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Sedemi nació en 1977 en un taller de metalmecánica en Sangolquí, con la visión de Rafael Proaño. Con una nómina de 850 personas y ventas anuales por US$ 40 millones, esta firma familiar ya forma parte de la tercera generación.

19 Abril de 2023 13.23

La planta de producción de Sedemi es ruidosa y muy movida. Allí se manejan a diario decenas de toneladas de acero de China, Turquía y Japón, y otros metales que son la materia prima con la que esta empresa familiar diseña y construye torres, columnas y más elementos para los sectores inmobiliario, comercial, industrial, energético, petrolero y de telecomunicaciones. Son soluciones hechas a la medida que incluyen el montaje, la obra civil y el mantenimiento de líneas de transmisión de proyectos gigantes como el Coca-Codo Sinclair, por poner un ejemplo. La historia empieza en 1977, cuando Rafael Proaño fundó un taller de mantenimiento industrial en Sangolquí, al oriente de Quito. La historia, los detalles y los planes para el futuro los cuenta Esteban Proaño, presidente ejecutivo de Sedemi e hijo del fundador. "La empresa ha crecido gracias al compromiso de la familia y de los colaboradores", dice en su oficina, desde la que se escucha y se observa la actividad en la planta, que se asienta en 90.000 metros cuadrados. 

¿Qué es para usted Sedemi? 

Es una historia de esfuerzo y trabajo duro, es una empresa familiar que nace hace 45 años con una idea de mi papá, Rafael Proaño. Mi padre es una persona con ganas de salir adelante, siempre quiso tener un negocio propio. Desde muy pequeño le gustó la mecánica, y a los 15 años aprendió a hacer forja con yunque. Él trabajó en la fábrica de cigarrillos El Progreso, en Los Chillos. Allí llegó a ser jefe del taller metalmecánico y a los 30 años de edad renunció para montar su empresa. Compró máquinas viejas a la misma fábrica de El Progreso. Eran unos tornos y fresas, y montó su taller. 

¿Qué quería hacer su papá?

Él sabía de mantenimiento industrial y el taller fue pensado para ofrecer esos servicios. En Sangolquí, en los años setenta, había unos dos o tres talleres similares. Para el nombre, mi papá pensó en Servicios de Mecánica Industrial, eso significa Sedemi. Hoy es una marca reconocida. 

Usted era un niño, ¿qué recuerdos tiene? 

Uno de sus primeros trabajos fue para El Progreso y con ese contrato de seis meses ganó lo que había ganado en 10 años como empleado. Eso le hizo ver que es mejor tener un negocio propio que ser empleado. Yo iba y aprendí a usar las herramientas. Era un asunto de esfuerzo, se trabajaba de domingo a domingo. En ese taller estaban mi papá y tres ayudantes. Era un terreno alquilado, donde instaló un galpón y maquinaria. 

¿Hasta cuándo estuvo al frente su papá? 

Sabemos que en las empresas familiares es difícil pasar de la primera a la segunda generación. Hoy estamos ya formando la tercera generación con mi hija, que estudia Negocios. Normalmente. Los fundadores tienen la dificultad de confiar en la nueva generación. Muchas veces se aferran y la segunda generación se ve relegada. En nuestro caso, mi papá nos formó a los tres hermanos para que fuéramos profesionales: nos dijo 'vos estudiarás ingeniería mecánica; vos, ingeniería eléctrica, y vos, contabilidad' (Esteban es el presidente ejecutivo, Santiago es el gerente de Operaciones, y Alexandra, con su esposo Diego Oña, se encargan de la parte financiera y administrativa). Mi papá ya armó el equipo desde que éramos niños. Yo me gradué en la Escuela Politécnica Nacional en 1993. Una vez graduado, mi papá me fue soltando, me dio responsabilidades, yo ya hablaba con clientes y fui aprendiendo el negocio. En 1995 me casé y con mi esposa decidimos que siguiera los pasos de mi padre. ¿De qué hablan con tu papá? Mi papá me dio la responsabilidad entre 1993 y 1995. Él aún viene a la planta. Nos decía: “Aquí todo es de todos, todos trabajan”. En 1999 constituimos de manera formal a Sedemi S.C.C. y el taller pasó a ser empresa. La expansión estaba en marcha y yo seguía aprendiendo. Mi papá era lanzado y una vez, mientras montábamos en Ambato una estructura metálica para una subestación eléctrica, un señor se acercó a preguntar si hacíamos torres y mi papá le dijo: “Claro”. Así fue como participamos en la instalación de las torres del estadio Bellavista, mi primer gran reto ingenieril completo. Esto fue en 1995 y es una anécdota que siempre recordamos. No sabíamos cómo montar torres de 40 metros, pero fuimos aprendiendo y contactando con la gente que sabía. Vi y entendí el proceso, y dije con esto llego a la Luna. Desde entonces hemos montado torres de 150 metros de altura para líneas de transmisión eléctrica en el río Guayas. Hicimos otro proyecto icónico, como las torres de transmisión del Coca-Codo Sinclair, con el anillo de 500.000 voltios, allí fuimos subcontratistas. Esa obra fue de las más complicadas, trabajamos en montaña, con nieve en Papallacta. 

Hoy, 45 años después, Sedemi es una empresa gigante. ¿Cómo ha sido ese crecimiento? 

Hemos ido evolucionando y transformándonos. De un taller chiquito pasamos a ser una gran constructora de soluciones integrales, de soluciones a la medida para proyectos de infraestructura. Y esos proyectos pueden ser una casa, un centro comercial, una hidroeléctrica. Para atender de forma eficiente y ordenada tenemos una estrategia interna: la especialización. Así atendemos necesidades de una ciudad, como edificios, centros comerciales, puentes. La estrategia es tener unidades especializadas para distintos sectores. 

¿En qué grandes obras han participado? 

Uno de los primeros grandes trabajos que nos abrió puertas fue la construcción del nuevo aeropuerto de Quito, en 2008. El consorcio de empresas de Brasil y Canadá pensaba que no había en Ecuador la capacidad para construir las estructuras metálicas para el aeropuerto, pero investigaron y nos contactaron. Otro punto importante fue en 2005, cuando una empresa petrolera nos contactó; para poder atenderles nos mudamos a la actual planta, donde construimos las naves. Fue una decisión estratégica porque en 2008, cuando nos visitaron los ejecutivos del consorcio que iba a construir el aeropuerto en Tababela, ya estábamos fuertes en la planta y la producción. 

¿Cómo se dio la llegada a la nueva planta? 

En 2005 soñábamos con una planta como la que tenemos ahora. Ese año estábamos en un terreno propio de 1.000 metros cuadrados de construcción en Sangolquí, y buscábamos algo de 5.000 metros. Encontramos el terreno de 10.000 metros cuadrados con un esfuerzo económico grande; compramos el sitio en cerca de US$ 100.000. Entonces invertimos en las naves y contratamos un arquitecto. Hoy el complejo industrial tiene 90.000 metros cuadrados; de esa cifra en 20.000 metros cuadrados están las naves y los galpones, con maquinaria de última tecnología. 

Viendo el tamaño de la empresa parece que la política de reinversión ha funcionado. 

Ha sido una estrategia exitosa. Además están los valores que tenemos, como la credibilidad y la tenacidad. Las recomendaciones de los clientes son la principal arma comercial. El prestigio y la confianza se han construido en 45 años. 

¿Cómo están los ingresos? 

Tuvimos un crecimiento sostenido hasta 2019, cuando vendimos US$ 50 millones. Luego la pandemia nos afectó y bajamos a US$ 30 millones en 2020. En el 2021 nos recuperamos y facturamos cerca de US$ 40 millones y este año la meta es volver a los US$ 50 millones. La construcción sigue frenada, vivimos tiempos complejos. Estuvimos en una época buena, con mucha oferta, es un mundo muy competitivo. 

¿Hacia dónde va Sedemi? 

Tenemos un plan estratégico 2021-2025 y queremos ser líderes regionales en la construcción de infraestructura. Tenemos trabajos en Perú, en líneas de transmisión, y queremos seguir creciendo fuera del Ecuador. (I)

*Esta nota fue publicada en la edición número 7, de agosto-septiembre de 2022. Les invitamos a comprar la edición digital en: 

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