Forbes Ecuador
Nina y Helena Gualinga
Movimiento Inspirador
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Nina y Helena Gualinga son dos personajes únicos. Se describen como resistentes, amantes de la naturaleza y de los derechos de los pueblos indígenas. Un día pueden estar en una campaña global con Leonardo DiCaprio o recibiendo un galardón en Venecia y 24 horas después en un viaje en bus o en lancha en la Amazonía ecuatoriana. Tienen sangre indígena y europea, recorren el mundo hablando sobre la selva y proponiendo alternativas a la extracción del petróleo. Carismáticas, inteligentes, propositivas, polémicas para algunos, estas dos mujeres forjadas en lo más profundo del Amazonas, así como en el mundo nórdico, van dejando una huella por donde pasan. Nos recibieron en el Puyo para contar lo que les mueve, sus sufrimientos y su manera de entender la vida.

16 Enero de 2024 12.28

Llegamos al Puyo cuando las luces de la ciudad se estaban encendiendo. Recorrimos 252 kilómetros desde Quito, pasando por montañas y volcanes que hacen único a nuestro país. La mama Tungurahua nos alertó de que nos acercábamos a nuestro destino. Las afueras del Puyo están compuestas de pequeñas construcciones de bloque y concreto, algunas viviendas están levantadas con madera. A medida que entramos al centro, la sensación de desolación se transformó en movimiento, música y mucho color. Esta ciudad tiene más de 25.000 habitantes y es la capital de la provincia de Pastaza.

¿Por qué viajamos hasta allá? Nina y Helena Sirén Gualinga tienen una vivienda. En principio la entrevista iba a ser en Sarayaku, pero las fuerzas del universo no se alinearon y el Puyo fue el lugar de encuentro. La primera entrevista la hicimos con antelación por la apretada agenda de nuestras protagonistas.

Nina y Helena llegaron un poco tarde en compañía de una prima. Como no estaban muy seguras del estilo de las fotografías, llevaron dos o tres cambios de ropa y algunos collares y aretes. Nina tenía el cabello mojado; su cuello, sus hombros y sus manos estaban pintados con wituk, una de las tradiciones más importantes de las mujeres de su pueblo. En varias ocasiones han afirmado que esta pintura es una fuente de energía, de fortaleza, de sabiduría y, sobre todo, de resistencia.

Las dos se colocaron un poco de maquillaje en el rostro y lo que les llevó más tiempo fue la pintura wituk. Nina, con un cuchillo, afiló un palo que luego utilizó como pincel. Mientras lo hacía me comentó que tenían muchos compromisos por la campaña a favor del “sí” en la consulta popular que se celebró el pasado 20 de agosto. Activaron toda su fuerza e influencia para lograr que los ecuatorianos dijeran no a la explotación petrolera en el bloque 43, conocido como ITT; incluso aparecieron en las redes sociales de Leonardo DiCaprio y en los titulares de muchos medios internacionales.

Entre las dos hablaban y se reían en su lengua quichua. Tienen un manejo excelente de los idiomas, Nina habla español, inglés, quichua y sueco. Helena habla estas lenguas más finlandés. Al inicio hubo un poco de recelo, que fue disminuyendo en el transcurso de la jornada, ya que pasamos cerca de 10 horas juntas. Después de finiquitar los detalles de su vestuario, salimos a la primera locación: el río Puyo. Fuimos en carro hasta el inicio del sendero y caminamos unos 15 minutos hasta encontrar un buen spot. Descalzas, sin temor a las hormigas y con mucha facilidad, posaron para nuestro lente. Primero juntas y luego una por una. En ese momento, aproveché para iniciar con las preguntas.

Tienen tanto que contar que estas páginas se quedan cortas. La primera fue Nina Sicha Sirén Gualinga, conocida como Nina Gualinga. Nos sentamos en una banca de madera, al filo del río, saqué mi grabadora, mi cuestionario y solté la primera pregunta. Tiene 30 años y ha vivido la mitad de su vida en Suecia y la otra mitad en Sarayaku, una comunidad que cuenta con 2.556 personas empadronadas, según el Instituto de Estadística y Censos (INEC). Se mantiene fiel a sus costumbres y, más que cambiar, ha crecido. Sus casas están construidas con materiales propios de la selva y sus habitantes viven de la pesca, de la caza y de la cosecha de sus chacras. “Nací en Ecuador y fui a la escuelita, donde nos enseñaban sobre cerámicas, sobre cantos e historias. Allí nos explicaban cómo sembrar la yuca o levantar una vivienda. Luego, me quedé en casa para recibir la educación de mis abuelos, de mis padres, de la vida comunitaria y cotidiana en Sarayaku”. A los 15 años se mudó a Suecia para culminar el colegio y estudió Derechos Humanos en la Universidad de Lund.

Esta doble nacionalidad proviene de su padre, Anders Sirén, docente universitario e investigador, de origen sueco-finlandés. Y de su madre, Noemí Gualinga, de nacionalidad kichwa.

“Lo más difícil ha sido navegar en el mundo en que vivimos. Ser una niña que nació y creció en la selva y salir a la ciudad, salir a Suecia. Navegar mi identidad entre ser indígena y tener un papá sueco. Navegar la desconexión o el distanciamiento entre el mundo de la ciudad y el mundo indígena de la selva. Para mí, fue más fácil adaptarme a la sociedad sueca que a la de aquí. En Ecuador hay mucha discriminación, racismo, una mentalidad muy colonial y un acercamiento muy paternalista con los pueblos indígenas”.

Por esta y otras razones, considera a Suecia como su segundo hogar. Tiene familia allá y ha sido un lugar de refugio. Nina sufrió y aún vive los estragos de una relación violenta con su expareja. “Los últimos años he pasado allá por temor a mi seguridad y para cuidar de mi salud física, mental y emocional. Estoy sanando. Trato de venir con frecuencia para que mi hijo pueda crecer en la selva”.

A pesar de la distancia física, esta defensora de los derechos no ha cesado su apoyo al colectivo Mujeres Amazónicas. Al mismo tiempo, trabaja como consultora para diversas organizaciones y es parte de la producción de algunas campañas y documentales. Sin embargo, es más conocida por su labor a favor de los derechos de los pueblos indígenas y la naturaleza.

Nina Gualinga
Fotos: Pavel Calahorrano

Desde los ocho años ha estado involucrada en esta lucha y a los 18 representó a los jóvenes de Sarayaku en un juicio histórico en contra del Gobierno ecuatoriano para sacar a una petrolera de su territorio. Nina es fuego, tal cual el significado de su nombre. Tiene un carácter fuerte, habla con mucha soltura y me confesó que odia las entrevistas, pero es algo que le toca hacer para dar visibilidad a lo que vive su pueblo.

Le pregunté qué significa para ella Sarayaku y fue muy contundente: “Es mi casa, mi familia y mi santuario”. Más allá de un símbolo de resistencia, sus habitantes son un ejemplo de lucha y han demostrado que si un pueblo quiere y se organiza puede defender su espacio de vida, su cultura y su idioma.

Sobre visibilizar su apellido materno, me dijo que es una forma de resistencia frente a una sociedad dominante, política y excluyente. “No es solo algo de mi familia porque hay muchísimos Gualingas por toda la Amazonía. Para mí es honrar las raíces de mis ancestros. Yo quiero que los niños y niñas se sientan orgullosos de sus apellidos indígenas, que no les dé vergüenza o miedo”.

Sin duda heredó esa fortaleza de las mujeres de su familia. “Tenemos muchas mujeres fuertes y lideresas. Mi abuela les transmitió a mi mamá y a mi tía esa fortaleza de sentirse seguras y orgullosas de quiénes son y de dónde vienen”. Nina asegura que ella creció con esas raíces: pies descalzos, dos paradas de ropa vieja, cosechando la chacra, pintada el rostro y hablando quichua.

Le llegó el turno a Nina y Helena se sentó al frente mío. Su nombre completo es Sumak Helena, tiene 21 años y, a pesar de que no es ecuatoriana de nacimiento, es una verdadera representante de los pueblos indígenas de la Amazonía. Vivió sus tres primeros años de vida en Suecia, pero sus memorias comenzaron a escribirse en Sarayaku. Hasta los ocho años disfrutó de la magia de la selva, de la riqueza, de sus costumbres y de las enseñanzas de su comunidad.

Después se mudó a Finlandia y viajaba con frecuencia a nuestro país, pasaban seis meses al otro lado del Atlántico y seis meses en las profundidades de la selva. En la escuelita de Sarayaku hacía los deberes de Finlandia, estudió en dos lugares al mismo tiempo hasta que tuvo 15 años. “Cuando mis papás me llevaron sentí que me arrancaron de mi hogar y ya era tiempo de regresar. Viví por primera vez en una ciudad de Ecuador y no sabía nada de español. Se abrió un nuevo mundo para mí”.

Helena está consciente de que ellas han tenido oportunidades que no todos tienen con respecto a los estudios. A los 16 años les dijo a sus padres que quería regresar a Finlandia porque fue admitida en el mejor colegio de ese país. Vivió sola por tres años, trabajando como niñera, dando tutorías y en un centro para personas con ciertas patologías. Aún no decide qué seguir en la universidad o en dónde hacerlo. Sin embargo, se imagina un camino académico en el futuro. Actualmente, se ha tomado unos años para aprender, acercarse de nuevo a su familia y moverse entre los jóvenes de su territorio. “A los siete años no entendía muy bien. Ahora, me doy cuenta de que estar en estos dos mundos me dio una perspectiva global de las cosas que debemos trabajar”.

A la pregunta de cómo se identifica, Helena contestó que es de Sarayaku. Si le preguntan de dónde es, no importa si se halla en el Puyo, en Suecia o en Finlandia… la respuesta es la misma: “Soy de Sarayaku”. No excluye la historia de su familia paterna, ya que ha influido mucho en su vida y se siente muy orgullosa de esas raíces extranjeras. Creció, al igual que su hermana mayor, con las “patas lluchas”, nadando en los ríos, yendo a las chacras… y, cuando estaba lejos, no dejaba de contar historias y mostrar fotografías de sus tierras. Su lugar de esperanza y tranquilidad es su casita en Sarayaku, donde existe un círculo de resistencia y lucha que la cautivó.

Las dos hermanas concuerdan en que las risas son parte de la vida en comunidad. Son una familia muy grande. Los mayores están en contacto con los más pequeños. El tiempo pasa distinto. “No se vive con un estrés diario como en la ciudad, con horarios y siempre apurados. Eso no hay allá, el tiempo está en armonía con la naturaleza. Si llueve, si hace sol… no hay que seguir un reloj. Las decisiones de la vida se toman bajo la guía de los sueños y de la familia. Es una forma de vida más presente”, complementa Nina.

Sarayaku ha tenido contacto con el exterior por más 200 años, a través de la iglesia, de los militares o de los comerciantes que viajaban por el río Bobonaza hasta el Perú. Helena lo describe como un pueblo de resistentes y sobrevivientes, tanto de la influencia de la religión, del Estado, de las Fuerzas Armadas y del extractivismo. Son un pueblo que se mantiene unido para defender sus creencias y su cosmovisión. Y por esta razón las hermanas Gualinga son nuestra portada.

Acabamos con las fotos en las orillas del río y nos dimos un descanso. Las hermanas estaban cansadas porque habían llegado de viaje la noche anterior y el peso de la consulta popular estaba en sus hombros. Fuimos a comer en un restaurante en el centro del Puyo y continué con la entrevista. Algunos comensales escuchaban con discreción las respuestas de estas defensoras de la vida.

¿Por qué no son activistas?

En Finlandia conocían a Helena como “la niña que no para de hablar de la selva”. Con tan poca edad, esa era su manera de transmitir lo que pasaba en la Amazonía. “Yo sentía impotencia porque se cometían muchas atrocidades contra mi pueblo. Conocía la historia de Sarayaku, nos habían contado y lo habíamos vivido, aunque éramos bien pequeños. Sabía que no era el único caso, que existían muchos en el mundo, y no entendía por qué la gente no hablaba o no les importaba”. Una de sus teorías era que no había información, pero con lo poco que tenía empezó a comunicar sus experiencias.

Helena Gualinga
Fotos: Pavel Calahorrano

Helena quería transitar por el mismo camino que recorrieron las mujeres de su familia y las personas de su comunidad. “En Sarayaku todos juegan un rol y tienen su manera de aportar, yo tomé este camino. No nos consideramos activistas, es algo que nos lanzaron, y, si quieres usar esa palabra, todo Sarayaku es activista. Nunca buscamos estar en el ojo público y sabemos que es una oportunidad para amplificar las voces”. Por este trabajo, el pasado 2 de septiembre, Helena recibió en Venecia, el Premio DVF al liderazgo, otorgado solo a cinco mujeres en el mundo por la fundación encabezada por la empresaria Diane Von Furstenberg. También ha sido ponente en cumbres climáticas de la ONU, el Foro Económico Mundial y las COP. Justo a finales del mes pasado participó en la semana del Clima en Nueva York. Su eco traspasó nuestras fronteras y ha sido comparada con la activista Greta Thunberg.

En su cuenta de Instagram tiene más de 100.000 seguidores y una de sus luchas es mostrar a las niñas indígenas y no indígenas que pueden tomar su propio camino. “Nos condicionan muchas cosas, hay una sexualización fuerte de las mujeres en Ecuador y yo quiero romper esa normalización. Si alguien me ve o se identifica conmigo, me siento muy honrada y lo llevo con mucha responsabilidad”, enfatiza Helena.

Tampoco se considera una influencer. “Las nuevas generaciones utilizan muy bien las redes sociales y es un canal para contar historias. Desde la colonización, el poder de la narrativa fue manejado por las personas de afuera y, por primera vez, vemos a jóvenes que crecen haciendo videos, fotos… y cuentan sus propias historias para cambiar la opinión pública. Por mucho tiempo sentimos que nada nos representaba y ahora sí encontramos cosas que nos llenan”.

Para Helena, hay muchos jóvenes que están haciendo vocería sobre la Amazonía porque se sienten seguros de su identidad. “Por ejemplo, nosotros estamos muy orgullosos de ser de Sarayaku, entre otras cosas, por el juicio que ganamos contra el Estado. Tenemos una cultura fuerte, sabemos quiénes somos y cómo nos relacionamos con la Tierra. Hemos logrado mantener las costumbres de nuestros abuelos y el sentimiento de pertenencia es incalculable”. Por esta razón, cada vez contamos con más personajes y activistas, a pesar del nivel de racismo que existe en el país. “Recibimos comentarios negativos sobre cómo nos vemos, cómo nos vestimos y qué decimos. Sin embargo, también hay una acogida chévere de las personas que nos escuchan. En una ocasión recibí un mensaje que decía: 'Por ti soy orgullosa de ser indígena' y me llegó al corazón”.

Esta atención ha traído ciertas cosas negativas como el incremento del tráfico de animales. Cuando llegaron, Nina nos comentó que no sabía si usar o no sus collares, típicos de su cultura, porque tienen plumas de aves. Durante muchos años los han usado porque los obtienen de manera sostenible: cazan el ave, comen su carne y usan sus plumas. Ahora están traficando estos pájaros y creando criaderos ilegales para usar únicamente las plumas. “No queremos que la gente piense que es normal comprar estos accesorios porque están fomentando el tráfico de animales”. Al final, decidieron usarlos en algunas fotografías, con la consigna de que mencione este traspié en el artículo.

Nina, por su parte, tampoco se considera activista sino una defensora. En 2018, sus acciones fueron reconocidas con el International President´s Youth Award de WWF, otorgado por el presidente de WWF Internacional. Asimismo, ha llevado su justicia climática a diferentes COP. “En los últimos años estos eventos han sido secuestrados por las empresas petroleras que, de manera desesperada, están intentando mantener su posición económica para que no muera esta industria”. Por eso le entregó la posta a su hermana menor, quien participará en estos eventos, mientras ella cura sus heridas por completo. Me dijo que había vuelto a la palestra pública únicamente por la consulta del Yasuní.

UN SÍ HISTÓRICO PARA EL MUNDO ENTERO

De acuerdo con el registro del Banco Central del Ecuador, la compañía Anglo Ecuadorian Limited perforó el primer pozo petrolero en Ecuador en 1911. Estaba ubicado en Santa Elena y tenía una producción de 42 barriles diarios. En el Oriente fue la compañía Shell la que perforó el primer pozo exploratorio, pero no fue hasta 1967 que inició el conocido boom petrolero, con las perforaciones del Consorcio Texaco-Gulf en Lago Agrio. Más empresas llegaron, y entre 1968 y 1987 se realizaron 138 pozos exploratorios, un 80 % en la Amazonía y un 20 % en el Litoral. La importancia de esta industria en la economía nacional se remonta a 1972, cuando significaba entre el 40 % y el 60 % de las exportaciones totales.

Hoy, el país se considera aún petrolero. Hasta julio de 2023 la producción cerraba en 477.800 barriles diarios, una cifra muy por debajo de las estimaciones del Gobierno actual. Desde 2020, el volumen de exportación ha disminuido de 131,5 millones de barriles anuales a 115,3 millones en 2022, de acuerdo con la Asociación de la Industria Hidrocarburífera del Ecuador.

Según el Banco Central, Ecuador redujo su proyección petrolera para este 2023 en un 5 %. El panorama para esta industria está en riesgo y mucho más ahora que Ecuador votó para detener todas las perforaciones actuales (230 pozos, con 12 plataformas) y futuras en el corazón del Parque Nacional Yasuní.

Durante 2022, la producción de este bloque alcanzó los 18,5 millones de barriles, lo que equivale a un promedio diario de 50.600 barriles, según el Banco Central del Ecuador. Si lo multiplicamos por 20 años, que es el tiempo que estima esta institución que rinda este bloque, se quedarían bajo el suelo cerca de 369,4 millones de barriles de crudo en los campos Ishpingo, Tambococha y Tiputini (ITT), considerando que la producción diaria se mantenga durante este tiempo. En Forbes Ecuador calculamos que esos millones de barriles bajo tierra representan cerca de US$ 14.400 millones, con un precio de barril bastante prudente de US$ 40.

Esta decisión también protege los derechos de los pueblos indígenas Taromenane, Tagaeri y Dugakaeri, que viven en condiciones de aislamiento voluntario. Es un hecho inédito, por primera vez en la historia una consulta popular logró frenar las operaciones y revertir las existentes. Nina y Helena han trabajado durante los últimos meses para que los ecuatorianos entiendan que los territorios más biodiversos están siendo destruidos.

Continuamos con la entrevista en la última locación. Y Nina nos dijo que, para proteger la selva amazónica, hay que proteger la vida de los pueblos nativos, fortaleciendo sus derechos y los derechos de la tierra. “En las conversaciones climáticas y de conservación siempre se excluyen los derechos de los pueblos indígenas. Es importante educar a la gente para que puedan ampliar su horizonte, su mundo y su conocimiento. Lo que más amo y lo que más admiro está siendo destruido y debemos hablar de esto”.

Ya que gran parte de nuestra economía depende de la extracción de combustibles fósiles, le pregunté a Nina cuál es su percepción de desarrollo y cómo ve a Ecuador. “Nos estamos yendo a la miércoles”, dijo con una sonrisa en el rostro. “Aquí hay una visión de que tener un carro es desarrollo. Tenemos que sacar más petróleo, hay que explotar más minas, hay que construir más carreteras… porque eso nos da bienestar. No obstante, existen otros indicadores y el pensamiento colonial nos ha hecho pensar que la tierra o el agua no tienen valor, cuando eso es lo que nos da vida. Te hablo en general en Ecuador, el entendimiento de la gente sobre el progreso, el bienestar y el desarrollo tiene que ser extractivo y basado en la riqueza, cuánta economía generas o cuánto dinero acumulas. En nuestra cosmovisión, es qué tan fértil es tu tierra, qué tan limpia está tu agua, qué tan buena es la calidad del aire, qué tan solidarios son tu familia y tu pueblo. Esta es una percepción de bienestar que va de la mano con el desarrollo”.

Nina, durante la entrevista, no podía ni concebir la idea de que ganara el “no”. “El mensaje que vamos a mandar es súper fuerte a nivel mundial. Vamos a demostrar que es posible comenzar una transición para salir de la dependencia del petróleo. Yo, más allá de ser una mujer indígena, como ecuatoriana, siento que el país podría liderar este proceso de transición, con soluciones reales frente al cambio climático y podría dejar un antecedente hacia dónde debemos caminar”.

Ella, como ciudadana, madre, hija, hermana…, entiende que existen muchas necesidades no cubiertas y hay una gran cantidad de la población que trata de sobrevivir todos los días, pero destruir el Yasuní no es la solución. “Por más de 50 años extraemos petróleo y seguimos pobres”. En Ecuador, 26 de cada 100 personas viven en pobreza, según la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo Anual, 2022, del INEC. Pastaza es la provincia donde más aumentó la pobreza en 2022, aquí 72 de cada 100 personas son pobres por necesidades básicas insatisfechas. Por su parte, Morona Santiago es la provincia más pobre del país, con una tasa del 65,8 %. Pastaza y Napo son las provincias con mayor desigualdad de ingresos del país. Es decir, toda la zona oriental está en números rojos: Sucumbíos tiene una tasa de pobreza del 54,5 %, Orellana del 59,4 %, Napo del 63,9 % y Pastaza del 64,5 %. En contraposición, Azuay tiene una tasa del 12,9 % según datos del INEC. 

¿Por qué debemos cuidar el ambiente? Nina aseguró que es nuestro espacio de vida y todo viene de la naturaleza. “Muchos estamos desconectados del origen de la comida, de la medicina, de la ropa… y si vamos por este camino estamos destinados a destruirnos a nosotros mismos. Nos han metido el discurso de que necesitamos el dinero del petróleo y por eso, como gobierno y sociedad, no nos hemos puesto a buscar otras alternativas. Nosotros estamos hablando de una transición, obviamente entendemos que parar la producción petrolera, de un día al otro, va a causar un caos, pero tenemos que comenzar a buscar otras alternativas. La transición es un reto mundial”.

Las dos aseguran que podemos aprender de otros países y, entre algunas alternativas a la industria hidrocarburífera, mencionan el turismo, la agricultura, la compensación por servicios ambientales (aunque la naturaleza es invaluable), el cobro de impuestos a las personas y empresas con más recursos, la reducción del consumismo, entre otras. “En esta fase, muchos países y empresas están compensando a economías del sur por proteger la selva, la biodiversidad, dejar el petróleo bajo tierra y evitar las emisiones de CO2 en la atmósfera. No nos hemos permitido ser creativos para mirar otras soluciones y nos quedamos con la idea de que si no tenemos dinero no vamos a salir. ¡Esta es la falta de visión! Debemos buscar un sistema que funcione para todos y no solo para los ricos. Debemos luchar contra la corrupción, el 7 % del PIB anualmente se va en estos problemas. Desde ahí podemos ir trazando el camino. En realidad, nadie tiene la respuesta y lo mejor es empezar por algo”, asegura Nina.

Helena destaca que la fortaleza de Ecuador, además del extractivismo, ha sido la riqueza y la biodiversidad que tiene su territorio. “Hoy estamos en un punto diferente de lo que estábamos hace 10 o 50 años y la mirada hacia lugares como Ecuador ha cambiado. Mientras se transforman las economías, nosotros tenemos lo que se busca: biodiversidad y áreas protegidas. Tenemos la oportunidad de apuntar hacia una economía verde. Se supone que el 80 % de la medicina va a venir de la Amazonia y de lugares como el Yasuní, estamos hablando de miles de millones de dólares que giran en este mundo. El mercado de carbono también se está fortaleciendo, por ejemplo, con el canje de deuda para proteger a las islas Galápagos. Yo entiendo el miedo que existe, somos personas que hemos visto lo que ocasiona la pobreza, aun así consideramos que es posible dejar la dependencia del petróleo, sin dejar a la gente más necesitada atrás”.

Otra solución que viene de la Amazonía es la posible descontaminación de plástico, ya que la Universidad de Yale descubrió el hongo Pestalotiopsis microspora, en el Parque Nacional Yasuní, que tiene la capacidad de degradar poliuretano, el plástico usado para fabricar suelas de zapatos, fibras textiles y componentes de autos. Helena expresa que no debemos cegarnos por la falta de creatividad de la gente que gobierna o que tiene el poder económico. “Sarayaku es un ejemplo de que sí se puede. Hace 20 años, una comunidad chiquita en medio de la selva sacó a las petroleras de su territorio. No existió apoyo de ningún lado, al final llevamos al Estado a la Corte Interamericana y ganamos, protegiendo 140.000 hectáreas de selva primaria. El ser humano ha buscado maneras de sobrevivir miles de años y lo seguiremos haciendo”.

Durante la entrevista entre las dos se complementaban sus respuestas y se ayudaban con cierta información. Helena, con voz fuerte, dijo que Ecuador necesitaba esta consulta porque en algún momento van a tener que cerrarse todos los bloques petroleros, no se sabe cuándo, pero ese día va a llegar. Según el economista Carlos Larrea de la Universidad Andina Simón Bolívar y validado por WWF Ecuador, por cada barril de crudo pesado del ITT se emiten 481 kilos de CO2. Es decir, con los resultados de la consulta popular se dejarán de emitir unos 177.000 millones de kilos de CO2. Además, se debe hablar sobre los pueblos en aislamiento voluntario, ya que existen conflictos con otras nacionalidades y están al borde de la extinción. “Si se sigue explotando el petróleo y contaminando las fuentes de agua de estos pueblos, es casi seguro que ya no existan en un par de años. Estamos hablando de que Ecuador —como país— cometa un etnocidio con pueblos que han estado ahí antes de que exista la república. La Amazonía ha sido manejada por los indígenas por miles y miles de años. Hay sistemas y tácticas para mantener los ciclos y conservar estas tierras. Es un ecosistema que necesitamos”.

Nina añade que ya no es rentable y es riesgoso seguir invirtiendo en la explotación petrolera. “Los países quieren salir de este sistema para frenar el cambio climático y ya no van a comprar petróleo. Ahora están buscando otras fuentes de energía y —pensando en Ecuador— el Gobierno tiene que pagar indemnizaciones y no tiene dinero”.

Esta conversación tuvo varios momentos. Uno fue después de conocer los resultados de la consulta y me uní virtualmente con Helena, quien estaba en Suecia preparándose para la Semana del Clima en Nueva York. Hablamos sobre el apoyo que recibió el Yasuní y aplaudió la valentía del pueblo ecuatoriano por salir a las urnas y apostar por esta iniciativa, a pesar de la situación crítica del país. “Dimos un mensaje poderoso, es una causa que nos une para buscar otro futuro y otra matriz económica. Somos líderes en este tema, no por los políticos o por el Gobierno, sino por la propia gente que ahora decide lo que quiere”.

El “no” ganó en Orellana y Sucumbíos, provincias petroleras. Helena me dijo que es un tema complicado. “Antes de la consulta había dudas sobre cuáles iban a ser los resultados en estas provincias. Uno de nuestros mayores desafíos era la desinformación y lo poco que conocían las personas sobre la pregunta. Pensamos que hubo mucha confusión y hay que reconocer que son lugares que, durante las últimas décadas, han dependido de la extracción petrolera y no podemos hacerlas a un lado por eso. Es entendible que se opongan a un cambio y hay que trabajar mucho en estas zonas”. Aún están analizando cuáles serán sus siguientes pasos y su nivel de involucramiento. No obstante, no dejarán de observar este proceso y velar porque no se vulnere ningún derecho. Están vigilantes y en sus redes sociales publican con frecuencia las reacciones del Estado y las respuestas de sus representantes. Al final, el 58,95 % de ecuatorianos dijeron “sí” a la vida del Yasuní.

Nina y Helena Gualinga
Fotos: Pavel Calahorrano

UN PUEBLO QUE VIVE EN RESISTENCIA

La noche había caído y no nos dimos cuenta. El calor era menos intenso y el canto de los grillos y de las ranas nos acompañó hasta terminar esta jornada. Nos sentamos en un pequeño balcón y continuamos con la última parte de mi cuestionario.

Una de las propuestas del pueblo de Sarayaku es el kawsak sacha, es decir reconocer a la selva como un ser vivo, bajo la protección de los derechos de la naturaleza, proclamados en la Constitución de 2008. Es una recomendación basada en la cosmovisión de los indígenas para proteger la Amazonía, la autodeterminación y la autogobernanza. Según las hermanas Gualinga, buscan tener un territorio sano, sin contaminación, una tierra productiva y abundante de recursos para asegurar su soberanía alimentaria. Además de mantener sus prácticas y costumbres para fortalecer su propia identidad.

Sarayaku es un pueblo que ha sobrellevado diversos problemas a lo largo de los años, y Helena y Nina resumen sus principales desafíos.

“En los últimos años han cambiado muchas cosas y aún hay retos, especialmente para los jóvenes y las nuevas generaciones. El mundo está en constante transformación y nos tenemos que enfrentar a cosas nuevas. Las prácticas extractivistas, independientemente de la industria, están ahí. Muchos pueblos están condicionados a la pobreza y a la limitación de sus territorios. La educación occidental es más valorada que la educación en la selva. Si tienes un diploma eres educado y respetable, lo cual presiona a los jóvenes a seguir carreras universitarias, que está súper bien; el problema es cómo nos aseguramos de que esos conocimientos sean aterrizados y contextualizados a las necesidades de la comunidad para construir una modernidad propia para nosotros”, expresa Helena, quien asegura que la modernidad indígena es real y no quieren vivir en otro siglo. El mundo es tan globalizado que tienen que equilibrar esta incesante cantidad de conocimiento para no perder sus identidades.

Nina agrega que “hay una sobrecarga en los jóvenes, uno tiene que aprender la forma de vida de allá, cazar, pescar, hablar el idioma, desenvolverse en la selva, en la comunidad, hacer cerámica, entender y rescatar los conocimientos ancestrales. Antes se dedicaban solo a eso y eran expertos. Ahora los jóvenes tienen que ir a la escuela, al colegio, a la universidad, ser profesionales, aprender el español. Hay una expectativa doble. La juventud se debe sentir importante y visible ante la sociedad que no es indígena”.

Helena complementa que al tiempo que avanza la tecnología, cambian sus expectativas. En Sarayaku actualmente cuentan con wifi satelital en ciertos puntos y computadoras, no tienen televisiones. “En estos tiempos hemos acudido a las nuevas tecnologías para proteger nuestros territorios. De alguna manera, es lo que nos ha tocado hacer, la idea no es quedarnos con una forma de vida estática, sino como toda cultura irnos desarrollando. La historia de Ecuador está construida sobre la esclavitud y la sangre indígena. Es la historia que nos tocó y ahora debemos construir sobre eso el país que queremos”, comenta Nina, quien asegura que en estos 200 años de contacto el idioma, los saberes ancestrales, la forma de ver la vida se mantienen, lo que ha cambiado es el pensamiento y la educación.

“La música, la moda, la televisión… tienen un impacto sobre la cultura y el pensamiento. La educación, sobre todo, se creó en las comunidades para que los indígenas se asimilen a la sociedad no indígena, para exterminar y acabar con la identidad, la cultura y la forma de vida. Esa educación se sigue manteniendo hasta hoy, no toma en cuenta las necesidades y las formas de entender el espacio y el ambiente”. Asimismo, la calidad de la educación es cuestionable y tienen menos posibilidades de seguir una carrera universitaria, si así lo quisieran.

Otro inconveniente es el acercamiento de las carreteras. Nina relata que antes viajaban entre ocho horas y un día entero en canoa hasta llegar al puerto. Hoy, en dos horas y media culminan la travesía. “He visto que con las carreteras llegan los madereros ilegales, el alcohol, la pobreza. Automáticamente, te involucras en una dependencia económica porque sacan el petróleo y la madera, donde se reproducen los animales; muchas veces se seca el río y ya no hay peces. Llegan nuevos asentamientos, hay una escasez de alimentos y de acceso a agua limpia, por lo que tienes que comprar. Estás dependiendo de generar una economía”.

Además, en su cosmovisión, cuando una persona muere, su espíritu se queda en un árbol. Es decir, están destruyendo y matando a sus antepasados.

Para Nina, la extracción de petróleo y la tala ilegal van de la mano; y estos problemas también surgen porque no hay una repartición equitativa de bienes y de recursos económicos. “Hay personas que tienen millones y otras que no tienen ni para el bus. Cuando se equilibran estas desigualdades, se construye un país más seguro, con salud, educación y justicia. Está en beneficio de todos, para los ricos y para los pobres”.

¿Con todos estos inconvenientes se sienten aislados? Helena me contestó que siempre están en unidad con su comunidad y no diría que están aislados, sino que están marginados del resto de la sociedad dominante. “Hablar de racismo y discriminación no solo es un pensamiento normalizado entre los ecuatorianos, sino que existe menos presupuesto para escuelas bilingües o apoyo para artistas indígenas. Todo está sistematizado, yo veo la publicidad, las revistas… y siempre hay personas blancas, rubias o flacas, la mayoría de ecuatorianos no somos así. Han creado estereotipos que no reflejan la realidad”.

A Nina le parece indignante ver los programas de televisión nacional, donde se disfrazan de indígenas y hacen parodias. No entiende cómo es permitido contribuir con el odio.

Helena puso de ejemplo a Finlandia, que hace 100 años era uno de los países más pobres de Europa y hoy está catalogado como el más feliz del mundo. “Ellos apostaron por la educación y por minimizar las brechas sociales, hay muchas cosas que podemos aprender de otros lugares”.

Nina y Helena Gualinga
Fotos: Pavel Calahorrano

Las dos son conscientes de las dificultades que atraviesan las comunidades indígenas, no solo en la Amazonía, sino en todo Ecuador. Por ejemplo, un 17,5 % de niños y niñas menores de cinco años tienen desnutrición crónica infantil o retraso en su crecimiento en Ecuador. En las comunidades rurales el número llega al 27,4 %, según cifras oficiales. Con respecto a la violencia de género, las cifras del INEC en 2019 destacan a Morona Santiago y Napo entre las provincias con mayor violencia a mujeres de más de 15 años. Y fue Nina quien ratificó estas cifras y me dijo que muchas mujeres en el Oriente no denuncian porque no conocen sus derechos o no saben cómo acceder a la justicia.

Este es el último reto que abordaremos en este reportaje. Nina tuvo una relación de violencia con un mestizo que conoció en el Puyo, cuando ella tenía 19 años. Su relación duró, aproximadamente, seis años, que estuvieron manchados por violencia psicológica, física y emocional. Lo hizo público, en redes sociales, en diciembre de 2022, con unas fotografías y testimonios. Es una superviviente. “Cuando me junté con esta persona era tan joven que fue difícil identificar la violencia; me fui quebrando, haciendo más pequeña, más insegura y cuestionando mi forma de ser. Me daba mucha vergüenza de que la gente se enterara de lo que estaba pasando en mi casa. Todos me veían como una joven fuerte e inteligente y no quería que me vieran débil, maltratada, tonta por seguir ahí o por permitir eso”.

Los abusos fueron escalando. Pensó que, si seguía con esa relación, no llegaría a los 30. Su historia es un reflejo de lo que muchas mujeres viven en Ecuador. “Todos te dicen que denuncies y cuando lo haces sufres una doble violencia porque es muy difícil acceder al sistema judicial. Hay tanta corrupción, retrasan los procesos y existe una revictimización. Me tocaba estar en el mismo lugar que mi agresor y no hay protección para las víctimas”. Su voz es el eco de muchas mujeres en la Amazonía que están pasando por lo mismo. “Nosotras, con mi mamá, mi tía y con las Mujeres Amazónicas, trabajamos contra la violencia de género en los hogares, en la comunidad, en los espacios políticos y organizativos”. Le pregunté qué necesitaban y me contestó: “Abrir espacios de diálogo. Somos pueblos que estamos en resistencia constante. Eso es bien difícil. Cuando comienzas a denunciar a tu propio pueblo es muy probable que exista una ruptura y lo que menos queremos es crear quebrantamientos porque ya tenemos tanta presión desde afuera por los temas extractivos. Debemos entender que las comunidades de acá hemos sobrevivido etnocidios, genocidios, esclavitud... Somos pueblos que cargamos muchos traumas y dolor que debemos sanar. Muchas personas dicen que los pueblos indígenas son violentos por su cultura, eso no es cierto”.

Además, cuando se registran estos hechos, las mujeres indígenas son invisibles ante la sociedad y los medios de comunicación. En los primeros cuatro meses de 2023, 122 mujeres fueron asesinadas por razones de género en el país, de acuerdo con la Alianza para el Mapeo de los Femicidios en Ecuador. Personalmente, nunca he visto una cobertura en televisión nacional sobre el asesinato de una mujer indígena. Y este es uno de los pilares de la lucha de estas mujeres amazónicas que nunca se rinden. “Si una mujer indígena denuncia ante la justicia ordinaria, posiblemente va a ser discriminada hasta por el idioma. En cambio, frente a la justicia indígena, no necesitas un abogado, pero quienes normalmente toman la decisión final son hombres mayores, que talvez no entiendan la violencia o ellos mismos fueron agresores en algún momento. Es decir, por ningún lado las mujeres tienen acceso a justicia”.

Al terminar esta entrevista, Nina me dijo que ella comenzó con esta vocación muy pequeña, movida por el sentimiento, el amor y la indignación. “Muchas personas buscan desacreditar nuestro trabajo, diciendo que ganamos dinero de esto. No es verdad, hay algunas invitaciones a conferencias que nos cubren los viajes, lo demás es autofinanciado. Hago muchas cosas para sostener a mi hijo y a mí. Yo he visto que muchos líderes viejos, ancianos, han dedicado su vida a defender el territorio y cuando salen a la ciudad no tienen dinero ni para el bus”. ¿Veremos a Nina en un puesto público? Ella responde que su lugar es desde la sociedad civil. “Mi sueño no es ser política, sino artista. Vivir en mi comunidad, dedicarme al arte, sembrar mi chacra y vivir en paz”.

Helena, antes de despedirnos, me aseguró que Sarayaku ni siquiera está dispuesto a dialogar sobre la explotación petrolera en su territorio, aunque sí está abierto a la posibilidad de trabajar con la empresa privada, siempre y cuando esté apegada a los derechos, a la consulta y a la participación justa de los pueblos indígenas. Ellos han creado sus planes de vida para identificar sus necesidades y plantear soluciones, por lo que buscan mantenerse organizados a través de su propio gobierno descentralizado y autodeterminado. Helena seguirá viendo en qué puede ayudar y se alista para estudiar algo relacionado con temas económicos o ambientales. Sigue trabajando en un convenio que tienen con la Universidad de Nueva York para crear ciertas iniciativas, que no son públicas, y participa activamente con el movimiento Daughters for Earth. Mientras tanto, continuará bailando, disfrutando de los ríos y de los deportes que generen adrenalina. (I)

* La nota original se publicó en la edición número 14 de octubre-noviembre de 2023.

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