En los días previos al 20° aniversario de su sello discográfico, que se celebró a principios de septiembre, el fundador de Big Machine, Scott Borchetta, se tomó un momento para repasar los recuerdos de sus comienzos. En medio de esa revisión, encontró una nota de su primer encuentro con quien sería la primera artista del sello: una joven Taylor Swift, de 14 años. El papel incluía una frase que hoy suena tan audaz como profética: "Creo que encontré a mi Mick Jagger". "Queríamos conquistar el mundo", le dijo Borchetta a Forbes, "esa era la misión".
Cuando en 2019 atravesaron una separación tan pública como polémica, casi habían cumplido con ese objetivo. Swift ya era una de las artistas discográficas más importantes del mundo y estaba a pocos años de convertirse en multimillonaria solo por su música. Borchetta, por su parte, había levantado uno de los sellos independientes más exitosos de Nashville, que vendió ese mismo año en su mayor parte a Ithaca Holdings, la compañía de Scooter Braun, por una valoración de US$ 300 millones.
Desde entonces, Borchetta, de 63 años, volcó esa fortuna en el mercado inmobiliario de la ciudad y en sus grandes pasiones: la música country, las carreras de autos y el whisky de Tennessee. Según estimaciones de Forbes, su patrimonio neto asciende a US$ 450 millones.
A Scott Borchetta le gusta decir que sus intereses no cambiaron demasiado desde que era chico y crecía en el sur de California. Hijo del ejecutivo discográfico Mike Borchetta —quien trabajó con artistas como Tim McGraw, Dusty Springfield y The Beach Boys—, siempre sintió una fuerte atracción por la música (tocó en bandas de punk bajo el nombre "Scott Rage") y por las carreras, primero con bicicletas BMX y, con el tiempo, desarrollando una pasión por los autos.
La diferencia ahora, claro, es el dinero. Borchetta es dueño de un equipo de la Nascar Xfinity Series (Big Machine Racing), una empresa de licores (Big Machine Distillery) y una colección de autos y objetos relacionados con el automovilismo, valuada en más de US$ 50 millones. Según un amigo cercano, sufre de una fuerte "ferraritis".
Guarda sus vehículos más preciados en un garaje al estilo Tony Stark, que construyó en varios niveles bajo el castillo de estilo medieval europeo que compró hace una década en las afueras de Nashville por casi US$ 8 millones. Esa propiedad forma parte de una cartera inmobiliaria estimada en más de US$ 100 millones.
Los autos no son simples trofeos para Scott Borchetta. Los maneja con frecuencia, incluso para ir a la oficina, con la misma alegría que un chico frente a una colección de juguetes carísimos. Durante una salida por la tarde, acelera a fondo su Ferrari 288 GTO de 1985 para mostrar, con entusiasmo, la fuerza que generan los turbocompresores biturbo. ¿Le preocupa rayar o chocar un deportivo valuado en US$ 5 millones? "Intento no pensar en ello", dice desde el volante. "Estos son autos, están hechos para ser conducidos", comenta.
Borchetta se mudó por primera vez a Nashville a comienzos de la década del 80. Allí se hizo un nombre como un ejecutivo tenaz en MCA Records, luego en DreamWorks Records y Universal Music Group. Al mismo tiempo, se destacaba como piloto en la división Super Truck de la Nascar Weekly Series, donde ganó tres campeonatos consecutivos en el Fairgrounds Speedway de Nashville.
"En aquel entonces era como puro punk rock: te voy a matar", dice Borchetta sobre su ambición inicial. "Siempre he creído que podríamos encontrar la manera de ganar, ya sea corriendo motocross, quarter-midgets, la Nascar Weekly Series, la Trans-Am o batiendo récords. Es como si hubiera un récord número uno el lunes, y lo quiero", completa.
Convencido de que sus jefes estaban fuera de contacto con los tiempos, Borchetta decidió fundar su propio sello en 2005. Su momento fue perfecto: el entonces fiscal general de Nueva York, Eliot Spitzer, tomó medidas enérgicas contra el uso de payola, la práctica de pagar en negro para la reproducción en radio, y de pronto la única forma de impulsar un disco exitoso dependía de las relaciones y de la determinación, cualidades que Borchetta tenía en abundancia.
"Sabía que sería implacable", dice su esposa, Sandi, quien se convirtió en una de las primeras 13 empleadas del sello. "Sabía lo duro que trabajaba, y si no me unía a ello, sentiría que nunca lo había visto", cuenta.

Hace 20 años, Scott Borchetta no imaginaba hasta dónde llegaría su "Mick Jagger". Escuchó a Taylor Swift por primera vez en la sala de escucha del Bluebird Café de Nashville, a fines de 2004, y le ofreció un contrato para su nuevo sello, aunque todavía no lo había lanzado de manera oficial. Ella aceptó, y Borchetta se puso en campaña para reunir el dinero necesario para poner en marcha Big Machine.
"Una de las cosas que le encantó desde el principio fue que era un secreto", cuenta Borchetta. "Teníamos una especie de sociedad secreta sobre lo que hacíamos", profundiza.
En un comienzo, buscaba vender el 40% del capital de la compañía con una valuación de US$ 10 millones, pero tras la renuncia de su socio y el rechazo de otros potenciales inversores —entre ellos el equipo de Mark Cuban—, el sello recién formado estuvo a solo dos meses de quedarse sin fondos. Fue entonces cuando apareció Ray Pronto, un empresario de Pittsburgh que había vendido su negocio de seguros y préstamos, y que, apenas unos meses antes, había escuchado cantar a Swift. Invirtió US$ 3 millones. El padre de Taylor, Scott Swift, asesor financiero con años de experiencia, aportó otros US$ 500.000. A eso se sumó el cantante country Toby Keith, quien puso algo más de dinero y aceptó compartir una oficina administrativa con su nuevo sello, Show Dog.
Big Machine debutó con música de Danielle Peck y Jack Ingram, y consiguió un sencillo número uno en la radio con apenas su segundo lanzamiento. Sin embargo, para el otoño de 2006, las finanzas del sello habían caído a poco más de US$ 1 millón. Si el saldo bajaba de ese umbral, Borchetta iba a tener que salir a buscar más capital.
En octubre de ese año, Taylor Swift lanzó su álbum debut, que vendió 40.000 unidades en su primera semana y superó el millón en junio del año siguiente. "Literalmente, a fin de mes, recibimos el pago de Universal. Entré y tenía un cheque de US$ 3 millones", recuerda Andrew Kautz, presidente de Big Machine Label Group y primer gerente administrativo del sello. "Scott simplemente sonrió y dijo: 'Acá vamos'. Y desde entonces, no paró", comenta.
Big Machine y sus sellos subsidiarios, Valory y Nashville Harbor, impulsaron las carreras de varias superestrellas de la música country, como Florida Georgia Line, Thomas Rhett, Lady A, Carly Pearce, Brett Young y Riley Green. También lograron buenos resultados con lanzamientos de figuras consagradas como Garth Brooks, Rascal Flatts, Tim McGraw y Sheryl Crow.
"Creo que su don es el marketing y la promoción, pero también creo que es soñar", dice Sheryl Crow, quien en 2019 promocionó su tema Redemption Day proyectando el video en los laterales de camiones y en edificios de distintas ciudades del país. "Los artistas realmente dependen de la creatividad de la gente, pero también de la honestidad y de que cumplan sus promesas. Y ese es Scott", asegura.
Mientras Big Machine seguía creciendo, también cambiaba la manera en que la industria musical medía el éxito. Durante años, el valor de un sello discográfico se basaba en las cláusulas de los contratos que le permitían exigir nuevos discos a sus artistas. Esa lógica tenía sentido en una época donde el 80% o más de las ventas se concentraba en las primeras 10 semanas tras el lanzamiento. Tradicionalmente, el sello financiaba el proyecto y retenía los derechos de publicación y grabación, compartiendo una parte de los ingresos residuales con el artista. Hoy el negocio es muy distinto: menos del 20% de los ingresos llega al momento del estreno, y la mayoría proviene de la "larga cola" de plataformas de streaming como Spotify, donde los catálogos antiguos siguen generando regalías durante años.
Borchetta se opuso en un principio a la revolución del streaming. Incluso llegó a retirar la música de Taylor Swift de Spotify durante casi tres años, entre 2014 y 2017, en protesta por las fracciones de centavo que la plataforma pagaba a los artistas por cada reproducción. En sus dos temporadas como mentor en American Idol, usó atuendos llamativos —diseñados por su esposa— con una frase bordada que resumía su postura: "La música tiene valor".
No fue el único en pensarlo. En 2018, Swift intentó recuperar los derechos de publicación y las regalías de sus primeros seis discos. Se trataba de una petición poco habitual, aunque no inédita para artistas con influencia global como Garth Brooks, Jay-Z o U2. Para ese momento, sin embargo, ese catálogo representaba una parte clave del valor total de Big Machine. Swift contaría después que la propuesta de la compañía implicaba recuperar cada álbum uno por uno, a medida que grabara nuevos materiales. Borchetta sostiene que la versión final del acuerdo le habría dado a Swift esos derechos luego de una licencia de 10 años a favor de Big Machine. No lograron ponerse de acuerdo.
Ese noviembre, Swift dejó Big Machine y firmó con Republic Records, de Universal, en un acuerdo que le daba la propiedad total de toda su música futura. En ese momento, parecía que Borchetta y Swift se habían separado en buenos términos. "Lo que logramos juntos será un legado duradero y un ejemplo de excelentes colaboraciones", le escribió Swift a Borchetta en un mensaje de texto que él compartió online.
Pero la relación se deterioró al año siguiente, cuando Borchetta decidió vender Big Machine a Scooter Braun —el ejecutivo discográfico que descubrió a Justin Bieber y luego representó a Ariana Grande y Demi Lovato—. El catálogo de Swift estaba valuado en unos US$ 140 millones, dentro de una operación total de US$ 300 millones. Swift describió esa venta como "mi peor escenario posible", debido a su rechazo personal hacia Braun, quien en ese momento era el representante de Kanye West, un viejo enemigo público de la cantante. En una publicación incendiaria en redes sociales, apuntó directamente contra Borchetta.
"Esto es lo que pasa cuando firmás un contrato a los quince años con alguien para quien el término 'lealtad' es claramente solo un concepto contractual", escribió Swift. "Y cuando ese hombre dice 'La música tiene valor', quiere decir que su valor está en deuda con hombres que no participaron en su creación", agregó.
Borchetta asegura que nunca percibió que Swift tuviera una mala relación con Braun. Pero eso no alcanzó para frenar la oleada de críticas que recibió en redes sociales por parte de las legiones de Swifties. Desde entonces, Borchetta dice que no volvió a hablar con ella.
"No hicimos nada para lastimar a nadie. Yo nunca haría eso, pero jamás voy a ganar esa conversación", señala sobre esa disputa tan intensa como pública. "Lo que debería haber sido una celebración increíble, no lo fue. Pero en general, me dio la oportunidad de hacer muchas cosas que quería hacer en mi vida. Así que no puedo mirar atrás con arrepentimiento. Fue una decisión que tomé y viví con ella", comenta.
Al momento de la venta, Borchetta era dueño del 90% de Big Machine —en 2015 había comprado la parte de Ray Pronto, mientras que Scott Swift y Toby Keith aún conservaban sus acciones—. La operación, que incluyó efectivo y acciones, le dio una participación del 13% en Ithaca. Eso le permitió obtener beneficios cuando el catálogo de Swift se vendió nuevamente en 2020 a Shamrock Capital, por un valor estimado de US$ 360 millones, y también cuando Braun vendió Ithaca en su totalidad a la poderosa empresa coreana de entretenimiento HYBE en 2021, en una operación de poco más de US$ 1.000 millones.
Durante todo ese tiempo, Borchetta se mantuvo como director ejecutivo de Big Machine Label Group. Y dice que repite el mismo mensaje a cada nuevo grupo de dueños: "Déjenme en paz", afirma, "y serán muy felices".
Con una fortuna a cuestas, Borchetta volvió a enfocarse en su otra gran pasión, inspirado por la segunda carrera del legendario actor y piloto Paul Newman. Ya había patrocinado equipos y competencias, pero en 2021 dio un paso más: fundó Big Machine Racing, que compite en la segunda división de Nascar. Al igual que en las ligas menores del béisbol, allí no se mueve tanto dinero, pero la serie Xfinity le da a Borchetta un lugar en los boxes, donde entabló relación con figuras de peso en el automovilismo y héroes personales como Roger Penske y Chip Ganassi. Ese mismo año, fue clave para llevar la serie IndyCar a Nashville como patrocinador principal. En los últimos años, se lo puede ver al micrófono en el Borchetta Bourbon Music City Grand Prix, dando la orden previa a la largada: "¡Pilotos, enciendan sus motores!".
Volvió a subirse al volante en el otoño de 2019, cuando se unió a la Sportscar Vintage Racing Association por recomendación de Ray Evernham, exjefe de mecánicos de Jeff Gordon y figura con 50 años de experiencia en el automovilismo. Su Corvette 1971 dominó la competencia y le permitió ganar varios campeonatos nacionales.
En marzo de 2023, una tragedia sacudió una carrera de la SVRA en Atlanta. El auto de Borchetta sufrió una falla total en los frenos al tomar una curva y se estrelló contra un muro a más de 240 km/h. El impacto le fracturó los huesos de ambas piernas y lo dejó inconsciente por unos momentos. Ray Evernham, con décadas en el automovilismo, fue contundente: "No debería haber sobrevivido a ese accidente".
Después de ser rescatado del auto y trasladado de urgencia al hospital, Borchetta recuerda que se concentró en sobrevivir minuto a minuto, aceptando que cualquiera de esos instantes podía ser el último. Al despertar, con vida, tuvo un solo pensamiento: "No voy a dejar que esto defina el resto de mi vida".
Milagrosamente, logró recuperarse por completo. Hoy camina sin lo que muchos pilotos veteranos llaman la "cojera de IndyCar", algo que le valió un nuevo nivel de respeto en la pista. Y de vuelta en la oficina de Big Machine, Andrew Kautz notó una "pasión renovada" en su jefe por "dar más valor a la pizarra", lo que se tradujo en la incorporación de jóvenes artistas como Preston Cooper y The Jack Wharff Band el año pasado.
Borchetta incluso está ampliando su negocio de destilería, que, según admite, comenzó como un capricho personal y una forma de alivio fiscal. Borchetta Bourbon facturó US$ 5 millones el año pasado, y en diciembre sumó a su portafolio la marca vecina Pickers Vodka.
Aunque hoy es el tipo de magnate que se mueve en helicópteros, aviones privados y Ferraris, Borchetta reconoce que todavía enfrenta desafíos importantes, entre ellos un posible nuevo cambio en la industria musical. Inspirado por la batalla pública de Taylor Swift por la propiedad de su música —que terminó en mayo, cuando compró los derechos de su primer catálogo a Shamrock, en una operación que Forbes estima en cerca de US$ 360 millones, el mismo monto de la transacción anterior—, Borchetta dice haber notado que cada vez más artistas jóvenes, sin tanto recorrido, prefieren acuerdos de licencia con los sellos, que les devuelven los derechos luego de un período determinado. De cara al futuro, cree que "los sellos discográficos se convertirán más en un servicio que en una entidad de propiedad".
Si eso sucede, pocos podrán igualar la habilidad de Borchetta para generar espectáculo. Para celebrar los 20 años de Big Machine, durante el fin de semana del Día del Trabajo, organizó un concierto en pleno centro de Nashville con artistas de todas las épocas del sello. Según se estima, unas 146.000 personas coparon las calles y los Honky Tonks durante varias cuadras para ver el show. Mientras los músicos subían y bajaban del escenario para abrazarlo y saludarlo, Borchetta parecía un verdadero rey de Nashville.
"Es muy especial tener un campeón como Scott Borchetta", dijo Carly Pearce desde el escenario, casi como si estuviera haciendo una presentación de ventas en su nombre. "Estoy segura de que hay muchos aspirantes a cantantes de country por acá, y solo quiero decir que me mudé a Nashville hace 16 años y tuve el mismo sueño que vos. Y se necesitó un campeón como Scott para creer en mí", cerró.
*Con información de Forbes US.