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Quito se ha convertido en un problema y, para salvar a la ciudad, hay que admitir que ahora la capital es un escenario de dificultades, de incertidumbres, de angustias que persisten y crecen. Es una masa urbana sin concepto,  es un tumulto que se expande por donde puede.

06 Diciembre de 2023 12.12

Por largo tiempo, Quito fue referente histórico, remembranza colonial, capital del país y centro del poder político; fue el símbolo de la república y, al mismo tiempo, escenario de golpes de estado y “escritorio” de las dictaduras. Quito fue la iglesia de la Compañía, la Catedral, la Merced. Fue la armonía arquitectónica y el barroco implantados por los españoles en un remoto valle de los Andes. Y fue la Escuela Quiteña y la artesanía nativa. Fue la Plaza Grande. Y está bien que así haya sido y que así sea, porque, quiérase a no, la ciudad es la memoria y el núcleo de la nación, y el punto de encuentro de las diversidades regionales.

Sin embargo, Quito se ha convertido en un problema y, para salvar a la ciudad, hay que admitir que ahora la capital es un escenario de dificultades, de incertidumbres, de angustias que persisten y crecen. Es una masa urbana sin concepto,  es un tumulto que se expande por donde puede, sin idea de qué debe ser, de qué propuesta de vida tiene, de si es para la gente o para los vehículos, y si vale la pena sacrificar el centro histórico en beneficio de los buses y de la expansión del comercio informal, de si es legítimo tumbar árboles y recortar parques ¿Cuáles son los derechos del peatón y del ciclista, cuáles los de los choferes y más conductores, todos ellos cada vez más arrogantes y descomedidos?

Y no es problema municipal, solamente. Ni es de ahora. El tema es más complejo: es que Quito, sus autoridades y sus élites - ¿hay elites? -  dejaron de pensar la ciudad hace mucho tiempo, renunciaron a planificar la vida urbana en función de ideas, de metas, de valores. Y todos, Municipio, gremios, grupos de presión, políticos, intelectuales, etc., se quedaron -nos quedamos- en la visión coyuntural, en la perspectiva interesada y corta. Se quedaron en la solución coyuntural, en el parche. ¿Desde cuándo no hay un plan global de la ciudad, una idea de los efectos de su expansión a los valles, que se haya discutido, comprendido y consensuado?, ¿desde los años setenta, desde los noventa? ¿Hay una idea de Quito, o es un “accidente” urbano que crece y se desborda? ¿Más allá de los planes municipales de la actual y de las anteriores administraciones, pregunto si hay un concepto del Quito que incluya las visiones de los que consideran al paisaje como un derecho, y a los árboles como un activo invalorable?

Que hay obras, que el metro, que las inauguraciones y las fiestas, etc. Sí, hay todo eso, pero falta lo sustancial: la idea de qué ciudad queremos, cómo debe ser este espacio urbano en cincuenta años, de si es para vivir o para agonizar entre el tumulto, el tráfico, los asaltos, la humareda y la infinita congestión. De si el entorno debe apuntar a hacer del quiteño un neurótico, un ser asustado, apresurado e indolente, o un ciudadano en el sentido cívico y no político del término.

El tema esencial es ¿si las ciudades, y Quito, son espacios para vivir? (O)

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