Casi uno de cada tres empleados prefiere limpiar un inodoro antes que pedirle ayuda a un compañero de trabajo.
El dato parece un chiste, pero no lo es. Se desprende del Informe del Músculo Social, un relevamiento realizado por Pryority Group en 2024, que analizó comportamientos dentro del ámbito laboral. El resultado sorprende, aunque también deja al descubierto un problema serio: la creciente dificultad para interactuar con otros en el trabajo.
La investigación sostiene que el "músculo social" —esa capacidad humana para preguntar, conectar y enfrentar situaciones incómodas— se encuentra cada vez más atrofiado.
No se trata de inodoros. Se trata de una baja tolerancia a la incomodidad social, una tendencia que se acentuó con el avance del trabajo híbrido, los perfiles digitales curados al detalle y la eficiencia empujada por la inteligencia artificial. En ese contexto, saber moverse en lo incómodo podría convertirse en una de las habilidades más valiosas para el futuro laboral.
La incomodidad no es un fracaso, es parte de lo que nos hace humanos.
Henna Pryor, autora de "Good Awkward: How to Embrace the Embarrassing and Celebrate the Cringe to Become the Bravest You", habló de esto en el podcast "The Future of Less Work". Según su mirada, la incomodidad no es un error a corregir, sino una experiencia común que atraviesa cualquier vínculo humano.
La incomodidad aparece en situaciones tan simples como pedir ayuda, presentarse ante alguien o reconocer que no sabés algo. Son momentos que, aunque suelen ser torpes, ayudan a construir confianza, sentido de pertenencia y crecimiento personal.
Como lo explicó Henna Pryor: "Cuando estamos cerca, inevitablemente hacemos algo mal. Pronunciamos mal un nombre, tenemos una errata en nuestra presentación y, estando cerca, es más probable que digamos: Para que lo sepas, ¿te diste cuenta?'".
El problema es que el teletrabajo eliminó muchas de esas escenas cotidianas. Después de una reunión por Zoom, casi nadie llama al compañero para seguir la charla. Los mensajes de Slack se pueden reescribir, los mails se editan hasta que suenen perfectos y las cámaras, muchas veces, ni se prenden. Esa imagen tan cuidada evita errores, pero también borra los pequeños deslices que nos hacen auténticos.
Sin esos momentos imperfectos, los músculos que nos permiten transitar la incomodidad se debilitan. En el trabajo, cada vez se extrañan más esos gestos humanos que nos conectaban desde lo simple.
Esos micromomentos incómodos son clave para crecer. Si un compañero responde con generosidad ante un pedido de ayuda, el vínculo se fortalece. Si alguien reconoce que no sabe algo y aprende de otro, gana en confianza y en capacidad. Si un error se recibe con respeto, el sentido de pertenencia se vuelve más sólido.
En definitiva, el crecimiento personal no aparece cuando todo marcha bien. Llega en esos momentos incómodos, cuando pedís ayuda, reconocés que no sabés o te animás a equivocarte y seguís adelante.
El desacuerdo es una característica, no un error
El desacuerdo no es un error: es parte del funcionamiento. Si la incomodidad actúa como un precalentamiento, el desacuerdo representa el esfuerzo real. Y, como cualquier músculo, la habilidad para manejarlo se entrena con práctica.
Justin Jones-Fosu, autor de "I Respectfully Disagree: How to Have Difficult Conversations in a Divided World", habló sobre esto en el podcast "The Future of Less Work". Lleva la idea del crecimiento individual hacia algo más amplio: la fortaleza de un equipo. Y remarca algo clave: el desacuerdo no es señal de que algo no funciona. Todo lo contrario. Es una muestra de que el grupo está vivo, que hay intercambio. Lo realmente frágil es un equipo donde todos aparentan estar siempre de acuerdo.
Evitar el desacuerdo puede parecer una forma de mantener la paz, pero, como advierte Jones-Fosu, en realidad termina jugando en contra. Los equipos que nunca discuten pueden parecer unidos, pero ante la presión, se desmoronan. Esa armonía forzada no es sana. Rehuir el conflicto no fortalece a una organización; la debilita.
Y cuando las personas se callan para evitar roces, el daño es todavía mayor. Jones-Fosu lo resume así: "A eso lo llamamos acuerdo irrespetuoso. Porque puedo estar de acuerdo contigo en el momento, pero nunca lo comparto contigo, simplemente te falto el respeto a tus espaldas".
El resultado no es cohesión, es resentimiento.
Lo que las personas necesitan no es evitar el conflicto, sino contar con herramientas para gestionarlo de forma constructiva. Cuando se encara con intención y habilidad, el desacuerdo no divide: fortalece el sentido de pertenencia. Los equipos trabajan con más confianza cuando entienden que disentir no es rechazar, sino una forma de llegar a mejores soluciones.
En su libro, Jones-Fosu define lo que llama los Cinco Pilares del Desacuerdo: respeto, curiosidad, claridad, humildad y coherencia.
Respetar es mirar a la persona y no solo su postura. Ser curioso es tratar de entender antes que responder. La claridad exige decir las cosas con honestidad y precisión. La humildad implica aceptar que uno también puede estar equivocado. Y la coherencia se trata de mantener una actitud constante, para que los demás sepan con quién están tratando.
No se trata de ideales inalcanzables. Son herramientas prácticas, que los líderes pueden poner en juego y que los equipos pueden incorporar en lo cotidiano. No sirven para esquivar la incomodidad, sino para atravesarla.
Por qué esto importa para el futuro del trabajo
A medida que la inteligencia artificial se encarga de las tareas repetitivas —programar, optimizar, seguir procesos—, lo que queda sobre la mesa es el trabajo desordenado, complejo y profundamente humano, ese que ninguna máquina puede hacer.
La IA no se incomoda. No le cuesta pedir ayuda. No disiente.
Eso es trabajo de personas. Y ahí está nuestra ventaja.
La incomodidad y el desacuerdo no son errores que haya que eliminar. Son señales de que algo real está pasando. Son los músculos que sostienen la confianza, el aprendizaje y la innovación.
Los líderes que normalicen, practiquen y valoren esos momentos incómodos le van a dar a sus equipos una ventaja que la tecnología jamás podrá copiar.
Nota publicada por Forbes US