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Aquí no solo tenemos maestros que cambian vidas, sino aquellos que día a día, se muestran resilientes, perseverantes y por qué no generadores de paz. Debe llegar un momento en el que, todo el sistema cambie, les recompense y les brinde lo que necesitan, solo entonces podremos dejar de cuestionarnos, “por qué no quieren ser maestros”.

22 Abril de 2022 10.48

“Si profundizamos en las Humanidades, seremos capaces de orientar nuestras vidas para que NO las dirija alguien que mañana le da a un botón y cambia el mundo” (María Iraburu, rectora de la UNAV).

Al leer esta frase siempre pienso en que ese botón representa el gatillo de un arma de fuego o algo aún peor, que es el botón que inicia un estallido nuclear y aunque suena exagerado, en los tiempos en los que vivimos post pandemia, abrumados de noticias negativas, guerra y con índices altos de violencia a nuestro alrededor, esto se hace creíble.

Pero ¿qué tienen las Humanidades que hacen que podamos elegir mejor? La respuesta se resume en cuatro aspectos: fomentan la capacidad de juicio, promueven un razonamiento profundo, rompen con sesgos y prejuicios y, sobre todo, dan valor al ser humano como un tesoro invaluable.  

Dentro de las Humanidades está el arma más poderosa para cambiar el mundo: La Educación, así lo mencionaba Nelson Mandela el expresidente de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz. En esta misma línea parafraseando a Mark Twain también se puede añadir que, la enseñanza es tan poderosa que puede cambiar la mala moral en buena, puede convertir prácticas horribles en prácticas poderosas, puede cambiar a los hombres y transformarlos en ángeles. Y para acercarnos más a nuestro entorno ecuatoriano, debo añadir el legado de Dolores Cacuango quien fundó la primera escuela bilingüe quechua-español en 1946 y además, logró concientizar contra el racismo y luchar por la educación, la identidad y derechos de la población indígena.

Todo esto suena muy bien, sin embargo, a la hora de evaluar, si las generaciones actuales optan por esta rama de las Humanidades, se observa que no está dentro de las carreras más demandadas como enfermería, medicina o derecho. Y aunque sabemos que, un maestro es insustituible, porque eso lo demostró la pandemia, la tendencia es elegir una carrera “competitiva en el mercado” y esto más allá de cuestionarnos si es bueno o malo, debe llevarnos a pensar qué tan valorado es un maestro en nuestro país y claro, también a preguntarnos ¿por qué no quieren ser maestros?

Es una pregunta difícil de responder, pero entre lo que podría suceder es que no hemos llegado a dar a los maestros lo que realmente necesitan, en países como Finlandia los maestros son muy valorados y la carrera docente es prestigiosa, exigente y está reservada a los más talentosos y esforzados hay mucha inversión en la formación y capacitación, tienen autonomía para impartir sus clases y aunque tienen un plan de estudios como guía, se les brinda la confianza para que trabajen de manera interdisciplinar y colaborativa con sus pares a través de proyectos y además, hay un componente clave que es, la retroalimentación, aquí los docentes  se asesoran y aconsejan constantemente, es decir, un verdadero trabajo en equipo.

En Ecuador se sabe que un maestro debe presentar más de 50 planificaciones al año un número que nos lleva a pensar en papel y más papel; y que solo un 2% de ellos recibe retroalimentación, así resulta muy complejo “aprender a aprender” o realizar ajustes al proceso de enseñanza.

Lo heroico de todo esto es que incluso en estas condiciones, tengamos a maestros que van construyendo vidas a través de buenas prácticas pedagógica e innovación, recordemos a Carolina Espinosa,  quien se hizo tendencia en redes sociales en época de pandemia,  porque con su bicicleta y una pizarra iba a las casas de sus alumnos en Playas, luego de su jornada laboral para brindar las lecciones a aquellos niños que no tenían cómo acceder a sus clases virtuales por no contar con computador e internet.  

Aquí no solo tenemos maestros que cambian vidas, sino aquellos que día a día, se muestran resilientes, perseverantes y por qué no generadores de paz. Debe llegar un momento en el que, todo el sistema cambie, les recompense y les brinde lo que necesitan,  solo entonces podremos dejar de cuestionarnos, “por qué no quieren ser maestros”. (O)

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