A través de la historia, las naciones siempre han necesitado un faro luminoso que guíe su rumbo a través de las aguas turbulentas de los desafíos cambiantes. Este rumbo es conducido por un líder que, con visión y determinación, conduce a sus ciudadanos hacia un horizonte de progreso. Dicho progreso, en su esencia más profunda, se encuentra estrechamente ligado al bienestar económico de la población, es decir, la capacidad de satisfacer plenamente las necesidades básicas de cada ciudadano.
Los economistas han identificado los pilares del progreso económico en la forma de los factores de producción: capital, trabajo, tierra y tecnología. Estos factores determinan la capacidad de producción de un país y en consecuencia la riqueza de sus ciudadanos. Aunque, a veces, nos olvidamos que detrás de estos factores se encuentran individuos, cada uno de ellos dueño de su conocimiento, propietario de tierras productivas, guardianes de maquinaria esencial, y poseedores de la clave para la innovación. La organización de estos factores determina en gran medida la fuente de ingresos de las personas y, en última instancia, su camino hacia el progreso.
La política, como arte de gobernar una sociedad, desempeña un papel crucial en la organización y gestión de estos factores de producción. Cuando observamos la política desde la perspectiva del progreso económico, nos encontramos con una propuesta social: la posibilidad de que los ciudadanos se conviertan en copropietarios de estos recursos y en consecuencia sean dueños de su propio camino para el progreso.
Los partidos políticos, como estructuras humanas, se erigen como catalizadores de estas propuestas de prosperidad y guían a los líderes hacia su consecución. Son estas estructuras políticas las encargadas de seleccionar, respaldar y ejecutar las políticas que consideran cruciales para el desarrollo de la sociedad.
Los partidos políticos no pueden dejar de presentar planes claros que aborden con una visión técnica la organización de cada uno de los factores de producción: políticas laborales, de inversión, tecnológicas y agrarias. Estas propuestas deben basarse no solo en la competencia técnica, sino también, en la integridad moral de sus planteamientos.
Ecuador se encuentra en un momento de esperanza. Esperanza determinada en gran medida por las nuevas generaciones que anhelan transformar la forma en que se concibe y se practica la política. Hagamos de esta coyuntura un punto de partida para el cambio, estableciendo requisitos mínimos para aquellos partidos políticos que aspiren guiar a nuestra nación a futuro.
Formemos grupos comprometidos con ideales nobles y propuestas técnicas, fortalezcamos las estructuras actuales y creemos nuevas, para que, estos renovados partidos políticos enciendan su luz y se conviertan en faros de guía tanto en lo técnico como en lo moral, para nuestros líderes, conduciéndonos, así, hacia el anhelado puerto del progreso. (O)