenemos para nuestros adentros. No tenemos por qué preparar presupuestos para los clientes. No tenemos por qué hacer equipos (entre otras razones, porque fuimos siempre educados para brillar y confrontar individualmente). Somos predominantemente masculinos y nos resistimos a la idea de que las mujeres profesionales (“las doctoritas”, como despectivamente las llamaban nuestros mayores) puedan avanzar en la carrera en iguales o mejores proporciones y condiciones. 

Como éramos distintos, nos acostumbramos a escribir memorandos eternos en los que no necesariamente llegábamos a una conclusión. Eso sí, buscábamos las raíces del Derecho en Grecia y Roma y, si el caso lo ameritaba, podíamos incluso llegar al Diluvio Universal. Con la misma lógica, pronunciábamos difusos y sesudos discursos, trufados de citas y latinajos, por aquello de que el verdadero abogado se gana el pan con el sudor de la lengua. Trabajábamos, en el fondo, para nosotros mismos y el cliente no necesariamente era el objetivo primordial de la prestación del servicio. Trabajábamos para generar espectáculo, muchas veces. 

No contábamos, los abogados, con los cambios que produjo la crisis financiera de 2008. Las compañías, empezando por las grandes corporaciones internacionales, se vieron obligadas a reducir costos, lograron traer mucho del trabajo legal a sus departamentos internos y vieron la posibilidad de escoger de mejor modo a sus abogados (antiguos juristas, hoy proveedores) y de poner presión competitiva sobre las tarifas.  En esencia, el mercado legal se dio la vuelta. La oferta de servicios jurídicos (que generalmente controlaban las firmas de abogados) cedió a la demanda de estos servicios, que ahora regulan fundamentalmente los clientes por medio de concursos de precios y de paneles de firmas de abogados. 

Dejamos, por tanto, de ser diferentes. Pasamos a engrosar las filas de los demás prestadores de servicios. Nos vimos obligados a buscar eficiencias, a trabajar en equipo, a ser aliados de los negocios (en vez de pretores) y a navegar en las corrientes de la hipermodernidad:  eficiencia, diversidad, sostenibilidad.  Debimos desperezarnos de nuestros gatopardismos. 

En las próximas columnas (una corta serie) tocaré algunos de los cambios que desafían a la industria legal y sus posibles consecuencias.  (O)

* Esta nota representa solamente la postura personal del autor. 

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