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Morante de la Puebla y el mundo que se extinguió ayer

Esteban Ortiz

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Verle torear era una fuga, era la perfección de un lance para sacar los problemas de la mente, sustituirlos por esa emoción y recibir alivio por un rato. Es el escape, la estética y la pasión que genera el arte. Era el acontecimiento y la trascendencia.

7 Noviembre de 2025 12.48

Este diario nace de la sensación compartida de haber perdido algo. No es un artículo ni una crónica: es un pequeño fragmento de un mundo que existió pero que acaba de desaparecer.

Desapareció una persona que representaba un modo de vivir que ya no existe. Desapareció una costumbre sin que nadie lo notara. Desapareció un objeto que guarda una historia, un lugar que quedó vacío. Despareció una emoción que fue extinguiéndose de a poco. También desapareció un gesto que ya no se hace. Desapareció una tarde común, una tarde de toros, las esquinas, los bares, las calles con gente, las puertas grandes, los amigos, hacer historias, la tertulia y la sobremesa. Desapareció un mundo, en el que ya nadie espera a nadie. 

Este mundo giraba alrededor de un artista irrepetible. Ese mundo, o una fracción de lo que representaba para cada uno, se perdió cuando Morante de la Puebla se cortó la coleta. Dejarán de verse faenas soñadas o dejaremos de tener conversaciones apasionadas. Por eso, cuando un artista deja de expresar lo que siente, se extinguen muchos mundos. Seguramente seguirá viviendo José Antonio Morante Camacho, pero se ha extinguido Morante de la Puebla. 

En mi caso, en este diario doy fe de que se terminó una época preciosa en la que construí recuerdos, hice amistades profundas como sólo se hace cuando compartes un espacio de vida apasionadamente y cuando te transformas, a cualquier edad, en un adolescente histérico. También, se terminó mi pretexto para volver con ilusión de enamorado a los toros o volver a sentir el éxtasis más grande ante la obra más emocionante de todas. En los peores momentos, Morante de la Puebla me levantaba de la fatiga de vivir o calmaba la desilusión de una pérdida. Verle torear era una fuga, era la perfección de un lance para sacar los problemas de la mente, sustituirlos por esa emoción y recibir alivio por un rato. Es el escape, la estética y la pasión que genera el arte. Era el acontecimiento y la trascendencia. 

El mundo como lo conocíamos ha dejado de existir. En este mundo que se extinguió ayer, dejaron de volar las golondrinas y de torearse toros con singular arte. Sin embargo, se han multiplicado las personas que les gusta regar plantas, acariciar gatos y sacar a pasear a perros. Ya nadie espera a nadie y los elefantes vuelan, pero bajito. Antes esperábamos en las esquinas, en los portales. Ahora nadie llega tarde, porque nadie llega del todo. Por ejemplo, hoy volvió la luz por unos minutos y todos salimos a aplaudir porque los aplausos también desaparecieron. Morante de la Puebla me devolvía la ilusión por el mundo de los vivos. 

Ahora es mejor el olvido porque, dicen, nos hace iguales. Al extinguirse este mundo también se extinguió hablar sobre el ayer. Si alguien lo menciona, el aire se pone denso y suena un pitido suave, un zumbido en el oído gracias al chip que tenemos incorporado debajo de la piel. A veces, aunque duele, lo hago igual solo para escuchar ese sonido. Si bien no hablar sobre el ayer es una forma de evitar la tristeza, por otro lado, es una forma de romper la monotonía y recordar un natural llevado con naturalidad enroscado en la cintura, reconforta. 

Hoy, en cambio, estamos felices viviendo en un mundo desolador, lúgubre y totalmente deshumanizado. Es el reflejo de la desazón. Por eso, no es lo que Morante de la Puebla fue, es lo que representó para mí. Fontanarrosa lo dijo mejor que nadie, y aunque se refería a Maradona, tiene vigente aplicación para otro genio: "Qué me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía".

Este diario sin hojas ni días, horas o años, es la recopilación sin descripción de una época en mi vida. Fue un período de tiempo sin tiempo al que volvía cuando perdía las ganas de cualquier cosa. Un diario que escribía sin lápiz ni papel, pero que se garabateaba todo el tiempo. Seguramente todos tenemos algún espacio parecido, algo que nos ayuda a combatir la nada y el mío se extinguió ayer.

Nos queda seguir regando las plantas, pisar hojitas por las calles y contar historias. Es una pequeña esperanza que sobrevive entre los escombros. Ya habrá ilusión por otro torero, otra plaza, otras personas, otro mundo. Mientras tanto, queda el zumbido del buen recuerdo y el agradecimiento, por tanto. Por eso, de momento, no hacen falta nuevos caminos o ciudades. Hoy, todavía, no hay puertas por abrir. Han desaparecido también las llaves. Seguramente, cuando vuelva la esperanza, las encontraremos. (O)

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