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La democracia precisa fortalecerse desde todos los ángulos. La observación electoral es uno de ellos. No permitamos que agonice o sobreviva sin eco. 

13 Septiembre de 2023 12.48

El proceso electoral que vivimos es una operación compleja. Supone el cumplimiento eficiente y armónico de varios componentes y subprocesos. Uno de ellos -la observación acreditada- suele pasar desapercibida, a pesar de su importancia. Casi nadie -políticos, partidos, organizaciones, medios, ciudadanos- le da seguimiento, la asume como referente. Se acepta su existencia casi por inercia, pero se desconoce o subvalora su trascendencia.

El concepto observación tiene un doble significado. Primero, implica “ver bien”, ver con atención, con curiosidad y profundidad; ver lo que normalmente podría ignorarse o lo que otros no lo notarían. Y segundo, observar refiere a emitir observaciones, consejos, recomendaciones. Todo ello con el fin de corregir vacíos y mejorar procesos ulteriores. 

El tema demanda mucho esfuerzo. Se inicia con la acreditación - nivel nacional e internacional- en base a criterios validados del CNE. Le siguen jornadas de información. Continúa con las visitas de acompañamiento -con entrevistas- a las Juntas receptoras del voto en diversos territorios (proceso central). Se realizan también inspecciones a dependencias estratégicas. Los observadores disponen de facilidades para su trabajo. Y si no las tienen, pueden reportarlo.

Los principios que guían el trabajo de los observadores -más de 2.000 en total- son: objetividad, imparcialidad, transparencia, neutralidad, no intervención, respeto a la legislación. Su labor termina con la entrega de informes -preliminar y final- que contienen el análisis de la situación -avances, vacíos, problemas- y las conclusiones y recomendaciones. La entrega se hace al CNE; en ocasiones se abre a la opinión pública.

La observación electoral -especialmente internacional- en su mayoría ha devenido en rituales intrascendentes y costosos, aunque nadie los cuestiona pues no resulta muy popular. Posiciones extremas hablan de “turismo electoral”, de protocolo inútil.  Son pocas los organismos internacionales que cubren sus costos; para el resto, el estado destina más de 500 mil dólares, en pasajes, alojamiento, alimentación, seguridad, materiales. 

 

VACÍOS Y POTENCIALIDADES

Uno de los vacíos detectados es la falta o insuficiencia de experticia de muchos observadores. Especialmente en los temas más sensibles, como los matemáticos, informáticos, estadísticos, comunicacionales, logísticas. Por excepción, los equipos observadores incluyen conocimiento experto en estas áreas.

La limitación central alude al foco de atención. Por lo general, se observan temas adjetivos, informados ya por los medios y redes: dinámica de mesas, asistencia y horarios, hombres y mujeres, orden y organización, fuerza pública. El corazón del proceso es subvalorado o rodeado: padrones, campañas, recursos, escrutinio, encuestas, debates, normativas. Se han dado casos de prácticas fraudulentas producidas en las narices de los observadores. 

Otro de los puntos neurálgicos es la comunicación de resultados. No suelen pasar de una entrega formal -utilizada para avalar funcionarios o dependencias- de informes que nadie revisa. No existe una estrategia comunicacional integral, pensada en la ciudadanía. Tampoco seguimiento de recomendaciones. A los pocos días, el asunto se esfuma.

Ligado a lo anterior, vale anotar que las recomendaciones no son vinculantes, no obligan a nadie. Actualmente, más de 100 observaciones emitidas duermen en los archivos. Esta ventana abierta, ha ocasionado que muchas autoridades ni siquiera revisen sus contenidos y peor los apliquen. Se cierra así un ritual con baja eficacia y eficiencia. 

Los vacíos detectados no deslegitiman la observación. Al contrario, apuntan a rescatar su relevancia. Hablamos de procesos con alto potencial de participación ciudadana, de expresión y vivencia de la democracia. Y de una oportunidad inmejorable para tomar el pulso a las elecciones y proyectar alertas y mejoras inmediatas y mediatas. 

Los observadores internacionales pueden contribuir mucho a mejorar los procesos. El conocimiento de experiencias en otros países, de buenas prácticas, de problemas a evitar, de experticia en temas como derechos humanos e inclusión, por ejemplo, pueden ser aportes invalorables.

La observación nacional tiene mayor trascendencia, por el conocimiento directo, cultural e histórico. Resulta clave cualificar a los observadores, incentivar que academia, colegios profesionales, ONG, organizaciones sociales, medios, iglesia, se sumen a las revisiones. Y completen el ciclo con transparencia y eficiencia y una política de comunicación potente para todos. 

El país no está para rituales y formalismos insípidos. La democracia precisa fortalecerse desde todos los ángulos. La observación electoral es uno de ellos. No permitamos que agonice o sobreviva sin eco.  (O)

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