Imagina que necesitas recibir un servicio importante, que es un derecho, que está amparado por la ley, que es indispensable, y de los que no se puede prescindir.
Sabes que ha llegado el momento y no puedes posponerlo. Decides buscar el lugar que te brinde ese derecho, ese servicio. Vas de puerta en puerta, cuentas parte de tu historia y, cuando mencionas el tema más sensible, te niegan la oportunidad de ingresar y de recibir aquello tan preciado e importante que todo ser humano merece: la educación.
¿Cómo te sentirías? ¿Qué emociones experimentarías? ¿Qué decisiones tomarías? Posiblemente este ejercicio te cueste realizar porque quizá tuviste la oportunidad de ingresar al sistema educativo sin mayor dificultad o tus hijos fueron aceptados sin problema. Esta columna es una invitación a ponerte, por un momento, en el lugar del otro.
Hace pocos días hemos escuchado el caso William un niño de siete años con autismo, que, según sus padres, ha sido discriminado en 15 colegios de Quito debido a su condición.
En las entrevistas con los colegios escucharon varias excusas: 'no tenemos personal', 'no hay cupo disponible', 'no estamos capacitados para atenderlo', e incluso, 'es muy caro brindar ese servicio.
Esta historia refleja el drama que viven los padres de niños, niñas y jóvenes que no encuentran una institución educativa donde incluir a sus hijos con autismo y que representan la diversidad neurodivergente.
Según las cifras del Ministerio de Educación, la tasa de abandono escolar de los niños con discapacidad fue del 1.97% en el periodo 2022-2023, durante el periodo 2021-2022 fue de 1.41% y en 2020-2021, el 1,24%, lo cual indica que va en aumento.
A pesar de que en el artículo 47 de la Ley Orgánica de Educación Intercultural dice "el Estado garantizará la inclusión e integración de las personas con discapacidad, eliminando las barreras de su aprendizaje" Esto, en la práctica, queda solo en el papel. No se vive una verdadera inclusión, y los niños, niñas y adolescentes terminan excluidos del sistema educativo. Abandonan la escuela o nunca ingresan a una. En el mejor de los casos, se educan en sus hogares o acuden a alguna fundación o centro especializado. Sus padres en algunos casos dejan sus trabajos para cuidar de ellos. Todo esto refleja algunos temas.
Primero, que el sistema educativo no está preparado y que posiblemente los docentes no cuentan con herramientas para atender a la diversidad. Que la escuela, en muchos casos, se reduce a ser un negocio que selecciona a los que ellos consideran son los 'mejores' según su condición.
Quienes estamos en el ámbito educativo tenemos la responsabilidad de formar y crear entornos que permitan a futuros docentes, ser parte del cambio y de una verdadera inclusión, que, con visión amplia libre de sesgos, apliquen diversas herramientas educativas, metodológicas para promover el aprendizaje, indistintamente de la condición, "porque el mundo necesita todo tipo de mentes".
Cierro esta columna con una frase de Mario Alonso Puig que dice: "El respeto a lo diferente es clave para convivir en sociedad y es un viaje de autodescubrimiento, empatía y crecimiento personal". (O)