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La Constitución está en la mira. Ha sido funcionalizada, parchada y abusada. Pero llegó a su límite. Alterarla no será fácil. Tendrá que enfrentar pasiones e intereses.

14 Mayo de 2025 12.16

La Constitución 2008 que nos gobierna, emergió a la discusión en la última campaña electoral. Cuestionamientos a su fondo y aplicación, sin embargo, vienen de atrás. Desde su proclamación saltaron controversias: Alberto Acosta, ex Presidente de la Asamblea y uno de sus mentores, criticó el texto final. Sobre todo la concentración de poder, la cooptación de instituciones, la versión sobre derechos de la naturaleza.

Noboa se comprometió a cambiar la Constitución en su mandato. Al momento, dado el vértigo que atravesábamos, no se ha avanzado aún sobre la naturaleza de los cambios, el proceso a seguir, los contenidos claves. Ha iniciado algunos consultas, pero persiste el suspenso. Suspenso que es aprovechado por la oposición o algún especialista o periodista acelerado que no pierden ocasión para hacer presencia o denigrar al nuevo gobierno.

Los puntos esenciales tienen que ver con la naturaleza y con el contenido de los cambios. Ambos generan contradicciones. Seguramente el correísmo -autor del texto en discusión- bloqueará las modificaciones. Aducirá que se busca una Constitución "neoliberal y al servicio del imperio". El tema, sin embargo, le resulta conveniente para mantener movilizadas a sus bases, golpeadas en el corazón por derrotas, errores y divisiones internas. 

Respecto a la naturaleza del cambio, la disyuntiva es Asamblea Constituyente o reforma puntual. El asunto es muy complejo como para apurarse o satanizarlo a priori, sin saber los cambios que se proponen. En todo caso, si las propuestas apuntan a una alteración estructural en el sistema de poder y derechos, si buscan desmontar un modelo de representación y gestión para sustituirlo por otro, una nueva Constitución parece lo adecuado.  Si se trata de cambios puntuales, de maquillajes que no alteran el enfoque global, el proceso de reforma parece conveniente. 

Ya se han pronunciado algunos sectores: partidos, gremios, académicos, periodistas. Uno de los mensajes visibles provino del Foro por la Democracia que agrupa a varios líderes de opinión. Según él, apostar por una Constituyente tiene dos inconvenientes: clima de incertidumbre extendido y gasto desmesurado, más de los $ 200 millones, que bien podrían invertirse en prioridades sociales. En ésta y similares propuestas, no se excluye la necesidad de cambios fundamentales.

Para la reforma parcial, se alega que es el camino más apropiado y eficiente. No abriría espacios muy largos de incertidumbre -que afectan al estado, a los actores internos y externos- y sus costos serían manejables. Se argumenta, además, que el escenario político, y la nueva composición de la Asamblea, podrían coadyuvar a plasmar los cambios básicos.

El segundo punto -de igual o mayor complejidad- refiere a los temas de las reformas. Por ahora, predominan la expectativa, los cálculos y los rounds de estudio. Al momento, el tema que aparece con mayor consenso, es la eliminación del Consejo de Participación. 

Otros temas presentes en las primeras discusiones: hiper presidencialismo, estatismo, rol de iniciativa privada, fortalecimiento de las fuerzas del orden, mano dura a delincuentes y corruptos, sistema de justicia, extractivismo y protección de la naturaleza, estado plurinacional, modificaciones en el sistema político y la participación, derechos para evitar se tornen en privilegios o impunidades...  Seguramente, nuevos tópicos se irán posicionando en estas semanas. 

La Constitución no tiene dueño

Independientemente del camino, se impone un enfoque de participación. La Constitución -su vigencia o su alteración- no es propiedad de la clase política, ni de las élites, ni del Ejecutivo y peor de un grupo de interés. Atañe a toda la población. Se requiere diseñar un mecanismo que permita generar propuestas desde todos los actores: academia, colegios profesionales, organizaciones sociales, partidos, organismos de derechos y desarrollo, grupos etarios...

La participación, sin embargo, clama por un viraje radical. El enfoque "gremialista" que amontona resentimientos e impone tajadas para grupos específicos, no suma. Una colcha de retazos con 25 exigencias de cada grupo, no aporta. Se requieren visiones de país y largo plazo, enfoque estructural que toque al modelo de poder y desarrollo. Sin esto, los procesos de participación pueden distorsionarse, polarizar más las posiciones, dilatar los tiempos, abrir fisuras innecesarias. 

Vivimos un momento estelar. Nuestro seguimiento y aporte son cruciales. Es bueno saber que hay consensos por transformar. Ninguna Constitución, cambia por si sola la sociedad. Pero impulsa o detiene, abre oportunidades o consolida poderes de ocasión. Los ciudadanos tenemos otra vez la palabra. (O)

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