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Y es que vivimos desde hace tiempo en un territorio dominado por hienas. Son estos seres taimados, desconfiables y repulsivos los que dirigen, controlan, legislan, pontifican y someten al país a sus peores tormentos.

3 Julio de 2024 13.21

Se me ocurren varios términos para definir de algún modo aquello que flota en el ambiente sombrío que se cierne sobre el Ecuador: desasosiego, desesperanza, angustia, incredulidad, vergüenza, zozobra, desconfianza… 

Si cada una de estas sensaciones y de todas las que no es posible enumerar fueran apenas una partícula de lo que sienten hoy los habitantes de este país, comprenderíamos entonces la razón por la que nos hemos hundido en una suerte de niebla perpetua a pesar de que vivimos acostumbrados a despertar con días luminosos y a rodearnos de una exuberancia verde y de tierras negras tan fértiles y generosas que en otros lugares serían casi utópicas. Porque, aunque estamos rodeados de riquezas naturales y nadamos en abundancia de recursos, somos un país con índices exorbitantes de pobreza, desigualdad, inestabilidad y desempleo, todo esto sumado o provocado en parte por una educación paupérrima y por un nivel cultural que, en términos generales, cohabita con la más triste ignorancia.

Y es que vivimos desde hace tiempo en un territorio dominado por hienas. Son estos seres taimados, desconfiables y repulsivos los que dirigen, controlan, legislan, pontifican y someten al país a sus peores tormentos.

Estas hienas se mueven en manadas, en grupos de poder, en partidos territoriales, en colectivos liderados por el miembro más fuerte, ambicioso y sagaz aunque no siempre sea el más inteligente. A este líder y a sus lugartenientes le siguen sus acólitos, normalmente seres inferiores, una suerte de pulgas que cabalgan cómodas sobre los lomos de los principales miembros, que viven por y para aprovechar su sangre. Los movimientos de las manadas normalmente son calculados, eficientes, sagaces, y sus ataques suelen ser tan feroces como letales. La avaricia y las hambres atrasadas las gobiernan.

Son estas fieras ladinas y cobardes las que desfalcan al país, las que lo esquilman, las que lo abusan, las que lo violan, las que lo aplastan, las que lo humillan, las que mantienen a los marginados como tales, a los pobres como tales, a los ignorantes como tales; las que permiten y prohíben según sus propios intereses y conveniencias; las que se lo disputan todo a dentelladas y cuando solo queda el esqueleto, cuando se han saciado y han regurgitado, vuelven a mostrar sus risas nerviosas, sus fauces blancas y sus colmillos afilados, y entre abrazos y besos y amenazas veladas y promesas que nunca cumplirán, te piden otra vez tu voto, tu apoyo, tu dinero, tu aporte o te exigen que salgas a las calles para destruirlo todo, para que te conviertas en carne de cañón mientras ellas esperan a devorar los cadáveres; o son las que te amenazan con multas o sanciones si es que no pliegas a sus desmanes, las que te extorsionan o te vacunan o te secuestran o te duermen con cuentos de hadas o te convencen de que es mejor dejarlo todo como está: bajo tierra, sobre sus escritorios, en sus cajas fuertes, en sus paraísos fiscales, en sus eternos expedientes judiciales, en sus caletas, en sus contratos colectivos, entre las leyes más arcaicas, en sus negocios turbios, en los subsidios de los que se benefician sus socios contrabandistas, en sus activismos bien remunerados… 

No me queda ninguna duda de que los animales son mejores que los seres humanos, infinitamente mejores, a pesar de que siempre he tenido aprensión, asco y rechazo por ciertos animales entre los que incluyo a las hienas. Y cuando veo a estas hienas que han invadido y se han apoderado de este territorio hermoso y exuberante, cuando las identifico por sus risas esperpénticas y por sus requiebros sinuosos, cuando las escucho gruñir y marcar su territorio con meados, cagadas y sangre, es cuando siento mayor frustración, desasosiego, desesperanza, angustia, vergüenza y todo eso que nos envuelve. (O)

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