El automóvil club de Ecuador ANETA, se fundó el 13 de febrero de 1950. Cuenta con 31 escuelas de conducción en 20 provincias, incluido Galápagos. Totaliza 50 millones de horas impartidas y 200 millones de kilómetros recorridos capacitando estudiantes. Tiene dos estaciones de servicio (gasolineras), Aneta Express, para entregas a domicilio, asistencia vehicular y talleres mecánicos. Al momento tiene 750 colaboradores a escala nacional.
Hace siete años, Aneta adoptó su primera mascota, un cachorro de pastor alemán mezclado con quién sabe qué otra raza. El pequeño apareció de repente en las oficinas de la matriz, ubicada en la avenida Eloy Alfaro y Berlín, en Quito. Pasaron los días, los empleados trataron de ubicar a los dueños por el barrio, pero no tuvieron éxito. Entonces Gorky Obando, gerente general, propuso recogerlo. Le pusieron de nombre Lucas. “Tenía cara de tristeza, estaba desnutrido. Cuando se sintió en casa, cambió totalmente, pasaba en las oficinas, se acercaba a los clientes, le compramos su casa y entre todos le alimentábamos. Sin embargo, cuando creció, decidimos que iba a estar mejor en la casa de uno de nuestros colaboradores”. Y así fue…
Tres años después, la historia se repitió. Obando salía de la oficina y en la puerta estaba un perrito en malas condiciones, enseguida le vino a la mente la historia de Lucas, le pusieron el mismo nombre. Ese rato, empleados de la oficina le llevaron a la veterinaria y luego a la peluquería para ponerle guapo para la foto de su gafete. “Le tenemos bien organizados sus horarios. En la mañana, temprano, las personas de limpieza le llevan de paseo, a caminar, y los fines de semana se encargan los guardias. Es muy tranquilo y se ha ganado el cariño de todos. Ahora tiene seis años”.
Lucas fue la punta del ovillo, el teléfono no paró de sonar, los directores de las sucursales en Quito empezaron a solicitar permiso para adoptar una mascota. La respuesta fue 'Sí', pero con una sola condición: que fueran verdaderamente abandonados y de la calle. Ahora, la empresa cuenta con seis mascotas en su nómina, cada uno con su propia historia que contar.
La institución asume con los gastos corrientes, que llegan a unos US$ 400 mensuales. Obando explica que si hay costos extras hacen “vaca” entre todos. “Hoy el ambiente laboral es maravilloso, con sus caricias han logrado que baje el estrés, transmiten energía positiva y el desempeño de todos ha mejorado un 100%”.
Camila, sucursal Carcelén
Javier Guarderas, gerente de la sucursal, cuenta que esta french poodle vino de Guayaquil, porque una colaboradora de la empresa le había encontrado botada en una casa abandonada. La pequeña llegó enferma, flaca, desnutrida, era toda una calamidad. Enseguida le llevaron al veterinario para hacerle un ABC completo. Adivinando un poco, llegaron a la conclusión que tenía dos años. El nombre le pusieron entre todos. Ahora, Camila es la reina, todos ven por ella, almuerza con todo el personal. Su cama está en la oficina de Guarderas, con él despacha y en las tardes le acompaña al banco hacer los depósitos. El guardia le consiente tanto, que para la sesión fotográfica vistió a Camila con su mejor atuendo.
Milka, sucursal Cumbayá
Su historia es como la de una película, había pasado meses en una tienda de mascotas y nadie la quería comprar por sus condiciones, es albina y casi ciega. Un día, el hijo de Gorki Obando llegó al lugar a comprar comida para su perro y el chico que atendía le preguntó si quería adoptarla, su situación era deplorable. “Me llamó y no pude negarme, llegó hace un año. Tuvimos que entrar en un proceso de rehabilitación completo. Le compramos unas gafas porque casi no ve y el sol le molesta mucho, pero no soporta y se las saca enseguida”. El nombre le pusieron por su color, es muy inquieta, generalmente pasa en recepción y es la primera en recibir a los clientes y estudiantes cuando llegan. Continuamente le llevan a la veterinaria porque necesita cuidados especiales. Todos coinciden en que es la más tierna y dulce.
Gaspar, sucursal Gaspar de Villarroel
Era época de pandemia, aparecieron unos cinco perros, pero solo uno decidió quedarse y su suerte cambió. Tiene tres años y medio, es muy tranquilo, juguetón y excelente guardián. Jorge Ramírez, gerente de sucursal, dice que los alumnos de la escuela de conducción le traen croquetas y juguetes. “Cuando quiere atención, empieza a dar vueltas a mi alrededor, entonces me tomo un respiro en lo que estoy haciendo y le llevo a dar una vuelta, es un mimado”.
Luna, sucursal Los Chillos
Esta huskie apareció en la oficina principal en Quito, pero como el puesto estaba ocupado por Lucas, buscaron dónde podían ubicarla y optaron por mandarle a Los Chillos. El nombre le pusieron entre todos en honor a su color blanco. Cada 15 días va a la peluquería, los costos extras son financiados entre los empleados. Su principal trabajo es de coach. “Cuando estamos estresados le damos un fuerte abrazo y estamos listos para seguir”, dice Paola Burneo, gerente de esta sucursal.
Mike, sucursal Villaflora
El nombre le puso un niño, mientras esperaba que su papá tomara el examen psicosensométrico para la licencia. Uno de los instructores vio cuando le votaron de una camioneta en una tarde de lluvia, tendría unos cuatro meses. Al igual que todos, su estado era deplorable, desnutrido y sucio hasta la punta de sus orejas. Es muy agradecido, consentido por todos, los fines de semana o feriados alguien le lleva a su casa para que no se quede solo en la oficina. “Es un confianzudo, al punto de acurrucarse como gato en las piernas de los clientes, solo le tiene respeto al guardia”, explica Eduardo Villagómez. (I)