A sus 33 años, Daniel Ortiz confirma que un científico puede convertir una investigación en negocio. Ingeniero en Biotecnología y docente desde que salió de la universidad, su historia empieza con una pregunta científica: ¿qué insectos pueden ayudarnos a transformar residuos en algo útil?
La respuesta llegó en 2018, cuando junto a su socia ganó un financiamiento de US$ 139.000 para explorar el potencial de la mosca soldado negra (Hermetia illucens) en procesos de bioconversión. El proyecto permitió equipar un laboratorio, dirigir tesis, involucrar estudiantes y pasar meses en Puerto Quito, en Pichincha, capturando insectos, estudiando condiciones ambientales y aprendiendo, literalmente desde cero, a criar una especie capaz de convertir desechos en proteína.
Para levantar los primeros criaderos, Ortiz llegó hasta las fincas de amigos de su familia en ese cantón. Allí, en medio de plantaciones y corrales, se instaló una carpa equipada con estanterías, trampas y toldos para controlar temperatura, humedad y luz. El laboratorio improvisado en campo abierto se convirtió en el centro de una investigación que buscaba entender el ciclo de vida de la mosca soldado negra.
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Mientras muchos estudios se quedan en papers, Ortiz veía otra ruta y quería convertir este conocimiento en una aplicación real. Para entonces, ya seguía de cerca lo que países asiáticos, europeos y africanos hacían con insectos como fuente proteica e identificaron el nicho que querían atacar.
"Empezamos con la idea de poder reemplazar estas fuentes proteicas que actualmente son sobreexplotadas. Por ejemplo, a la harina de pescado, que es una de las fuentes proteicas que más se utilizan a nivel de nutrición animal".
En el camino apareció una empresa francesa que instaló una operación en Guayaquil con un financiamiento público de más de US$ 1,2 millones. "Al inicio pensamos: nos ganaron", dice Ortiz. Pero, luego el pensamiento fue otro: si un actor grande llegaba, se abría mercado.
Ese mismo año el equipo postularon a Innovacit —un fondo del Senescyt con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)—, ganaron US$ 50.000, con la condición de que pusieran los otro US$ 50.000 que necesitaban. Con estos recursos pasaron de investigación a industria, crearon la empresa Proloop e instalaron su primera pequeña planta en Santo Domingo en 2021, gracias a un convenio con la fundación alemana Colpin, que aportó espacio y programas de capacitación técnica. Y, con cuatro toldos que albergaba cerca de 40.000 moscas, comenzaron a producir larvas a escala piloto.
Luego vino una segunda ubicación más amplia y, finalmente, la planta actual: 250 metros cuadrados en el centro de la ciudad, equipada con maquinaria industrial importada de China, desde trituradores y molinos hasta secadores y un sistema de desengrasado, que permite cerrar el ciclo productivo en casa. La operación está organizada como una línea industrial: un área para la cría de moscas, otra para los larveros y una tercera para el procesamiento. Cuentan con 24 toldos que contienen alrededor de 10.000 moscas. Eligieron esta provincia porque, en la logística, permite al equipo llegar con mayor facilidad desde Quito.
Enfocar el negocio
El giro hacia el mercado de mascotas llegó en 2022. Aunque el objetivo de Daniel Ortiz y su equipo siempre fue competir en el segmento B2B —con la producción de proteína a partir de insectos para nutrición animal—, arrancar por ese camino implicaba escala, capital y una estructura productiva capaz de sostener volúmenes industriales. En el corto plazo, era inviable. La pregunta fue entonces cómo educar al mercado, demostrar el valor de la proteína de insecto y generar ingresos mientras construían un músculo operativo. Así que optaron por un producto más accesible, emocional y pedagógico.

Así nació su primer snack para mascotas: una galleta en forma de patita hecha con base en harina de insecto, rica en proteína, combinada con ingredientes naturales como zanahoria, manzana y cereales, sin aditivos artificiales. La propuesta conectó con una tendencia que se apegaba a la humanización de las mascotas y el interés de los consumidores por opciones sostenibles. Comenzaron a vender en ferias, redes sociales y a través de tiendas aliadas y así llegar a los pet lovers.
Durante los primeros dos años, la producción y la imagen fueron "básicos". Pero en 2024 llegó el salto de marca: ganaron un fondo de US$ 25.000 de Conquito (Fonquito 2024) y lo destinaron a profesionalizar el producto, rediseñar la identidad y lanzar Loopi, la línea que hoy representa su apuesta comercial. Actualmente, Loopi se distribuye vía Instagram y puntos físicos en Quito y el Valle de los Chillos, mientras la harina de insecto se mantiene como insumo exclusivo para su propia línea. El objetivo, sin embargo, sigue claro: escalar hacia el sector acuícola para competir donde empezó toda la historia. (I)
